Discusiones centrales

.- ¿Existe una generación de escritores nicaragüenses emergente? /
.- Relación de estos nuevos escritores con el establishment literario nicaragüense /
.- Literatura nicaragüense en el exilio, y cómo esto se relaciona con el país como narración nacional /
.- Literatura como actividad política. ¿Cómo la percibimos dentro y fuera del país? /

sábado, 15 de diciembre de 2012

El discurso del cuerpo. Una lectura del cuento "Sin luz artificial", de María del Carmen Pérez Cuadra


Estoy leyendo el libro Sin luz artificial, de María del Carmen Pérez Cuadra[1], cuya lectura -de éste, y de otros libros nicas urgentes- ya tuve que interrumpir desgraciadamente en otras ocasiones. Quiero exponer ahora las ideas, por otro lado muy interesantes, que he encontrado en el primer texto del libro, el cuento homónimo "Sin luz artificial". Este texto se puede leer en Narradores nicaragüenses del 2000Advierto que no soy crítico literario, así que mal podríamos esperar un discurso académico en ese sentido, o un protocolo, un aparato crítico.

Bien, quiero discutir aquí tres ideas, tres operaciones de lo que el texto hace, cuyos encajes recíprocos forman una crítica muy potente. Son: 
1) una exposición de una ideología dominante, que en este caso podemos resumir en "machismo" o "sexismo", y a su vez un discurso alternativo que la hace evidente, y que está allí para hacerla evidente.

2) una exposición del dominado interpretado como un sujeto silencioso, no discursivo; esta interpretación es la del dominador, no la del dominado, que, paradójicamente, al exponer y reflexionar sobre su propio silencio lo está subvirtiendo.

3) la existencia, no de un texto así, sino de un narrador así es una interpelación, un movimiento hacia una práctica social liberadora; todavía no es la liberación, porque, y ésta es la operación más fuerte que sentí en el texto, para este narrador la liberación -o "esta" liberación- no es posible.

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

1) Este texto hace, a mi juicio, una interpretación muy madura con respecto del machismo, como relación de poder, y de su relato ideológico. En primer lugar, nos presenta dos discursos-hombre, uno dominador, el esposo, y otro no-dominador, que es Muriel. El narrador, que es una mujer, nos muestra a través de todo el texto mayor atención, por no decir simpatía y deseo, hacia el discurso-hombre no dominador. Nos lo muestra como sensual, vanidoso, extrovertido, fanfarrón, "un dios perverso" que está preocupado por sus apetitos. Esta preocupación por los apetitos del hombre parecen impedir que se preocupe por las ideas, porque si se preocupase por ellas podría convertirse en un discurso, encarnado aquí en el esposo[2]. Aquí hay una diferencia especialmente interesante: de Muriel se nos narra que no conoce el silencio, pero esta verborragia de Muriel, este no poder no expresarse no es en sí un discurso, es otro apetito: apetito por la expresión; en cambio, para el esposo, el silencio es lo perfecto.

Los pensamientos opresores del esposo son exactamente la suma del rasgo ideológico dominador de la sociedad. Es el "sólo flotar para chocar con el filo de las ideas" de las pobres e ignorantes mujeres que, muy de acorde, existen para ser dominadas. Rápidamente, entonces, se pone sobre el tapete una relación de poder de género. Pero, y éste es el rasgo de madurez que no sé si abunda en los círculos feministas más radicales, esta presentación no se hace desde el punto de vista de la enemistad, no está expresada como una cuestión de enemigos: la mujer en su lenguaje no puede así como así, del aire, brotada de una reflexión aérea, pensarse enemiga del esposo. En el mundo real los verdaderos enemigos en una relación de poder se narran largamente, no se acomodan de golpe. Es decir, a través de su lenguaje parsimonioso, casi casero, y haciendo hincapié en la relación narrador-enseres-domésticos como juez y testigo de esa dominación, el narrador nos está mostrando que identifica los pensamientos opresivos del esposo, y los identifica como tales. No es que los desconoce, es que a pesar de conocerlos, son constitutivos del vínculo. El discurso del narrador también está en el discurso del esposo, y viceversa. O sea, este narrador no es uno esencialista que se va a reducir a sentenciar "Vos sos malo", sino que reconoce la complejidad histórica que entraña una estructura de poder. Realmente no reacciona frente a ella, que es lo que sería la ingenua actividad de sentenciar. Para sentenciar sentencia cualquiera. En este sentido, este narrador es un crítico muy potente y maduro.

2) La mujer perfecta es la mujer silenciosa, callada, que no jode, que no hace preguntas molestas ni averigua sobre los negocios o sobre queridas. El apetito de Muriel incluye el apetito de la expresión; todavía no sabemos si su queja frente al silencio de la mujer es porque desea escuchar las ideas de la mujer [que más que "deseo" sería una idea, un constructo racionalista] o porque simplemente desea ver su apetito funcionando en todos los seres [una transferencia en el otro, una maniobra identitaria donde otros tienen la misma sed que yo]. Aquí hay una operación ideológica de consecuencias políticas interesantes, que se trasladan al punto 3); y es: el silencio del dominado no es el resultado de una carencia de pensamiento, sino de expresión. Pero al dominador le basta con la ausencia de expresión, la carencia o presencia de un pensamiento por parte del dominado en última instancia no le es tan trascendente, porque el dominador sabe esto: no es el pensamiento per se el que genera prácticas sociales liberadoras, sino la expresión del pensamientoAsí que le basta con copar los espacios de expresión[3], o distorsionarlos lo más que se pueda, para entorpecer o anular prácticas sociales liberadoras. Al final, "sólo flotar para chocar con el filo de las ideas" es sólo otro nombre de no expresarse, no de no pensar, porque es expresarse lo que da filo, lo que corta. Pensar todavía no ha fileteado una sola rebanada de pan en el mundo.

3) Lo último que puede decirse de "Sin luz artificial" es que sea un texto que resuelve sus tensiones y concrete su crítica con un desenlace naive. Todo lo contrario. El narrador no nos engaña invitándonos a una campaña para celebrar que estamos liberados ahora que hemos denunciado al lobo. Porque para el narrador no es una cuestión de denunciar al lobo, el lobo ya está denunciado hace rato. Para el narrador la liberación no es posible.

La mujer se va a morir. La mujer del futuro se va a morir. El silencio es perfecto. La consciencia, imperfectible. La niña de las flores nos presenta una clave al respecto. El narrador muestra su esperanza de que la niña de las flores, que no es otra cosa que la mujer del futuro[4], pueda "superarse si sabe cómo", "si toma conciencia de qué camino seguir". Pero aquí hay una lección terrible por parte del texto, de la que tendrían que tomar nota sobre todo aquellos filisteos posmodernos que apuestan al mercado de la autoayuda, u otras hierbas, para asumirse como libres: al final, consciencia correcta o no, un novio, otro hombre que no es más que otro instituto del esposo, te va a matar, no sin antes, claro está, haberte zarandeado como a un trofeo. 

Este "novio" es simplemente otro brazo del discurso del esposo. Podemos imaginar lo que le ocurriría al narrador si encontrase sus pechos puntiagudos en brazos de un fuerte, moreno y musculoso discurso alternativo. Y esta pistola sirve más como amenaza, como bala en boca, que como pistoletazo o fogonazo de pólvora. Es decir, en resumen: tu sola consciencia no te puede extraer de tu ciudadanía de segunda clase. Tu consciencia incomunicada tampoco.

Las ciudadanías de segunda clase no se van a suspender sólo verbalizando "la cosa" y pidiendo permiso, como quien dice "Disculpe, vengo a liberarme". Pero las prácticas sociales liberadoras por algún lugar comienzan. Y comienzan por el discurso. No se reducen a éste, pero de éste se ramifican. De esto se desprende que acogotando el discurso o distorsionándolo, o sometiéndolo a algún dumping cultural, o, que nadie se engañe, normatizándolo, podríamos entonces atajar estas prácticas, neutralizarlas. 

La existencia de este texto, entonces, pero más que de este texto, de este narrador, adquiere, por el procedimiento literario que toma para realizar su crítica, una importancia espectacular: la existencia misma de un narrador así, un narrador que piensa en silencio sobre el efecto político mismo de su silencio[5], en particular de la carencia de una práctica social liberadora, es por sí misma una interpelación a una práctica social liberadora. Todavía no es la liberación. El narrador no se engaña al respecto, no hay un recurso telenovelesco barato donde el narrador grita "¡Vete, Juan Martín, no quiero verte nunca más!". Todo lo contrario, hay una reflexión parsimoniosa, llena de flores y de enseres domésticos que opacan al que narra, como si el universo de lo doméstico fuese la especulación de un trono. El narrador no se engaña también por lo siguiente: el dominador -ni siquiera "el-esposo", sino el discurso del esposo- no puede ser, así, súbitamente, eliminado, porque esto equivaldría a eliminar también parte del discurso del dominado.

El narrador invierte una gran cuota de sensualidad en narrarnos el cuerpo de Muriel, o el de la niña de las flores bajo la imantación del cuerpo de Muriel, y sus reacciones. La sensualidad es, ni qué hablar, un gran vehículo. Pero este discurso del cuerpo se contrapone con el crudo "débito marital", donde el resultado no puede ser otro que la desnudez. Por cierto que la desnudez es sólo otro nombre de silencio. Al final, los cuerpos, y sus comportamientos apetitosos y sensuales, que hacían evidente la relación de dominación por reflejarla, son matados, son castigados por "el novio", el esposo ya reproducido, o sea, y en el mismo sentido que utilicé la palabra futuro, un novio que es más joven pero que es pasado, un hombre, una reproducción ideológica que ya ocurrió. El-esposo podría observar satisfactoriamente a el-novio de la niña de las flores y decir "Ya ocurrí". Un saldo de victoria recorre las palabras, el desdén, la crueldad, del esposo. El esposo está en lo cierto: el esposo está ocurriendo.

En última instancia, los cuerpos de los que intentan la liberación son castigados, sí, es cierto. Pero a este respecto el texto nos ofrece algo más potente que, además de criticarnos nos embellece: no es el cuerpo el que es castigado, es el discurso del cuerpo.


[1] Nacida en Jinotepe, Carazo, Nicaragua (1971). Licenciada en Arte y Letras y Máster en Literatura Hispanoamericana y de Centroamérica por la Universidad Centroamericana UCA, Managua (Universidad Jesuita). Es escritora y ha laborado como docente universitaria, presentadora de televisión e investigadora de literatura centroamericana.

[2] Es de notar aquí el detalle para nada despreciable de que al dominador no se le nombra con un nombre propio, a diferencia de Muriel.

[3] Si sabremos de copar o distorsionar espacios de expresión para ocultar o eliminar a quien nos molesta...

[4] "Futuro" aquí menos como de mujer que está adelante, en una vastedad temporal que se nos acerca indefectiblemente, y más como de una mujer que no ha sido.

[5] Curiosas son ciertas frases que realzan el valor político del silencio y de la expresión en el texto. Muriel recibe un balazo en la frente, y uno no puede evitar reformularlo como un tropo en el que te balean la frente por pensar y el sexo por desear. También es muy significante el pasaje que da justificación al título, así como esta oración: "Yo me siento juez, porque desde aquí puedo dictar el veredicto que jamás nadie escuchará".

viernes, 24 de agosto de 2012

De León Salvatierra*: "La puerta de Fat boy"**


       Fat boy es un texto que apunta hacia un cuerpo específico. Su voz es autorreferencial, y su autorreferencia es histórica. La conciencia del sujeto narrativo se constituye en su incertidumbre. Las reflexiones oscilan entre pasado y presente. En ese texto plagado de preguntas, la indagación que postula Fat boy es casi siempre de sí mismo, de sus deseos, de la violencia en que vive y de sus orígenes: “Soy un cuerpo hecho de puntos, de carreteras intransitables, a medianoche”. Los “puntos” que componen ese cuerpo gordo son las marcas que deja la violencia, son las heridas que se convierten en “carreteras intransitables” en la oscuridad de la piel. Pero es quizá la ausencia de ese “origen” lo que enriquece la obra de Luís Topogenario, porque problematiza el espacio de lo familiar, es decir, el espacio nacional. Después de tantas preguntas, después de tanta descomposición psíquica y corporal, no pude no pensar en la historia de Fat boy como la historia de la tierra. Esa mole en descomposición es un fragmento de la historia, es la ruina de la que habla Benjamín, que registra las cicatrices históricas de la “nación”, pero se debe subrayar que la voz narrativa se legitima desde la margen. Fat boy no es la voz de un intelectual narrando la historia de su país, sino más bien es la historia de Fat boy dicha por un Fat boy (un personaje que ni siquiera tiene nombre propio), de un pueblo perverso y trágico de la periferia del país: Comodoro Vanderbilt. El personaje es víctima y victimario, es el producto de la violencia y es generador de violencia. Su mismo apodo es un insulto. Todavía peor, es un insulto en inglés. Lleva la inscripción lingüística del imperio en su cuerpo obeso. Comodoro Vanderbilt es el lugar por el que pasan huracanes, contras, recontras, guerrilleros y también la momia de Serguei, en cuyos dedos cuelgan los hímenes de las jovencitas como María la Danubia (el objeto de deseo).
No pude no pensar en el Vanderbilt del tiempo de los filibusteros, aquel viejo gringo oportunista que controlaba la ruta interoceánica de Nicaragua durante el tiempo del Gold Rush en San Francisco. Cornelio Vanderbilt, el empresario a quien se le permitió controlar el trasporte en el río San Juan y el lago de Nicaragua. Esa ruta servía de canal para los que pasaban de la costa este de Estados Unidos hacia California en busca de oro. Por ahí navegaba William Walker, nuestro filibustero, acaso uno de los padres o padrastros, a los que alude Fat boy. Recordemos que Fat boy no tiene padres legítimos: “tuve más madrastras que madres, y tuve menos padrastros que padres, sin embargo, crecí en mayor consanguinidad los años que sobreviví como un simple huérfano, que inclusive los años más sanguíneos”. En este texto no hay cabida para el imaginario de la familia burguesa como sucede en tantas novelas que intentan narrar la historia de la sociedad nicaragüense, siempre desde el centro de la burguesía, basta pensar en Castigo divino para enfatizar este punto. Las madres de Fat boy son tres, los padres son cuatro, relaciones “filiales” degeneradas y perversas.
Cuando leí Fat boy, tampoco pude no pensar en la situación “política” nacional, en su descomposición, en el mangoneo que a lo largo y ancho de la historia ha asolado eso, que con cierto grado de dolor y tristeza, llamo Nicaragua. No, no pude no pensar en la violencia y en la deriva de nuestra familia nacional si es que todavía se le puede llamar familia. Esa es la sensación y la imagen que tuve de Fat boy: “Me imagino que soy lo más parecido a un cuerpo, un hombre gordo y negro, casi morado, como yo, flotando sobre una puerta de madera en la inmensidad del océano […]”. A mi juicio, esta imagen es la más poética y la más cruel porque no es ni entrada ni salida, es la intemperie la única posibilidad, es vivir en un entremedio, naufragando entre la vida, la muerte y la inmundicia. Los personajes centrales en esta historia son huérfanos. El compañero de Fat boy es un bastardo. Su apodo es otro insulto. Su madre fue violada y asesinada. El bastardo es un hurgador de basureros, de ahí se alimenta, y su cuerpo apesta, es la costra putrefacta de la textura social. María la Danubia es otra huérfana. ¿Cómo no pensar en la historia de Nicaragua?
En efecto, la orfandad es central en este texto, y todo lo que eso evoca o arrastra: la violencia, la enfermedad, la pobreza, la descomposición del cuerpo, la carencia del afecto familiar. Si se menciona la tía Roca del bastardo, nunca pasa de ser una simple referencia inánime, no asume vida, está en la distancia. Su misma mención es una sorpresa para Fat boy.
Se pregunta Fat boy: “¿Mi historia me pertenece?”. La pregunta de pertenencia es el fantasma del texto. Cuando no es esa pregunta, son otras preguntas. Es un texto que por medio de los signos de interrogación se borra a sí mismo para penetrar en algo quizá más real: el submundo autorreferencial, su inconciente, y su “infravida”. Yo diría que no busca respuestas, sino que aspira a un procedimiento textual, en el que se genera un efecto de substitución. Es decir, una pregunta sustituye a otra, luego viene otra, dando la sensación de que la pregunta anterior ha sido contestada o ya no importa su respuesta porque poco a poco entra a un estado más grave de existencia y de incertidumbre.
El uso de los paréntesis trae el pasado al presente como un flash-back, el texto intercala la memoria con insistencia. Asimismo, hay una necesidad por intercalar elementos, mezclarlos, incluso las voces narrativas. De ahí que el diálogo no sea un diálogo en el sentido estricto, es también una especie de monólogo. Cuando escuchamos la voz de otro personaje, primero se filtra por la voz de Fat boy. Ejemplo: “Serguei le arrojaba un grosero ¿Cómo? ¿Todavía sigues atascada en la primera?”. Es decir, aunque escuchamos a Serguei, la voz narrativa de Fat boy no desaparece por completo, ambas se fusionan en una misma. Es una técnica bien lograda que exhibe cierta modalidad narrativa del habla popular nicaragüense.
Fat boy no es sólo un texto cultural y estético, para mí, es también una suerte de indagación o de autorreflexión; es un texto que interpreta, comenta y se prolifera, que anuncia y engendra incertidumbres productivas porque no ofrece respuestas, sólo produce problemas, y en ese sentido está lleno de posibilidades; nos ofrece un mundo para pensar, y hasta cierto punto, se abre a la posibilidad de transformar la manera en que entendemos el mundo y también a nosotros mismos.  



--------------------------------------------------------------------------------------------------

*León Salvatierra (León, 1973): poeta, crítico nicaragüense. Actualmente cursa un doctorado en la Universidad de California-Berkeley, Estados Unidos. En junio del 2012 publicó un libro de poesía, Al norte (Editorial Universitaria UNAN-León). Es editor de la revista literaria El Mercado, que se edita en León, Nicaragua, y en Berkeley. Aquí se pueden leer varios números.

** Fat boy es el primer libro publicado [noviembre, 2010] por Luis Topogenario.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Los institutos contra el escritor


La reflexión acerca de las condiciones culturales que se encuentra el escritor(1) en su momento de emergencia, que son las que van a moldear su producción, así como el ciclo vital de ese producto, es ineludible. En sociedades cuya cultura es mostrenca, o está supeditada a los fuertes embates políticos, y sus institutos no están firmes, el escritor más o menos tiene que hacer de factótum, desgraciadamente

De entrada, por supuesto, descontamos que el tipo, en su tiempo libre, tiene que conseguir un trabajo rentado con el que costear su tiempo ocupado. Además, tiene que hacer un poco de autopublicista, lo cual siempre es un lugar "sucio", mal visto, pretencioso, el que más fácil se condena -no sin razón-, y donde las fronteras entre los farsantes y wannabes y los escritores reales son muy borrosas. Por otro lado, con la carencia de una masa de críticos literarios que produzcan para su sociedad, el mismo escritor tiene que hacer las veces de crítico, con la consiguiente cojera intelectual, porque es casi imposible: trabajar, formarte como crítico, autoenseñarte a escribir, escribir, y, bueno, vivir: esas trivialidades como tener familia, realizarte como persona, odiar a los Indios del Bóer, etcétera. Ni qué hablar que la relación con un editor de la industria, si el escritor tiene suerte, es una relación entre hermanos que tiñen el glorioso pendón bicolor. Y por último, si su empresa cultural es seria, debe afrontar el embate de la sociedad espectacularizada, reificada, fetichizada, que lo castiga precisamente por serlo, por traicionar el cómodo lugar de productor cultural despolitizado que le tenía reservado el hermano establishment.

A lo que voy es: parte -y no menor- de la actividad como escritor también está en hacer un diagnóstico de las condiciones culturales en las que éste emerge y en las que, nada más y nada menos, se va a insertar y va a actuar su libro. Este diagnóstico no puede ser el de un especialista(2), porque el escritor no es un especialista, sino un aficionado, un actor -o, bueno, quizá hay afortunados especialistas entre nosotros, pero serán de los multiúnicos-, su semblanza se parece más a la del peón de ajedrez que a la del caballo. Lo que quiero decir es que el escritor no debe [no debería] esperar a adquirir el conocimiento de un especialista para reflexionar su diagnóstico cultural, sino que, por estar en el presente, ya lo ha recibido. Puede rehusar este recibimiento, encerrándose en su santuario marmóreo. Pero en realidad su única opción es simplemente saber qué hacer con este presente, como el resto de todos los otros mortales.

Esto, este diagnóstico, tiene mucho que ver, creo, con algo que los narradores aquí deberíamos poder platicar: y es el status cultural que le adjudicamos a nuestra actividad, la carga de valor social que depositamos en nuestro libro, y la forma cómo hacemos explícita esta valoración. Porque hay dos personas que sí tienen perfectamente clara la vaina, y que hace ya un par de décadas que vienen funcionando en base a ello: la industria literaria [y su brazo largo, que invade y permea Nicaragua, igual que como se invade un estanque más], y las minorías culturales [donde las reivindicaciones de raza y género son, obviamente, el pitcheo estrella]. Estas dos personas sí que tienen claro para qué sirve un escritor, qué valor social carga un libro, cómo se defienden, dónde se ocultan quienes los escriben, cómo hacer para exprimir todo ese jugo, en qué refresco colarlo, etcétera.

Pero los jóvenes narradores aquí, corríjanme si no es así, no son ninguna de estas dos personas [o por lo menos los que he conocido hasta ahorita]. Son la clase media [media baja, media media, media alta] urbana(3), parecida a la clase media urbana de El salvador, de Honduras, parecida a la clase media del país Clase-Media, un país que, según tengo entendido, no tiene pendones, estandartes o heraldos. Y digo los jóvenes narradores no sólo por la cuestión "generacional", sino también porque mañana estos narradores van a ser viejos; y los chavalitos que están naciendo hoy, en el Vélez Páiz o en el Bertha Calderón, son los que nos van a combatir culturalmente mañana, así como nosotros combatimos con los viejos hoy.

Sé que la gente está ávida de platicar de estética, de entrarle a la narratología como se le entra a un queque. Yo también. Pero todas las cosas tienen su prioridad, todos los elementos tienen su urgencia. Puede ser interesante querer ser el thomas pynchon(4) de Nicaragua [a quién no le gustaría ser una commodity cultural], y hasta defendible -para el punto de vista pequeñoburgués, obviamente-; en última instancia cada quien va a hacer como le parezca, va a escribir lo que le plazca, y va a envejecer como pueda, no como quiera. Pero si yo veo al thomas pynchon nica, a la vedette, a la commodity, bueno, seguramente no vamos a poder jugar al béisbol inglés.

Creo que poder platicar cómo son, cómo están, cómo no están, los institutos literarios del país, y sobre todo, cómo encajamos nosotros en ellos, sería de un provecho y una urgencia ineludible para los narradores, sobre todo si te toca, ni modo, ser un factótum, mal factótum. Institutos como el blog, que tiene un potencial comunicativo tremendo, pero a su vez comporta un riesgo de alienación cultural para un país cuyo uso de la red informática tiene escasa penetrancia, sin contar que el blog no está constituido aún como un instituto literario de status, y quizá nunca lo esté aquí, platicar eso, y no funcionar únicamente en base a hechos consumados. Puede ser que aquello que vemos como una oportunidad de emancipación histórica simplemente sea: nosotros reforzando esta especie de servilismo cultural, anecdótico, burográfico.


(1) Lo que es yo, de ahora en más, cada vez que les planteo la palabra "escritor" me estoy refiriendo a los majes cuyo núcleo de producción, si no en exclusividad por lo menos en importancia, es la narrativa. A los poetas les digo "poetas".

(2) Volverse un especialista, al decir de Edward Said, es la vía más rápida para permutar un grado de focalización más amplio por uno más chico, pero más intenso. Ser un amateur o aficionado ["aficionado" aquí como lo nombra Julio Cortázar] no quiere decir ser un diletante o un holgazán intelectual. Ya nos advertía Pedro Henríquez Ureña -y creo que trecenas de intelectuales más- que no se puede defender, en nombre de una supuesta "inspiración", "espontaneidad" o "libertad intuitiva", la carencia de rigor intelectual y esa ictericia de pereza intelectual que parece estar muy de moda hoy en día. Esa actitud debe ser condenada.

(3) Más exacto aún: son la clase media metropolitana [la más managua de las managuas], como quiera que hasta ahora no he podido platicar con jóvenes escritores de otras urbanidades de Nicaragua, seguramente los otros compañeros están más al tanto de esas pláticas, si existen, y cuáles son sus productos.

(4) Ey, ¡a quién no le gustaría!: nadie te molesta [o quien te molesta puede ser esquivado], nadie se entromete con tu vida privada, sos candidato al Nobel pero tu única fotografía pública es la de tu album liceal; y lo único que tenés que hacer es revisar tu texto, darle Ctrl P, anillarlo, enviárselo a tu editor, y listo, él se encargará de lo demás. Mejor: ahora se lo enviás por tablet, y punto.

sábado, 28 de julio de 2012

De Roberto Carlos Pérez: "La traicionada Generación del Desasosiego"


Era el fin del imperio español. El hundimiento del buque USS Maine, en las costas de La Habana el 15 de febrero de 1898, provocó el estallido de la Guerra Hispano-Estadounidense. Frente a los barcos acorazados con el acero de Pittsburgh, las naves españolas resultaron inofensivas. España perdió así sus últimos bastiones en suelo americano y asiático, y debió doblegar la cabeza como en su día lo hicieron Grecia y Roma. Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas pasaron a manos de la nueva potencia, liderada por el entonces presidente estadounidense William McKinley.

Abatida, la Madre Patria se hundió en una crisis espiritual que arrastró consigo a poetas, filósofos e intelectuales, forzándolos a entablar un debate sobre la esencia misma de ser español. No sólo fue el eclipse del imperio colonial lo que los obligó a mirarse hacia dentro, sino el hecho de saber que el país se encontraba en la miseria mucho antes de que los Estados Unidos les arrebatara los últimos dominios en las Antillas y el Pacífico. Al mando del imperio que zozobraba estaba la reina madre María Cristina de Habsburgo, pues el rey, su hijo Alfonso XIII, era apenas un niño.

Tras la derrota los intelectuales españoles, en su mayoría muy jóvenes, cayeron en cuenta de que los circundaba una amarga realidad. Existían dos Españas: la oficial representada por la imagen de poderío que el Estado se empeñaba en sostener y la otra, empobrecida y desprovista de toda gloria y magnificencia. Atrás habían quedado la Conquista y la Colonia. Angustiados, trataron de responderse cual había sido su mal y su pecado, y qué caminos los habían conducido a tal fin. Voltearon la mirada hacia los pilares del idioma y releyeron cuidadosamente a sus clásicos: Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, José Cadalso, Mariano José de Larra, por citar algunos ejemplos, para con esto iniciar una reflexión de lo que era y había sido España.

Si bien la búsqueda estaba guiada por la idea de encontrar una esencia española, se trataba de una esencialidad más bien histórica, pues a través de los maestros del Siglo de Oro, vieron a la España imperial con nuevos ojos y sacaron de sus lecturas conclusiones que la historia oficial del país no contemplaba.

Fue Azorín quién en 1913 bautizó el grupo con el nombre que hoy se le conoce en artículos publicados en la revista ABC y luego reunidos ese mismo año en Clásicos y modernos. «Para los que vivimos en España –dijo el novelista y crítico literario–, para los que sentimos sus dolores, para los que nos sumamos –¡con cuánta fe!– a sus esperanzas, existe un interés supremo, angustioso, trágico, por encima de la estética. Desearemos la renovación del arte literario; ansiaremos una revisión de todos los valores artísticos tradicionales; mas esas esperanzas y esos anhelos se hallan englobados y difusos en otros ideales más apremiantes y más altos».

Un siglo después, un debate similar se cierne sobre la que antes fuera una colonia española y cuya independencia, así como la del resto de Hispanoamérica, al debilitar a España, había hecho posible la Generación del 98. La nueva generación nicaragüense no usa fechas memorables y aborrecibles, aunque sí un nombre dado por Gioconda Belli en 2005 y que ya se ha popularizado: Generación del Desasosiego.
Quizás hubiera sido mejor tener una fecha para nombrar y ubicar a los escritores que irrumpieron en la escena literaria nicaragüense a partir del nuevo milenio (tal vez por eso algunos la llaman Generación del 2000), o quizás está bien asumir el desasosiego como actitud vital y permanente en la nueva escritura. Sólo el tiempo lo dirá. Lo importante e innegable es que esta generación literaria está marcada por la revolución sandinista y la posterior guerra civil, puesto que sus integrantes crecieron o nacieron en ella.

Aunque las grandes incógnitas sobre las generaciones fueron respondidas mejor que nadie en lengua española por José Ortega y Gasset, quien fundó su teoría bajo sólidos cimientos filosóficos y sociológicos a partir de ensayos que se encuentran en El tema de nuestro tiempo (1923), las inquietudes sobre el asunto surgieron en la Alemania del siglo XIX, o sea la Alemania imbuida en el Romanticismo. Así, descubrimos en filósofos como Leopold von Ranke y Wilhelm Dilthey, preguntas claves que luego serían respondidas y ampliadas por intelectuales españoles. Porque fue en España donde la teoría de las generaciones alcanzó mayor desarrollo, no sólo por el estudio de Ortega y Gasset sino por los que llevaron a cabo Pedro Salinas y Julián Marías, entre otros.

Pues bien, puestos a precisar definiciones acerca de esta generación que hoy pugna por un espacio en las letras nicaragüenses, caben preguntas de gran importancia. ¿Qué es una generación? ¿En qué consisten sus esperanzas y anhelos? ¿Qué motor la impulsa o qué fuerzas la motivan a marcar un derrotero en la historia? ¿Existe una nueva generación de escritores en Nicaragua?

Aunque tal vez sea muy prematuro asegurarlo –quizás lo mejor de esta generación está por venir– la respuesta a esta última pregunta resulta obvia y contundente: sí. Basta mencionar algunos nombres para demostrar que en el panorama literario nicaragüense existen nuevas búsquedas, nuevas propuestas y nuevas voces que manifiestan rasgos que no se habían visto nunca en el país.

En primera instancia salta el nombre de Francisco Ruiz Udiel. Es su poemario Memorias del agua, notablemente concebido tras largos años de aprendizaje y publicado póstumamente en 2011, el que escinde la poesía nicaragüense en antes y después. No existe una imagen, un verso o un recurso lingüístico mal empleado en dicho poemario. Esa voz serena y sin rencor no se escuchaba en Nicaragua desde Rubén Darío.

Despuntan también en calidad La escritura vigilante (2005), de Ezequiel D’León Masís y La vigilia perpetua (2008), de Víctor Ruiz, pues los dos rescatan ritmos y formas clásicas como el soneto, ausentes en la poesía nicaragüense desde Ernesto Mejía Sánchez. Ambos libros resultan admirables en un país que, a pesar de tener una rica tradición poética, en las últimas décadas pareció haber perdido el sentido musical y rítmico de la poesía.

Por su parte, la narrativa goza de buena salud. Ejemplo de ello son algunos cuentos verdaderamente antológicos y que parecen decirnos que la narrativa está adquiriendo nuevos brillos en Nicaragua. La manada –perteneciente al Patio de los murciélagos (2010), de Luis Báez– hace gala de un lenguaje ágil con el que revela a una Managua urbana asediada por seres primitivos. Con este cuento, el género fantástico –que no se veía desde El ángel pobre, de Joaquín Pasos–, entra por la puerta grande en nuestras letras contemporáneas.

Irónicamente, Primitivo, el relato con que inicia Historia vertical (2011), de Javier González Blandino, refleja una espeluznante realidad pero esta vez en el campo nicaragüense. La naturaleza y la violencia, en sus perfiles más terribles, cobran vida en el seno de una pequeña familia campesina cuyo único vástago padece retardo mental. Cansados de esta carga, padre y madre se recriminan uno a otro. El relato alcanza su punto más alto de tensión cuando la pareja forcejea descuidando al hijo, que se rompe el cráneo tras caer al fondo de un pozo. Tanto la trama como la desesperanza de Primitivo evocan el magistral relato La gallina degollada, escrito por un verdadero maestro del género: Horacio Quiroga.

Son estos, sin embargo, apenas una pequeña muestra del camino que hoy recorre la nueva literatura nicaragüense, un camino diferente si se toma en cuenta que en su mayoría, los escritores persiguen una búsqueda interior hacia lugares desconocidos. Esta nueva generación no pretende ensalzar el mundo exterior como por décadas lo hicieron poetas y narradores. Con ellos el exteriorismo, ese término tan ambiguo acuñado en la segunda mitad del siglo XX en Nicaragua, con el que se designa toda poesía anecdótica y narrativa construida con imágenes del mundo externo, ha quedado enterrado.

Claro está, el exteriorismo tuvo una función determinante en el desarrollo de la poesía nicaragüense, ya que con él se encarnó de manera impetuosa el ambiente represivo impuesto por la dictadura somocista, para luego hacer uso del modelo hasta la exacerbación con el triunfo de la revolución. Todo esto apunta, como ha de notarse, a que cada generación está profundamente marcada por los acontecimientos históricos que le toca vivir.

Como bien sugiere Pedro Salinas en El concepto de generación aplicado a la del 98 (1935), existen elementos constitutivos para que pueda darse como existente una generación literaria. «Es el primero, naturalmente –afirma el poeta y ensayista–, la coincidencia en nacimiento en el mismo año o en años muy poco distantes» Y continúa diciendo: «Sobre estos factores hay otro, el decisivo e indispensable para poder decir que existe una generación: lo que Petersen llama acontecimiento o experiencia generacional. Es un hecho histórico de tal importancia que, cayendo sobre un grupo humano, opera como aglutinante y crea un estado de conciencia colectivo, determinando la generación que de él sale. Este acontecimiento generacional puede ser un hecho cultural, como sucedió en el Renacimiento; o un hecho histórico general, como una revolución, una guerra, a lo que Peterson llama acontecimiento catastrófico».

Siendo así, ¿cuál es el sentimiento que sacude a la nueva casta de escritores nicaragüenses? Si tomamos por ejemplo los motivos que agruparon a la Generación del 98, con la que existen grandes paralelismos, se entiende que cuando hay un fracaso como nación, es necesario hacer una revisión histórica.
Esta generación, la Generación del Desasosiego, parece decirnos sin tapujos y sin lagrimeos que la revolución sandinista y la guerra civil que le sobrevino, la cual dejó un saldo de casi cuarenta mil muertos, fue un completo fracaso del que no ha podido sacudirse. Dicho de otra manera, la guerra y sus efectos sicológicos y sociales no terminaron con ella y más bien han cobrado nuevo significado ante la corrupción que sobrevino en el país y por la cual se sienten traicionados.

Tan profundo es el sentimiento de engaño que hoy sobrecoge a los jóvenes escritores, que las temibles figuras políticas que antes inspiraron grandes obras –los Epigramas (1961), de Ernesto Cardenal, Los monos de San Telmo (1963), de Lizandro Chávez Alfaro y ¿Te dio miedo la sangre? (1977), de Sergio Ramírez, por nombrar algunas– ya no apasionan y más bien producen recelo. En este nuevo milenio no se desea escribir sobre quienes han ostentado y ostentan el poder porque hacerlo equivaldría a inmortalizarlos. Por eso se ha vuelto a los temas imperecederos: el tiempo, el dolor y la muerte, lugares comunes de la literatura, aunque condicionados por la situación histórica en que vivimos.

La convulsa historia de la Nicaragua actual ya no es una bendición para las artes. Por eso, el rasgo que mejor congrega a la nueva generación de escritores es la preponderante necesidad de separar la literatura de la podredumbre social que la acorrala, sitiando también al artista. Lo que no desmoralizó –y más bien apasionó– a los escritores vigentes en el siglo pasado, parece repugnar a los de este siglo XXI. Gioconda Belli acertó: «Los monstruos de nuestro laberinto no son Minotauros: son los hombrecitos de los paraguas de Magritte. No inspiran pasión, inspiran lástima. De allí que estos jóvenes no encuentren en su entorno ninguna gracia poética».

Pero queda la esperanza de hacer un alto en el camino y llevar a cabo un repaso de la historia tal como lo hizo la Generación del 98. No sólo de la historia nicaragüense, sino más bien de la historia de nuestra lengua; asistir a sus más altas ocasiones, desde el Cantar de Mio Cid y El conde Lucanor, hasta Rubén Darío y los verdaderos pilares de las letras nicaragüenses del siglo XX, para no encarnar los mismos errores y las mismas tragedias, y así buscar respuestas a los problemas que, como nueva generación, debemos enfrentar. Porque es la lengua en su claridad y lucidez la que nos alerta de los fracasos que se han cometido en el pasado y los que se siguen cometiendo como país.   

viernes, 27 de julio de 2012

Ciegos


Una de los síntomas fuertes que apareció, recurrentemente, en las discusiones internas que se generaron a raíz de Crítica Generacional es el de que no nos leemos entre nosotros mismos. A partir de una propuesta concreta de Alberto Sánchez Argüello, se generó un nuevo espacio en forma de blog cuya consigna es la siguiente: conseguir, bajo una bolsa social común [Narradores nicaragüenses del 2000, esto es: todos los narradores nicas que empezamos a escribir/publicar en los 2000], que apareciesen concentrados la mayor cantidad posible de narradores, proponiendo sus textos, de preferencia ya publicados, para que sus mismos pares pudiesen leerlos, aunque sea una muestra, y tener un pantallazo inicial a la exploración estética que cada quien desarrolla.

El segundo objetivo, a más largo plazo, es el de -quien quiera y pueda- aportar lecturas críticas en forma de comentarios, partiendo de una mínima base ética, por supuesto, y sin ánimos de entablar guerritas personales o pasarelas de moda, sino con las mínimas fundamentaciones críticas que se puedan elaborar. Como todos los narradores aquí tenemos una personalísima Historia de la Lectura, este intercambio puede enriquecer esas Historias.
Esperemos que, aun aquellos que se aborrezcan por pertenecer a grupos antagónicos [élites antagónicas, al decir de Ángel Rama], o aunque seamos completos desconocidos [por ejemplo, con los que estamos en el exilio], por lo menos podamos decir "Bueno, nos leímos".

Hay varios potenciales beneficiarios más: la crítica literaria nica, los narradores regionales, el lector de a pie, el hermano establishment...

jueves, 26 de julio de 2012

Antihistoria


Si bien teóricamente cualquiera puede leer/hacer un blog, y cualquiera puede entrar caminando como un campeón a una librería, la pantomima de la democracia burguesa no nos dice nada de la normatización cultural en la cual debe estar bien entrenado un maje para, efectivamente, leer/hacer un blog, o para entrar en una librería y empeñar 200 córdobas en un ladrillo de papel(1). O sea: la democracia burguesa no nos dice cómo hacer para percibir como valioso leer/hacer un blog de literatura o caminar hacia una librería y entrar en ella, aunque sea a chusmear. Y aquellas veces que la democracia burguesa se anima a levantar una voz, ¿quién es su vocero, su vocero estúpido?: el mercado.

¿Por qué les planteo para platicar de esto, y reflexionar en cuanto a la actividad narrativa que estamos apenas desarrollando? Bueno, en primer lugar porque a la democracia burguesa no le interesa en absoluto que nos preguntemos esto, que lo charlemos. A ella le interesa que bebamos guaro y que nos sintamos bien siendo excéntricos. A ella le interesa que recorramos la más intensa estetización posible. Sólo le importa, en términos generales y casi autoayudistas, que escribamos nuestros libros, que nos sintamos bien haciéndolo, y si en la medida de lo posible podemos ser la misma clase social que los consume, mejor, todos los bollos en una sola cesta. O sea: que nos enrosquemos en nuestra élite cultural perfectamente normatizada, que al final del camino hay un tomito con tapas de cuero llamado Obras Completas.

Pero en realidad no se los planteo a platicar específicamente por eso -ya que pegarle a la democracia burguesa es más fácil que aventar agua-, sino, principalmente, por el Problema 2 de Ángel Rama. Rama tiene este hermoso libro, 10 problemas para el narrador latinoamericano, que está dentro de otro libro poderosísimo, La novela en América Latina, o bueno, no recuerdo ningún libro sin potencia de Ángel Rama. Pero regresemos al Problema 2.

El Problema 2 nos habla de Las élites culturales. Dice:

    La importancia del conjunto de los intelectuales como grupo social ha sido enorme en Latinoamérica a los efectos de la obra de creación: la debilidad cultural que durante un siglo caracterizó el medio social, diluyendo la existencia de un público consumidor específico, transformó a los mismos intelectuales en productores y consumidores simultáneos, organizándose un circuito cerrado de la cultura que sólo comenzó a ceder ya entrado el siglo XX, cuando el ingreso de las clases medias a la vida cultural. Por eso el fenómeno de élites, característico de la manifestación universal de la creación literaria, se vio acentuado en estas tierras por la restricción del público junto a la asunción por el propio intelectual de la condición de público lector.

Y acá, entre todas las variadas rectas que podemos platicar, quiero engarzar con el aporte que hizo Luis Báez. Porque en ese post Báez naturalmente pone el dedo en la llaga, es decir, narra esa elitización o farandulilla literaria, y sus vicios. Naturalmente, a él, como a muchos acá, por estar al fuera, en el margen, renuentes políticos periféricos ya sea activa o pasivamente, esa llaga no le duele; denunciar esa farandulilla no le viene en prenda.

Pero por otro lado, quizá su propuesta al final de su aporte es antihistórica. Lo digo en este sentido: también Luis Báez-productor-de-textos forma parte de una élite cultural. Cuando él plantea que rompamos con ese aparataje, que toquemos la tradición y que comprendamos las repercusiones políticas al respecto, no sólo plantea quemar al maestro, también está planteando en términos generales que tengamos un mínimo de consciencia histórica de dónde estamos parados, qué es lo que hacemos -escribir- y para qué. Abandonar la adolescencia estética con la mayor madurez política, si es que existe algo como la-madurez-política. ¿Pero qué pasa? ¿Por qué puede ser también un planteo antihistórico?

Miren lo que nos dice Rama aquí:

Aunque no convendría equiparar aquí las élites con las generaciones, ya que dentro de éstas funcionan a menudo diversas aglutinaciones minoritarias de escritores, contradictorias o complementarias, es cierto que las distintas generaciones de la cultura latinoamericana nos han ofrecido el caso de élites dominantes, de acuerdo a las líneas tendenciales que rigen cada nueva articulación de la cultura: las élites ideológicas de la burguesía mercantil revolucionaria; las élites del salón romántico político-nacionalista; las élites del positivismo universitario-desarrollista; las élites del modernismo ético-cultural, individualista y anárquico; las élites del regionalismo social; las élites del vanguardismo ciudadano, específicamente artístico, etc.

Es decir, además de volvernos a ratificar, por enésima vez, que no estamos reinventando la rueda sino repitiendo, rigiosamente, la historia literaria de América Latina, Rama también nos invita a pensar: muchachos, platiquen sobre las cuestiones de élites en las que ustedes están inmersos, identifíquense, difiéranse, en resumen: aléjense lo más posible del discurso populista, demagógico, We-are-the-world-We-are-the-children. Ponerle inicialmente esa veta de autenticidad, ese maldito grano de sal genuino.

Es importante que ahora, AHORA, no en nuestra presentación final de unas hipotéticas y pedorras Obras Completas, sino ahora que estamos en plena formación de estructuras mentales narrativas duraderas, conocer, reflexionar, discutir, e impugnar, acerca de cómo funciona y se reproduce ese circuito cerrado de la cultura, reflexionar cómo opera en nosotros. Porque esa veta de autenticidad que nos hereda Ángel Rama no apunta más que a una verdadera e íntima cosa: la autocrítica. Y porque ya después, una vez adquirido el vicio... ¿O es que ya está adquirido? ¿Ya lo único que queda es mirarse el ombligo? ¿Esto es una miradera de ombligos, o un lanzamiento crítico?

Si alguno de los nuevos narradores nicas aquí la tiene clara, clarísima, prístina como el agua, bueno, felicitaciones. Realmente, mis sinceras felicitaciones. En mi caso particular, no lo tengo claro. Y y todos los nuevos narradores que he ido conociendo en el transcurso de estas pláticas, tampoco. Quizá hay algún Adelantadísimo que sí. No lo sé. Sólo escucho un llamado a seguir a Harold Bloom para "hacer canon". ¿En serio? ¿Really? ¿Era todo por hacer un maldito canon? Wat da fak? ¿La consigna es "Hagamos canon"? ¿Puede sostenerse, a casi 30 años de la muerte de Ángel Rama, semejante miopía política? Algunos nuevos narradores no han querido platicar aquí, o no pueden, o no tienen tiempo [Problema 1 de Ángel Rama], lo cual es absolutamente entendible(2) o no les interesa [Problema 3 de Ángel Rama], o no lo sienten como algo pertinente, porque de última no somos más que a-poor-man's Balcans [Problema 4 de Ángel Rama], y así, y así ad infinitum.

Para cerrar, aquí dice el Monstruo, en ese Problema 4, El Novelista y la Literatura Nacional:

El novelista hispanoamericano sufre de un desamparo cultural nacional, del que a veces puede recuperarse por el lado del folklorismo (lo que fácilmente le impone una línea conservadora -la imitación de los estereotipos tradicionales de este inmóvil venero literario-, compensada con un evidente respaldo populista por la inserción histórica en su cuerpo socio-cultural) y del que normalmente trata de liberarse mediante su incorporación a la cultura universal de ese momento, que le presta la familia cultural necesaria aun a costa de evidentes falsificaciones. La huella de numerosos pies forman un camino en el bosque(3); mucho más si ya no se trata de huellas sino de creaciones artísticas que se encadenan y suceden. Pero para que ese encadenamiento, que es el fructífero, se produzca, debemos ratificar que el diálogo más auténticamente fecundo para un novelista, es el que entabla con otro novelista de su propia tierra o comarca. Y por diálogo entiende aquí, lucha, combate, enfrentamiento, afán ardiente de destrucción mediante la aportación de obras de arte, nuevas, originales, y a la vez capaces de diálogo porque pertenecen a la misma familia.

Más claro, echarle agua.

(1) Ey, qué digo entrar en una librería. Aún sin moverse de su casa, para que el maje elija entre una jugosa entrevista a Juan Goytisolo, en un canal cultural del cable, y un partido Barcelona-Almería en ESPN+, bueno, qué podemos discutir acerca de qué empresa de televisión sale ganando aquí.

(2) Varios narradores me han dicho, en privado, así como Javier González Blandino en su post: "¡No tengo tiempo!, cuando tenga algo para decir lo diré, pero me interesa, escribiré". De vuelta: Problema 1 de Rama.

(3) Como dicen aquí en Uruguay: ¡qlp!

martes, 24 de julio de 2012

ESCRITO EN QUINCE MINUTOS

Tengo quince minutos para escribir en este momento, poco tiempo para procesar tantos post con tan buen reflexión y peor aún, ya que estoy escribiendo directo en el blog sin borrador ni ni mierda...enfin, es igual ya que es como normalmente escribo todo lo que hago...

Yo nací en 1976 en Managua y entiendo buena parte de las perspectivas presentadas en el blog por topogenario y baez. En primera instancia he de decir que me sirve de aprendizaje ya que mi camino en esto de escribir ha sido más bien solitario y caótico, con brincos de años entre un cuento y otro... me interesa más la narrativa que la poesía, pero eso sí, al menos en los últimos diez años, mis busquedas han sido de contactar la realidad, de tejer historias que lleven mis perspectivas políticas sobre la realidad social, la cultura campesina, las luchas indígenas, el cambio climático, el autoritarismo, el patriarcado y más temas, que son los que me preocupan, en los que me interesa incidir.

Leo estos post y veo hablar sobre si se ha roto con el establishment, que si hay o no compromiso político, que si se escribe sobre otra nicaragua... pues yo tengo mis posiciones muy claras a este respecto, la mía, pretendo, sea una narrativa fijada en la tierra, que usa la imaginación y la ficción como herramientas lúdicas que permitan trasmitir una mirada distinta sobre problemáticas que me inspiran....

A Ramírez lo leí una vez, con tropeles y tropelías editado por ENN en los ochenta, aún tiene marcas de macadores de mi infancia, al comienzo me gustaban mas las figuras grabadas, pero luego leí efectivamente el libro y me gustó. No leí más de él... a la Belli solo le conozco las portadas de sus libros... curiosamente me enamoré de Juan Aburto, a Lizandro tampoco lo leí, algo de Manolo Cuadra y por el colegio mucho de Darío, nada de PAC, ni quiero.

Ahora tengo en mis manos ese librito de los #2000 y pienso leer el patio de Luis... yo en lo personal, siento que no he convivido demasiado con este sistema llamado literatura nicaragüense, no tengo impresiones personales sobre esos autores anteriores o recientes, bueno, miento, de los actuales que conozco algunos de cara y hasta de vida les guardo cierta simpatía como personas.

Sin embargo, estos post me han permitido conocer estos vaivenes que me eran ajenos, a mí que no he andado en talleres, ni en rondas de guaro, ni en concursos, excepto uno con libros para niños y otro con CANTERA y varios intentos fallidos con el CNE... y pues, me llama la atención lo de narrar el país y lo de los héroes alternativos, porque me identifico: yo quiero narrar desde una propuesta y compromiso político, si leen mis "leyendas" http://ofrendando.blogspot.com/search/label/Mis%20Leyendas verán de lo que estoy hablando.

Enfin, ya van terminando los quince minutos. Lo mío que comenzó en hojas de cuaderno, influido más por Borges y Aburto (ahora que releeo mis cosas) ahora está en línea, movido desde mi blog y últimamente en twitter... la experiencia es otra, y creo que sigo experimentando con distintos formatos pero siempre buscando trasmitir perspectivas y reflexiones desde mi propia consciencia política... y eso, "grasoso" como dice topogenario...

No sé si hay una generación del #2000 o si se ha roto con el establishment, pero si creo que este espacio construido en este blog es en sí un aporte inestimable para el dialogo generacional.

Fin de los quince minutos...

lunes, 23 de julio de 2012

Algunos puntos de Javier González Blandino

Con el permiso de Javier, cuelgo acá su respuesta en facebook a la última entrada de Topogenario en este blog, me tomo el atrevimiento de resaltar algunos puntos muy concretos:


-] Tu fraseologismo "optimismo pedorro" está como para acuñarlo. Sí, Topogenario, no vamos a coincidir un sinnúmero de veces, sí. Y esto lo celebro, incluso lo prometo. Yo no conozco términos medios, medias tintas, y sé que vos tampoco ni Luis, y muchos otros de los autores. La lisonja o la condescendencia son sucedáneos que no necesito. Ya me sobran otros defectos como para indigestarme con estos. No creo que haya que redundar al respecto. No necesito dar pruebas sobre esto ni Uds. a mí.

.-] Creo que el asunto del término generacional ha quedado atrás. A mí nunca me interesó. Tampoco ha sido necesario. El que necesite con apuro algún membrete para ir a subastarse o para reemplazar con esto el talento que no tiene como escritor, que se busque cualquier etiqueta absurda y que deje de estar molestando al resto de los autores. Me hace falta el tiempo suficiente para leer algunos libros que tengo pendientes y para mi trabajo en la universidad como para estarme dando de cabeza buscando un patronímico de mercado.

.-] Una buena parte de las valoraciones críticas que circulan impunemente sobre determinada obra o autor de esta generación, llevan en sus intestinos la falta de una verdadera documentación. Me incluyo en eso, lo confieso. Lo digo así: ninguno de nosotros (o la absoluta mayoría) se ha tomado el tiempo mínimo para leer a sus contemporáneos. No nos leemos. Ya sea por razones malsanas de personalismos, por falta de promoción de la obra misma, o porque simplemente no se nos antoja, pero hay un desconocimiento casi absoluto de lo que se está creando en conjunto. Somos unos desconocidos textuales. De ahí que lo que se publiquen sean conjeturas o especulaciones sobre tal o cual obra. De ahí que lo que estúpidamente se acostumbre a hacer es atacar al autor, y no refutar estéticamente su obra. No son argumentos inmanentes al texto, sino parrafadas llenas de resentimiento o de elucubraciones. De ahí que se guarden los comentarios [y este blog esté casi en blanco] porque no tienen absolutamente nada qué decir, nada qué argumentar más que injurias irrisorias o diatribas esquizofrénicas. Dicho esto, ya es una obviedad afirmar la urgencia que representa [o para los que lo creamos indispensable] un lectura detenida y con fines estilísticos [o hedónica en su defecto] de las obras en curso, pero una lectura al fin. Una vez que esta actividad esté marcha dejaríamos de encontrarnos, tan a menudo, con evacuaciones personales que no llevan a ninguna parte más que a los callejones sin salida de la confusión de muchos.

.-] Si bien se han publicado alguno que otro texto crítico con méritos innegables, no hay que olvidar que únicamente son aproximaciones sobre el fenómeno, iniciaciones importantes. Incluso breviarios, guías de televisión. Libros de bolsillo. Uno de los riesgos que se corren con estas publicaciones [creo que el único, pero ya de hecho insoportable] es la aparición y legitimación de autores en un directorio como si fueran Horóscopos Literarios. Esto tampoco va para algún camino.

.-] No tengo ninguna ambición mediática, ni de protagonismo literario. Ya sobreabundan los mesías literarios que saben hacer bien su trabajo al respecto. Cuando tenga algo qué decir, lo voy a decir de la única forma que sé hacerlo.P
or ahora, la intimidad con el texto es la única pretensión que tengo que declarar.

.-] Las verdaderas obras literarias de esta generación vienen en camino, Centinela. Seríamos demasiados pesimistas al pensar que esto era todo lo que había que ver, y que el agua se ha estancado. La literatura, incluso pese a nosotros mismos, sigue su caudal.

Meritocracias, meritócratas ¡uníos!


A raíz de las pláticas de este blog, que hasta ahora ha sido poca, he ido recibiendo mucha información: contactos con otros escritores que no me conocían, otros que sí me conocían [poco] de antes de esta iniciativa de discusión, otros que me conocen ahora y que quizá me ven como un outsider -con toda justificación, si se quiere-, y otros que me conocen de ahora, que han entendido la propuesta, que la propuesta no es mía o para mí, que tienen algo que decir al respecto, pero que puede ser que la estén viendo, sospechosamente, como un ejercicio más de meritocracia. Y saben qué: creo que estos últimos pueden estar teniendo la mayor razón de todos.

Un país donde los jóvenes no discuten las políticas de su cultura, ya lo sabemos, es un país con prácticas culturales perniciosas. Porque lo primero que ocurre es que otros -por ejemplo el establishment, o la casta política hegemónica- dan la discusión por estos jóvenes, que, a pesar de estar en el centro mismo de su nueva producción, impulsándola, no pueden menos que escribir y pensar el país que pueden, no el país que quieren.

Pero un país donde los jóvenes que discuten las políticas de su cultura son los meritócratas es peor que un país donde los jóvenes directamente no discuten. Los jóvenes meritócratas son como castas políticas chiquitas, microestablishments muy chiquitos, que están esperando su turno para ser los mismos adultos que hoy fusilarían con sus AKAs de papel, si pudiesen. Esto no da posibilidad a ruptura alguna. Aquí no se rompe nada. Aparece, sí, la tensión generacional, que es como el caramelo de una ruptura, pero no una ruptura misma.

Con meritocracia, y para que podamos discutir con los otros compañeros, ojalá que se sumen, me refiero principalmente a cuatro características: ser joven, ser escritor, ser nica/estar en Nicaragua, y haber-ganado-premios no son méritos. Culturalmente, en el fondo, a nadie le interesa que uno sea joven, que uno sea nica, que uno sea escritor, y que uno haya ganados premios de diversa índole. Incluso, si lo pensamos, hasta la misma promoción de premios narrativos en Nicaragua -donde la narrativa es escasa-, es decir, la burocratización del instituto de la narrativa [porque eso es un maldito premio: el crimen de un burócrata cultural], es casi una actitud delictiva contra el país, que además de enlentecer el crecimiento de los escritores [porque no podemos negar la carga simbólica que tiene "haber ganado premios"], nos provee de una refrescante política de reproducción de castas, clanes culturales, amigocracias, casi que mareros literarios, y demás vicios del sistema. Y yo creo que para esos vicios ya tenemos esa gran herramienta que se llama mercado, mercado cultural, como para que encima estemos reforzándola, con burócratas y meritócratas.

En estos dos días, he podido leer cuatro narraciones acerca del proceso "generacional" [casi exclusivamente centrado en poesía], que me aportaron gentilmente -algunas- estos escritores: una de Roberto Carlos Pérez(1), otra de Carlos M-Castro(2), otra de Rizomar Guillén [esta narración me la aportó Ulises Juárez, a través del fucking facebook], y una última de Eunice Shade, que ella publicó en su página, al cual accedí a través del blog de Leonel Delgado Aburto. Unas difieren de otras en aspectos que me parecen sustanciales, y que creo que sería fundamental que fuesen expuestas por sus autores.

Pero también comparten rasgos muy fuertes que, sumados al aporte de Luis Báez en este mismo blog, me incentivaron a estas ideas: 

i) las cuatro narraciones tratan fundamentalmente de poesía: bien, es excelente. De todos modos, yo quería discutir la cuestión desde la narrativa joven, yo no soy poeta, no sé de poesía. Yo pregunto: la mayoría de los narradores aquí, ¿escribe también poesía? ¿Los narradores piensan que establecer dos aguas, dos vertientes, una para la poesía y otra para la narrativa, es algo superfluo e inútil, que como en última instancia ambas tradiciones se van a comunicar entre sí entonces etcétera? La respuesta  a la pregunta anterior parecerá segura, y su resultado trivial [sería "Sí, es superfluo, juntemos todos en todo"], pero si la cosa es así, entonces una segunda pregunta, muy incómoda se presenta: ¿no hay futuro narrativo en Nicaragua? La narrativa, para aspirar a tener una mayoría de edad entre los jóvenes, ¿además de luchar contra el establishment, va a tener que luchar para no ser tragada por la poesía?  Quizá la discusión es fatua, porque no hay muchos narradores jóvenes, como para armar un cuadro de béisbol inglés, no lo sé. Como lo atestiguan las antologías, los choques grupales, las denuncias cruzadas entre escritores y las rencillas intestinas, sí que los hay. Sí que los hay. Bueno, ¿dónde están? ¿Qué están esperando para discutir? ¿O debemos reducir todo a nuestros textos, al estilo "Leamos y que cada quien saque sus conclusiones"?

No les planteo que platiquemos las cosas en términos de novenas de béisbol, por supuesto, pero tampoco me gustaría discutirlas en términos de "We-are-the-world-We-are-the-children", porque, en última instancia, la narrativa y la poesía no son lo mismo. Actuar como que si lo fuesen, sólo porque somos pocos, y al fin y al cabo los mismos que escriben poesía son los mismos que van a escribir narrativa, bueno, no sé qué hay al final de ese camino.

ii) las cuatro narraciones tratan fundamentalmente el pasado, lo hecho: en este sentido, son fieles a su término: narraciones. Atienden especialmente a la década del 2000, y enfáticamente a la poesía. Pero aquí yo quiero plantearles algo: aun si vos naciste en los años 70's, apenas contarías con unos 40 años. La enorme - enorme- mayoría del resto, si llega a los 30 años, es ya todo un avance. Lo que digo es: ninguna de estar personas está literariamente madura, algunos -como Guillermo Obando [1994]- apenas, apenas, están forjando el crisol de su propia voz, menos están para discutir lo que se ha hecho. O sea: que lo generacional no son galones en las hombreras [a menos, claro, que vos seas un meritócrata]. Pero sí están culturalmente maduros para discutir, plantear, en sus textos, en sus charlas, o en lo que fuere, el contexto en que van a aparecer sus textos. ¿Qué principios, más que literarios, culturales, insoslayables manejan? ¿O no tienen principios? ¿Quizá su principio es su ego, engordar su ego, quizá su ley es el solipsismo? ¿Esto es así? Estos narradores, ¿son gente que lee los hombres a su alrededor como lee el periódico? ¿O son escritores que no pueden leer el periódico sin pensar que esa cuarta de papel es un hombre entero? Como bien lo expuso Javier González Blandino, en #Los2000: todos nosotros apenas tenemos un libro publicado, más textos esparcidos por allí, pirateados, ".pdfeados", verdaderos demos musicales que con suerte le regamos a nuestro clan, a nuestras amistades con derecho. No hay ninguna obra gruesa todavía, ninguna obra cumbre. O si la hay, la desconozco. Y por lo que dicen estas narraciones, no la hay. ¿Mostramos la obra chica como si fuese una obra gruesa? ¿Nos gustaría, tajantemente, ya tener lista una obra gruesa que mostrar? ¿Es nuestra literatura el apéndice, la vesícula biliar de nuestro ego? ¿O es nuestra literatura el hígado de nuestra política?

iii) las cuatro narraciones tratan fundamentalmente de los mismos personajes: son narraciones muy coincidentes [la figura central, es, sin lugar a dudas, Francisco Ruiz Udiel {1977-2011}], como es natural, ya que provienen de sus protagonistas. Pero también de sus protagonistas viene una de las críticas más contundentes: dice Ruiz Udiel, acerca de los poetas: 

"También insistimos en la negación del diálogo, en la falta de coraje para enfrentar el trauma del fracaso histórico y en no asumir nuestro tiempo como la realidad que podemos transgedir. Sin duda, la falta de fe corroe el corazón de los poetas". 

Esto lo escribió Ruiz Udiel en el 2010, en su artículo "Joven poesía nicaragüense", acerca de la poesía. Y luego añade algo que me hace comprender por qué casi nadie ha escrito nada todavía en este blog, aparte de Luis Báez:

"Es más seguro creer en la desesperanza -porque del tedio inexorablemente salva- que enfrentarse a la visión cambiante de nuestra sociedad. El resultado es una caída al vacío, pues hacia adelante no hay visión, y hacia el pasado existe una negación radical. Nuestra generación, treinta y un años después del triunfo de una revolución, permanece en el limbo. En nuestra generación los poetas sólo escuchamos aquello que nos conviene escuchar, nos adentramos en nuestra ruina porque en el exterior el vacío y la "determinación de la desesperanza" nos agigantan, y la única forma de recuperar la unión, no encontrada en la sociedad (debido a su fragmentación), es tansitar por el vacío mismo. Sin cuestionar dicho vacío, y adaptándonos, de forma fatalista, nos entregamos al mundo de la "civilización del espectáculo", esa descripción acertada que ha hecho Mario Vargas Llosa sobre nuestra sociedad actual. El poeta de hoy se mimetiza, se adapta, no transforma."(3)

Y quizá aquí es donde esté el vínculo de separación entre los poetas y los narradores. Porque si los narradores se encarecen con el país, más que con sus ombligos, definitivamente que estarían apartándose de la lacónica sentencia que Ruiz Udiel -él mismo un poeta importante de la década del 2000- apoya sobre los poetas.

iv) las cuatro narraciones no dicen nada en absoluto de lo que ocurre en todo el país: o sea, lo que yo debo concluir de estos relatos son tres cosas: que en ningún lugar de Nicaragua, con excepción de algunos cuchitriles de Managua, existe gente que haya nacido de 1980 para acá que escriba algo [de lo contrario estaría presente en estas narraciones], segundo, que Ruiz Udiel tenía más razón de la que le era posible ver: porque estas cuatro narraciones parecen cerradas sobre sí,(4) cohabitan unas con otras, se comunican limpiamente, estas narraciones no transforman; y tercero, como expone Leonel Delgado en este tremendo poema: "Generación: vicios del ensimismamiento / Pasillo y desnivel, humedad del que rota / [...] los hombres que luchan por su esclavitud como si se tratase / de su libertad / Generación: arquitectura del capado / [...]". Más claro que este poema, echarle agua.

Gracias a la plática que tenemos en este blog, y que les repito, espero que nutran lo más posible, porque no es "mío", he entrado en contacto, por ejemplo, con escritores nicas de mi edad [nací en 1980] o menores, en el exterior, y en otras ciudades, como León. Además de eso, sé de una revista literaria en El Rama. Obviamente, ¿qué fue lo que ocurrió?: hay muchas personas que tienen algo para decir, impugnar la teorización "generacional" -casi un truco trivial a estas alturas-, criticar el macrocefalismo de los que sólo se ven el ombligo, o cuestionar (Shade) las perniciosas políticas culturales del establishment. ¿Toda esta gente joven se está reuniendo? ¿Están peleados? ¿Tienen bandos, como tienen novenas en el Germán Pomares? ¿Cuáles son sus armas culturales más importantes: sus blogs, sus rondas de guaro, sus publicaciones, su intimidad, sus amistades con derecho, la micronación que llevan y que piensan narrar de aquí hasta que se mueran?

Yo sigo pensando en la narrativa, no en la poesía. Porque creo que para la narrativa le es más difícil escapar del mundo, le es más difícil disgregarse, ignorar lo Indecible [la operación ideológica, el lenguaje como arsenal de dominación, el truco de consuma-cultura como forma de "experimentar/pertenecer/transformar el mundo" cuando en realidad únicamente estamos repitiendo el ciclo mercantil del objeto cultural] -aunque hay algunas personas muy buenas en eso-. Además, como pienso en otro escrito, al escritor le es más difícil escapar de los hombres que el poeta. Al escritor lo podés cazar desde una loma, y le podés tirar con una tanqueta, incendiarle el rancho. Al poeta lo tenés que ir a buscar con un sniper, es escurridizo.

Me gustaría escuchar las críticas de los otros narradores.(5)

(1) Revista "El Hilo Azul", no. 3, 2011.

(2) Leída en El Salvador, 2011.

(3) Esta sentencia, y hablando desde lo personal, si recayese sobre mí, sería realmente lapidaria. Y si mis viejos la viesen recaer sobre mí, sería depresiva: ellos me entregan un país que gastó su cartucho, roído por el neoliberalismo, y yo me conformo con no transformarlo. Y si mi hij@ le viese recaer sobre mí [una hipotética tercera situación generacional], sería simplemente triste: recibí un cartucho usado, y me limité a traspasárselo, como diciendo "Tomá, a ver vos si hacés algo". Pero bueno, bien, no seamos demagogos: ni en poesía ni en narrativa nos preocupa el padre o el hijo. Sólo nos preocupan dos cosas: el presente, y, los más ambiciosos, la posteridad.

(4) No puedo ponerme a polemizar con la narración de Eunice Shade, primero porque no soy poeta, y segundo porque no estoy en Nicaragua como para absorber la realidad que ella absorbe [aunque, como dije, no considero que "estar-en-Nicaragua" sea una especie de mérito o medalla literaria imprescindible que debe ostentarse para poder platicar aquí. Como digo, no puedo polemizar, pero sí encuentro esta narración bastante peculiar: primero que de entrada con el título "Algunos puntos sobre las íes" ya se nos da una lección y se nos pone en nuestro lugar; segundo, realiza un bombardeo al establishment absolutamente refrescante, específicamente sobre las políticas culturales, y yo me animaría a decir que me encantaría saber más, a través de ella, de todo lo que ocurre, sin pelos en la lengua; pero por otro lado, y confirmando a Ruiz Udiel, realiza una desastrosa e infantil entelequia de la "Creación", casi pidiendo que respetemos la "Creación" de los poetas sólo por la "Creación" misma, lo que sea que eso sea. Como si la "Creación" fuese una especie de crisol en el aire, prístino, sagrado e inviolable, y no un lugar donde se dan a diario, verdaderas guerras culturales. Estas guerras culturales no están para bromas y "Creaciones", y el proceso de estos conflictos culturales se comunican directamente con la forma como los estamentos de la sociedad reproducen, en su propio imaginario, las relaciones de dominación. Pedir que se respete la "Creación" es como pedirle a un bolche que "no haya clases".

(5) Por ejemplo, ese protagonista ineludible: ¿dónde está el kitsch nicaragüense? ¿O es que Nicaragua es una especie de paraíso privilegiado, inmune al kitsch? Discutir sobre esto.

sábado, 21 de julio de 2012

Cuestionar la nicaraguanía con héroes alternativos


Leí El patio de los murciélagos, de Luis Báez, el año pasado, es decir, ya con trece años en el exilio. Además de las cuestiones estéticas, que los especialistas sabrán(1) mejor que yo, me vine a encontrar una cosa muy curiosa, que no se correspondía en nada con la nicaraguanía que me había sido inculcada, juntada como con piezas de legos, durante los 80's y los 90's: encontré, en Adolfo Báez Bone, un héroe narrativo absolutamente alternativo.

En ninguna parte del imaginario social que recibí yo durante ese par de décadas, y que supongo que es el compartido con la mayoría de los otros, aparece Adolfo Báez Bone. Conociendo su historia (un ex-integrante de la Guardia Nacional que, conspirado, intenta asesinar a Anastasio Somoza García), uno puede ver por qué: no formaba parte del Panteón de los Héroes, no estaba en la nicaraguanía "oficial", hegemónica, que recibimos, y que fue la de la RPS, para los 80's, y la de la desmitificación de la anterior(2), para los años 90's.

Para esta nicaraguanía "oficial" teníamos todo a disposición: literatura, música, artes plásticas(3), pero sobre todo la música. Y todavía quiero añadir un gesto semiótico muy potente que podíamos ver en todos lados, algo que podrá parecerles una babosada, pero que bien mirado, y si alguien se pone a analizarlo semióticamente, tiene un valor simbólico tremendo: las mismas matrículas de los carros decían, en sus leyendas, "Nicaragua Libre". No todos los automóviles del mundo declaran al empadronador del parque automotor como "Libre".

De cosas como éstas es que se forjó la nicaraguanía de la que les hablo, una nicaraguanía meramente urbana, y mezcla chocante, brutal, de dos proyectos, completamente autoexcluyentes. Y en ninguno de ellos estaba Adolfo Báez Bone.

Por ejemplo, no estaba Adolfo Báez Bone porque, si bien Ernesto Cardenal le escribió un Epitafio, este obra, este poema, fue aplastado por un vehículo muchísimo más poderoso: la canción "La tumba del guerrillero", de Carlos Mejía Godoy. Aunque el poema de Cardenal era para Báez Bone, no funcionaba así, porque Báez Bone no estaba en el Panteón de la Revolución. O por lo menos yo siempre me lo he imaginado así, incluso después de saber la historia de Adolfo Báez Bone: yo escucho "La tumba del guerrillero" y no estoy pensando en el héroe originario al que Cardenal escribió Epitafio. En vez de eso, me estoy comunicando, automáticamente, con los mitos de mi juventud: la guerrilla, la guerra civil, la Contra de pronto en la ciudad, en los noticieros, dándose las manos, inclusive, si quieren, la Contra en el modus sensacionalista y amarillista: un 3-80 muriendo baleado, en un parqueo, con el Hotel Intercontinental mirando. Así que no había Báez Bone. No había un "barrio" Báez Bone, un "reparto" Báez Bone, una brigada Báez Bone, ni tampoco un gigantógrafo, una aerolínea, un sello postal. Lo que quiero decir es que, efectivamente, en la nicaraguanía, en lo que podíamos identificar simbólicamente unos con otros, este personaje no existía.

Pero haberme encontrado a este héroe en El patio de los murciélagos es de lo más raro, para mí. Porque esta narración cuestiona en cierto modo la nicaraguanía "oficial". Es decir, que el héroe que casi nadie tuvo de pronto aparezca erigiéndose en discurso, teniendo discurso, siendo discurso, contestando un discurso, implica que este libro cuestiona el discurso de la nicaraguanía oficial, implica que la nicaraguanía que atestigua este libro no es la misma que la nicaraguanía "oficial". Y creo que esta brecha crítica no es estética, sino política. La diferencia no está en la intentona tipográfica, o en las llaves sinópticas. La diferencia está en que dice 4.4.54 y no 22.8.78, o mejor, 21.9.56, por poner un ejemplo. En el último ejemplo, tenemos Margarita está linda la mar,(4) de Sergio Ramírez, que se comunica, casi danza, con una nicaraguanía donde el héroe, Rigoberto López Pérez, posee una identidad muy fuertemente solidificada, y es apenas cuestionable: estuvo hasta en el Estadio, estuvo en los billetes, en el chanchuyo.

La pregunta que yo les hago desde el exilio, entonces, es: ¿qué héroes vamos a encontrar los que regresemos? ¿Quiénes van a ser los protagonistas de los discursos? ¿Qué van a estar mostrando los billetes, las matrículas de los automóviles? Estos nuevos escritores, ¿qué consecuencias políticas, en tanto que críticas, van a urdir en sus obras? Al escoger estos héroes alternativos [¿dónde está el libro de la Contra?, ¿y dónde está el libro de los Analfabetos?], ¿cuestionan la nicaraguanía, la atacan, o sólo le pasan la mano por arribita, como diciéndole "tranquilo, pipe"?

(1) Tenemos esta respuesta desde el establishment, en "Luis Báez, juventud y abyección: imaginarios post-insurgentes", de Ileana Rodríguez, pero donde no se nos dice absolutamente nada de Báez Bone, ni de la operación política que representa el que un héroe alternativo se entrometa, como si nada, entre todos los otros naipes de héroes que Luis Báez tenía a su disposición; y no se nos dice nada aún cuando el mismo autor declara que la parte de éste héroe es la más central a su libro, y que incluso tiene pensado escribir un libro enteramente de ese tema. En la crítica se te anuncia de entrada que se utilizará a Julia Kristeva y Giovanni Arrighi, como si eso fuese una especie de garantía de acierto crítico. Obviamente es difícil discrepar con Kristeva y Arrighi.

(2) Con cambio incluido de la simbología en el papel moneda [se fue Rigoberto López Pérez, vino Rubén Darío, se fue Benjamín Zeledón, vino Miguel Larreynaga, se fue Augusto C. Sandino y vino... el conquistador, Francisco Hernández de Córdoba, en aquellos billetitos de juguete que eran los centavos]; cambio en el titular del Estadio Nacional [otra vez se fue Rigoberto, vino Dennis Martínez, año 1998]; y un cambio... sustantivo, para uno que era chavalo en ese momento: la aparición de la Contra en el imaginario social urbano [aunque de todos modos limitada porque, por ejemplo: no te encontrabas con los hijos de los contras en ese lugar radicalmente subjetivante como lo es el colegio]: antes la Contra estaba lejos, en algún lado, detenida por los Cachorros, y ahora, en los 90, con la Contra podías negociar, podías mostrarla en la televisión, desmovilizándose, podías poner las palabras de un Contra en el periódico, y hasta no tenías que decirle Contra, sino "Resistencia Nicaragüense". Y es que Contra mismo era una palabra de una nicaraguanía que de pronto se extinguió.

(3) Tengo aquí a la vista la primera edición de ese hermoso libro La insurrección de las paredes. Pintas y graffiti de Nicaragua, con introducción de Sergio Ramírez, textos de Omar Cabezas y Dora María Téllez, ellos mismos héroes del esfuerzo épico, aunque no en el Panteón, claro está. Este libro está editado por esa verdadera máquina-de-producir-patria: La ENN: Editorial Nueva Nicaragua.

(4) Escribe Terry Eagleton: "Como las más eficaces formas de poder, la alta cultura se presenta simplemente como una forma de persuasión moral. Además de otras cosas, es un instrumento por medio del cual un orden dominante se forja una identidad propia en piedra, palabras y sonidos. Su efecto es doble: intimidar, pero también encantar" [La idea de cultura, p. 87]. Ahora probemos a reemplazar "alta-cultura" por Margarita está linda la mar.