Discusiones centrales

.- ¿Existe una generación de escritores nicaragüenses emergente? /
.- Relación de estos nuevos escritores con el establishment literario nicaragüense /
.- Literatura nicaragüense en el exilio, y cómo esto se relaciona con el país como narración nacional /
.- Literatura como actividad política. ¿Cómo la percibimos dentro y fuera del país? /

miércoles, 18 de julio de 2012

¿Quién es establishment? (a propósito de "Establishment, los generacionales y los intérpretes"


Aprovecho este muy pertinente diálogo “generacional” que se ha querido iniciar a raíz del proyecto #los2000, para tratar de inferir, con no otro fin y utilidad que mi esclarecimiento personal, en un par de temas que, desde donde yo veo el asunto, me son un poco turbios. De cualquier forma, estoy seguro que la corrección de estas líneas de parte de alguien mejor informado o, en el mejor de los casos, su refutación, echará alguna tenue luz sobre este diálogo.

Hablamos de generación, entonces creo que es inevitable, como muy certeramente lo señaló Topogenario en el primer aporte a este blog, hablar de sucesión y de ruptura como términos antagónicos. Aunque muchos prefieran no verlo, pienso que en la literatura, y más aun en la actual literatura nacional, hay un punto en el que uno asume desde su obra una de las dos posiciones (con cierto grado de consciencia si se es afortunado) respecto a la generación precedente, o más directamente, respecto a las estructuras tradicionales y al discurso que la generación precedente ha establecido, ya a nivel estético, ya a nivel político.

En Nicaragua se sabe de sobra que los avances significativos en las letras, las artes y la cultura en general (tan escasos como profundos y tan trascendentales como reversibles), se han producido gracias a procesos de ruptura concienzudos y lúcidos con las estructuras establecidas. Si tenemos en cuenta el estéril panorama de nuestra literatura actual, resulta un poco inquietante percibir la indiferencia de quienes constituyen la generación literaria emergente hacia cualquier lectura crítica acerca de las condiciones y estructuras que se nos imponen, a nivel político y literario.

Lo interesante resulta que estas generaciones sosegadas e indiferentes se encuentran ante un establishment que si bien traza y delimita la cancha sobre la que se juega la más actual literatura nacional, carece de contenido o de voluntad para dictar e imponer sus reglas, es decir, su propio discurso oficial que, creo advertir, se basa en un respeto irracional y casi reverencial a la costumbre.

Cuando pienso en nuestro “establishment” me cuesta percibir una estructura concreta, con una identidad, una unidad de discurso, y una agenda literaria. Nuestro actual establishment literario es más una red tácita de instituciones antagónicas y heterogéneas. Los fondos editoriales y los espacios literarios son para los que mejor gestionan, para los que hacen lobby y se logran visibilizar ante los grupos que suelen dirigir dichas instituciones. Quizá se pueda deducir una regla: los espacios son para los que no polemizan ni hacen mala cara, para los que quedan bien con los gestores que los administran, para los que son políticamente correctos y llenan el perfil institucional, para los que están tranquilos y cómodos con las actuales estructuras. Para los que no tienen más pretensiones, que ingresar y visibilizarse en sus canchas. Para ello, uno deberá ponerse los colores del equipo, reverenciar su tradición y hasta heredar sus viejas rencías.

Quizá la reverencia a la tradición literaria nacional sea uno de los puntos que tienen en común las entidades que tejen el establishment literario actual. También presiento que tal reverencia constituye menos un acopio crítico del canon literario nacional, que un síntoma de su parálisis.

Alguien decía anoche, durante la presentación de Javier González en #los2000, algo como que en Nicaragua nos mantenemos fieles a la tradición, y que todos somos carlosmartinianos, o exterioristas por Cardenal, y etcétera. Temí percibir en sus palabras algo parecido al orgullo por algo que, al menos para mí, constituye una de las raíces del mal que aqueja no solo a nuestra literatura nacional, sino a nuestra realidad general: la reverencia casi religiosa e irracional a todo lo que se nos impone como costumbre. Pienso, en lo personal, que la tradición está para ser reverenciada, pero también para ser criticada, para ser comprendida, para ser refutada, para ser ponderada y puesta de lado, si es que se quiere seguir adelante, si es que no queremos seguir siendo carlosmartinitos o cardenalitos o, mucho peor todavía, ramirecitos o bellicitos por otro medio siglo.

Hay muchísima literatura que ha quedado por fuera del discurso literario dominante en Nicaragua, casi tanta como escritores actuales que la desconocemos. Hay una parte muy sustancial, y quizá la mejor, de nuestra literatura actual que queda por fuera de la escena y de las estructuras del establishment de Managua. Pero en verdad que para nosotros es más cómodo seguir imitando y haciendo mínimas e intrascendentes ampliaciones (y cuando digo nosotros no sé, realmente, de quiénes hablo) a corrientes literarias que eran novedad hace cincuenta años, y convertir esa imitación obstinada en un aglutinante más o menos efectivo para que nuestros versos intrascendentes cuajen en un poema exteriorista o carlosmartiniano, cuyo fin es disimular sus propias carencias. Y nos damos por satisfechos porque ya podemos leer nuestro poema a nuestro círculo de tragos, y eventualmente en un recital, donde se elogia para ser elogiado (ya por la influencia carlomartiniana, ya por el paralelo con Octavio Paz o por el giro hacia Mejía Sánchez en los últimos versos). Llegado a este punto, uno ya es todo un literato nica del siglo 21. Nos coformamos con escribir bien, con que nuestros versos cuajen, aunque no signifiquen nada, aunque hace 20 años ya estaban fuera de vigencia. Sí, suena muy cómodo. Pero me temo que esto no es ningún hallazgo, y que estamos acomodados sobre los que se acomodaron sobre los que estában cómodos con las estructuras tradicionales de sus épocas, y la ruptura deberá ser estrepitosa.

Dice Erick Aguirre –quien, por forfeit, es el mejor crítico de nuestra literatura actual--, en un artículo de 2010 titulado ¿Ha muerto la literatura nicaragüense?:
Los criterios de selección y ordenamiento cronológico de los más recientes “panoramas” de la poesía y el cuento de ficción en Nicaragua detienen su proceso de estudio y selección en las décadas 60 y 70 del siglo XX. (…) Las razones de este significativo corte cronológico en el registro del proceso evolutivo de nuestra literatura contemporánea, manifiestan una visible voluntad de cerrar sin mayores esfuerzos de estudio y exploración de las nuevas tendencias, el más reciente ciclo de la literatura moderna en Nicaragua, y pretende dar por entendido que con tal ciclo también se cierra una forma de concebir el arte poético y narrativo, así como las maneras de expresarlo.

Aguirre achaca esto a un desdén o falta de capacidad crítica de los historiógrafos oficiales de nuestra literatura (básicamente J. Valle Castillo, J. E. Arellano, Cardenal y S. Ramírez) hacia la ruptura profunda y consecuente evolución en la forma en que se hace literatura en Nicaragua, y que ya no resulta comprensible dentro de las trasnochadas concepciones tradicionales de lo que es arte. Aunque sí hay mucho de eso, y la observación me parece valiosísima, quizá yo no sería tan generoso con las nuevas generaciones. Quizá lo interesante acá, sea que no es la nueva generación la que siente la necesidad de ruptura, sino, de alguna forma, son los viejos modelos, las concepciones tradicionales y sus estructuras las que empiezan a ceder y sucumben, porque la naturaleza y el verdadero valor de cualquier corriente o tradición literaria es ser superada, pero sucumben con todo y las nuevas generaciones, que se rehusan a desprenderse de la tradición.

A mí me parece que este significativo corte cronológico en el registro de nuestras letras, lo que hace es poner la pelota en la cancha de las nueva generaciones, y que las nuevas generaciones, embelesadas por la comodidad de la sucesión, lejos de hacer el gol, de sacar la pelota de la cancha o, ya por último, de ponerla en una pica, más bien la regresan, tímidamente y sin saber qué hacer, a las manos de las estructuras tradicionales.

Pero mi visión sesgada y maniqueísmo seguramente correspondan a un ímpetu de juventud irracional, y uno no debería ser tan severo, porque realmente “quiere huevo” romper con una tradición. Porque la tradición es tradición precisamente porque se hace pasar por la única realidad posible. El grado de verdad que esto tenga solo lo determina nuestra actitud hacia esa tradición, por eso la importancia de tener un mínimo de consciencia crítica, para tener evitar la parálisis. Quiere huevo, porque esto no es nada nuevo. Insisto: el asegurarse espacios mediante la armonía y la sumisión a la generación precedente no es ningún hallazgo de esta generación. Continúa Aguirre:
El discurso crítico de la mayoría de los compiladores responsables de tan incompletos “panoramas generales”, siempre ha subrayado la supuesta preponderancia histórica de una “armonía inter-generacional” en la literatura nicaragüense, es decir que, después de la Vanguardia, nuestra literatura se ha caracterizado por una notable ausencia de rupturas generacionales.
E, irónicamente, muchos de los puntos literarios de la Vanguardia, contrapuestos al panoráma actual, recobran su vigencia y actualida, lo cual es alarmante y no solo indica parálisis, sino también retroceso. Los cambios, los altibajos y los vaivenes más significativos que ha sufrido nuestra literatura en las últimas décadas han sido más políticos que literarios. La literatura, en toda Latinoamérica, y por supuesto en Nicaragua, se convirtió allá por los 70 en un poderoso instrumento de lucha política e ideológica, y luego en un instrumento de poder a secas. Quien tenía la palabra, imponía su memoria. Floreció el testimonio. Su lugar trastocó y trascendió lo literario. La literatura giró hacia lo político. Los mejores lograron el balance político y estético (pienso en Lizandro Chávez y en el primer Sergio Ramírez). Los gobernantes escribieron sus memorias oficiales durante los 80 y sentaron la base de la nueva historia de nuestro país. Se impuso la memoria de los vencedores. Se satanizó la memoria de los vencidos (¿dónde está la voz de los contras, o de los torturadores o de los yanquis en nuestra literatura? Después de la obra de Lizandro no la veo por ningún lado). Se institucionalizó la cultura. La literatura ya era más que un espacio literario. Los políticos publicaron sus memorias y regresaron a su política, los intelectuales publicaron sus memorias y se dedicaron a la tímida disidencia y dizque se preocuparon más por la estética y la ficción. Ya en la época de nuestra “democratización”, el híbrido literato-disidente-político que surgió de nuestras revoluciones instaura su tradición y su influencia a través ya no de un ministerio, sino de una organización no-gubernamental (porque, no sé si debo mencionar que estas figuras intelectuales que tuvieron protagonismo político son quienes centralizan la mayor parte de la cooperación que entra para cultura), entonces surge el CNE de Cardenal, con su Hilo Azul. Sergio Ramírez con Carátula y unos cuantos ahijados. Francisco de Asís Fernández con su festival de poesía. Nuestro gobierno inconstitucional, cuyo fin parece ser aniquilar la cultura y el pensamiento en general. Son ellos quienes poseen los espacios de proyección literaria. Los criterios para acceder a dichos espacios, salvo rarísima excepciones, no son eminentemente literarios. La crítica nacional no existe, y sospecho que muchos de nuestros escritores actuales agradecen que así sea.

Quizá sea ésto lo que más influye sobre esta generación: la insitucionalización de la literatura, la gestión en detrimento de la calidad literaria; porque nos vamos moldeando bajo estas estructuras, y nos acostumbramos a que el éxito literario cada día tiene menos que ver con una búsqueda literaria, con toda la incomodidad que ello implica, y más con poses y auto-gestión que ha devenido en una especie de farandulilla literaria caricaturesca y anquilosada.

Entonces, pienso, que no es de sorprender que en esta última década, la de la auto-gestión, la del escritor-gestor, pese a lo profuso y variopinto del panorama literariao y la agenda artística de Managua y algunas cabeceras (recitales, grupos literarios, premios literarios estatales y no estatales, conferencias, ponencias, presentaciones de libros, muchísimas publicaciones oficiales, independientes e institucionales, recitales/performance, exposiciones, incursiones interdisciplinarias, auto-publicaciones, arte experimental y alternativo, y un largo etcétera), la producción literaria sea absolutamente intrascendente y no represente nigún aporte significativo ni siquiera para la tradición que amplía.

Está bien que Adiak no quiera tener compromiso político hacia la realidad de su país, lo cito: “mi literatura no está contaminada por política sino al revés, contamino la política con literatura”, esto es un derecho individual de cada escritor, pero bueno, que al menos tenga algún compromiso estético con su obra. ¿Cuál es el mérito de su novela? Que es la primera escrita por un autor de su generación. ¿Qué ofrece literariamente esta novela? ¿Por qué es la más vendida? ¿Porque es lectura obligatoria en tres universidades --por gestión del CNE-- o porque tiene tanta calidad literaria como para llamar la atención del indiferente o acaso inexistente público lector de nuestra literatura? Y es solo un ejemplo paradigmático. Supongo que es necesario aclarar que no tengo ningún motivo personal para atacarlo y que si lo cito, es porque me parece pertinente dentro del tema. 

No sé, pero sí estoy seguro que actualmente nuestros mejores autores son prácticamente invisibles en el panorama de cocteles y gestores que constituye la parte influyente de nuestro establishment. Los escritores que podrían dinamizar el asunto, desde el punto de vista literario, no tienen ninguna influencia sustancial, más que como gestores de becas. Se sabe de ellos de lejos, por premios internacionales o por sus bestsellers.

Entonces pienso... si no es a literatura, ¿a qué jodido estamos jugando?

La literatura en Nicaragua ahora puede perfectamente ser mala y trivial y aún así tener éxito e importancia. A mí, y puede ser pura irreverencia mía, esto me parece algo para preocuparse.

Creo sinceramente que mientras no se rompa con todo ese aparataje, mientras sigamos sin querer tocar la tradición literaria porque es sagrada, y no la querramos comprender en sus repercusiones políticas; mientras no se haga la síntesis con la historia de la que somos producto inmediato, seguiremos sin identidad, seguiremos sin propuestas, y nuestro panorama literario seguirá perdiendo, poco a poco, su significación literaria.

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