Porque no me digan que el libro El patio de los murciélagos, de Luis Báez, por poner un ejemplo que yo conozco, es igualito a Charles Atlas también muere, a Waslala, a ese libro gráfico que es De tropeles y tropelías. Y no tiene nada que ver con términos pugilísticos de si es "mejor", "peor", "malo" o "bueno" [cosas que, por otro lado, creo que a nadie realmente le interesan, más que a los seconds del boxeo {cultural}, como cuando le gritan a su púgil estrella, en el undécimo round: "Vamos, te está ganando, Pedrón, vamos, golpéalo, vamos a noquearlo, ¡tú eres más bueno!"]. Sino que tiene que ver, al decir de Alan Badiou, con las operaciones literarias de estos libros nuevos: que simplemente son otras.
Entonces existe un evidente cambio de guardia [si "guardia" no es mala palabra] estético; se está procesando, mientras platicamos, aquí y ahora: desde nuestros exilios, para los que estamos afuera, y desde la víscera del monstruo [eso que todo mundo insiste en llamar "lo nacional", "la-nación-nicaragüense"], para los que están adentro.
Pero creo que en realidad todos estamos cambiando, tanto los que escribimos, como los que leemos, como los boxeadores. No es que la "generación" nicaragüense es privilegiada y tiene una especie de monopolio sobre el cambio. Aquí en Uruguay, les aseguro que los escritores también están cambiando (y estoy seguro que lo mismo puede decir Guillermo Goussen, en México, o María del Carmen Pérez Cuadra, en Chile: que los escritores de carne y hueso, no los que vemos en los catálogos de Anagrama a 300 córdobas, sino los que tienen que salir a mendigar sus textos, a pelearse con las editoriales, a esquivar la bota destripadora de las tiradas de 100 000 ejemplares, esos tipos están cambiando).
Aquí en Uruguay ya no se escriben libros con las mismas operaciones estéticas de Juan Carlos Onetti, ni con los mismos fines críticos. Ni qué hablar. Es decir, aquí la modernidad también pasó. Aquí también lo cultural vino a extirpar lo ideológico, a suplantarlo, a convertirse en lo ideológico. Aquí también, en Uruguay, todo es cultura. ¿Les parece que un libro como De tropeles y tropelías sería ahora posible? Bueno, sí, siempre y cuando, en vez de un general de cinco estrellas, el jinete sobre el caballo cadavérico fuese un jefe narco, o un magnate de bancos, o un hacker geek con una caricatura de mickey mouse: algo potente, chocante, ecléctico, grasoso, pariente de un potente collage (o mestizaje, transculturación, al decir de Ángel Rama). Grasoso, no de malo, sino de gordo, excesivo, repleto de contenido. En suma: algo definitivamente grasoso.
Así que este cambio estético de la narrativa nicaragüense, me parece, desde mi frágil tribuna en el presente, es porque, efectivamente, estamos pegados al mundo, no estamos destetados de él.
Después de todo, no es una obligación ser una Generación. Ni qué hablar. No es una actividad atlética, deportiva. Cada uno de nosotros, por hablar del nicho que aquí nos reúne [nuevos escritores nicaragüenses], tendrá sus agendas políticas literarias. Y el que no las tiene: o las tiene pero no lo sabe, o las tiene pero las quiere disimular, o las va a tener muy pronto.
Bueno, si vamos al caso puntual, tampoco los cuatro grandes de sólo una de las tantas listas del boom [Cortázar, Fuentes, Donoso y Vargas Llosa] tenían ninguna necesidad atlética de conspirar, en la forma que fuese, para dirigirse, con fuerza y tensión, a un objetivo, completamente político. Ni siquiera tenían las mismas nacionalidades, y la materia prima -el lenguaje- era completamente heterodoxo. Pero identificaron un objetivo, y conspiraron, en grados distintos unos y otros, para conseguirlo.
Aquí es donde creo que puede estar otra de las claves: para la Generación, más que una comunión estética, tiene que haber/existir, pero qué haber, mejro dicho, tiene que exigirse una conspiración crítica. Es decir: que las Generaciones ocurren en mesas de bares, no en mesas de noche; ocurre cuando los escritores de pronto están entre matarifes, arribistas, coyotes de cuarta, no cuando están entre doctores y miembros del templo de la lengua, o entre gente abordándolos para sacarles autógrafos.
Entonces, no sé, lo que es yo, bueno, pues no recuerdo haberme sentado a platicar con ninguno de los compañeros aquí presente. Conozco a pocos, he leído todavía a pocos, espero leerlos absolutamente a todos, sean malos o buenos, porque lo que dicen se comunica conmigo, me guste o no, a través de filamentos históricos comunes. Todavía menos de los que conozco me conocen a mí. Y todavía menos han leído mi obra. Así que podemos establecer, fehacientemente, que no he conspirado críticamente con ninguno. Ahora, si José Adiak se trenzó con Arquímedes González, o si Luis Báez está confabulado con Roberto Carlos Pérez, no lo sé. Realmente no lo sé. "Yo juro, señor juez, por mi mamacita, que yo no sé nada".
Y quiero emitir una posición subjetiva y personal al respecto: creo que eso sí importa. Es decir, que sí importa que las conspiraciones, si las hay, sean efectivas, sean públicas, sean políticamente activas. No que tengamos que deducirlas de los textos. Porque vuelvo a lo mismo: creo que los choques críticos son choques políticos, no son guerras estéticas. Y si escribimos para "ser estetas", bueno, mejor sería convertirnos en seconds de un boxeador estrella.
Estar atomizados es la marca del absentismo generacional. Esto quiere decir no-estar-conspirados, no quiere decir estar-lejos.
Luis Topogenario
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