Discusiones centrales

.- ¿Existe una generación de escritores nicaragüenses emergente? /
.- Relación de estos nuevos escritores con el establishment literario nicaragüense /
.- Literatura nicaragüense en el exilio, y cómo esto se relaciona con el país como narración nacional /
.- Literatura como actividad política. ¿Cómo la percibimos dentro y fuera del país? /

sábado, 28 de julio de 2012

De Roberto Carlos Pérez: "La traicionada Generación del Desasosiego"


Era el fin del imperio español. El hundimiento del buque USS Maine, en las costas de La Habana el 15 de febrero de 1898, provocó el estallido de la Guerra Hispano-Estadounidense. Frente a los barcos acorazados con el acero de Pittsburgh, las naves españolas resultaron inofensivas. España perdió así sus últimos bastiones en suelo americano y asiático, y debió doblegar la cabeza como en su día lo hicieron Grecia y Roma. Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas pasaron a manos de la nueva potencia, liderada por el entonces presidente estadounidense William McKinley.

Abatida, la Madre Patria se hundió en una crisis espiritual que arrastró consigo a poetas, filósofos e intelectuales, forzándolos a entablar un debate sobre la esencia misma de ser español. No sólo fue el eclipse del imperio colonial lo que los obligó a mirarse hacia dentro, sino el hecho de saber que el país se encontraba en la miseria mucho antes de que los Estados Unidos les arrebatara los últimos dominios en las Antillas y el Pacífico. Al mando del imperio que zozobraba estaba la reina madre María Cristina de Habsburgo, pues el rey, su hijo Alfonso XIII, era apenas un niño.

Tras la derrota los intelectuales españoles, en su mayoría muy jóvenes, cayeron en cuenta de que los circundaba una amarga realidad. Existían dos Españas: la oficial representada por la imagen de poderío que el Estado se empeñaba en sostener y la otra, empobrecida y desprovista de toda gloria y magnificencia. Atrás habían quedado la Conquista y la Colonia. Angustiados, trataron de responderse cual había sido su mal y su pecado, y qué caminos los habían conducido a tal fin. Voltearon la mirada hacia los pilares del idioma y releyeron cuidadosamente a sus clásicos: Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, José Cadalso, Mariano José de Larra, por citar algunos ejemplos, para con esto iniciar una reflexión de lo que era y había sido España.

Si bien la búsqueda estaba guiada por la idea de encontrar una esencia española, se trataba de una esencialidad más bien histórica, pues a través de los maestros del Siglo de Oro, vieron a la España imperial con nuevos ojos y sacaron de sus lecturas conclusiones que la historia oficial del país no contemplaba.

Fue Azorín quién en 1913 bautizó el grupo con el nombre que hoy se le conoce en artículos publicados en la revista ABC y luego reunidos ese mismo año en Clásicos y modernos. «Para los que vivimos en España –dijo el novelista y crítico literario–, para los que sentimos sus dolores, para los que nos sumamos –¡con cuánta fe!– a sus esperanzas, existe un interés supremo, angustioso, trágico, por encima de la estética. Desearemos la renovación del arte literario; ansiaremos una revisión de todos los valores artísticos tradicionales; mas esas esperanzas y esos anhelos se hallan englobados y difusos en otros ideales más apremiantes y más altos».

Un siglo después, un debate similar se cierne sobre la que antes fuera una colonia española y cuya independencia, así como la del resto de Hispanoamérica, al debilitar a España, había hecho posible la Generación del 98. La nueva generación nicaragüense no usa fechas memorables y aborrecibles, aunque sí un nombre dado por Gioconda Belli en 2005 y que ya se ha popularizado: Generación del Desasosiego.
Quizás hubiera sido mejor tener una fecha para nombrar y ubicar a los escritores que irrumpieron en la escena literaria nicaragüense a partir del nuevo milenio (tal vez por eso algunos la llaman Generación del 2000), o quizás está bien asumir el desasosiego como actitud vital y permanente en la nueva escritura. Sólo el tiempo lo dirá. Lo importante e innegable es que esta generación literaria está marcada por la revolución sandinista y la posterior guerra civil, puesto que sus integrantes crecieron o nacieron en ella.

Aunque las grandes incógnitas sobre las generaciones fueron respondidas mejor que nadie en lengua española por José Ortega y Gasset, quien fundó su teoría bajo sólidos cimientos filosóficos y sociológicos a partir de ensayos que se encuentran en El tema de nuestro tiempo (1923), las inquietudes sobre el asunto surgieron en la Alemania del siglo XIX, o sea la Alemania imbuida en el Romanticismo. Así, descubrimos en filósofos como Leopold von Ranke y Wilhelm Dilthey, preguntas claves que luego serían respondidas y ampliadas por intelectuales españoles. Porque fue en España donde la teoría de las generaciones alcanzó mayor desarrollo, no sólo por el estudio de Ortega y Gasset sino por los que llevaron a cabo Pedro Salinas y Julián Marías, entre otros.

Pues bien, puestos a precisar definiciones acerca de esta generación que hoy pugna por un espacio en las letras nicaragüenses, caben preguntas de gran importancia. ¿Qué es una generación? ¿En qué consisten sus esperanzas y anhelos? ¿Qué motor la impulsa o qué fuerzas la motivan a marcar un derrotero en la historia? ¿Existe una nueva generación de escritores en Nicaragua?

Aunque tal vez sea muy prematuro asegurarlo –quizás lo mejor de esta generación está por venir– la respuesta a esta última pregunta resulta obvia y contundente: sí. Basta mencionar algunos nombres para demostrar que en el panorama literario nicaragüense existen nuevas búsquedas, nuevas propuestas y nuevas voces que manifiestan rasgos que no se habían visto nunca en el país.

En primera instancia salta el nombre de Francisco Ruiz Udiel. Es su poemario Memorias del agua, notablemente concebido tras largos años de aprendizaje y publicado póstumamente en 2011, el que escinde la poesía nicaragüense en antes y después. No existe una imagen, un verso o un recurso lingüístico mal empleado en dicho poemario. Esa voz serena y sin rencor no se escuchaba en Nicaragua desde Rubén Darío.

Despuntan también en calidad La escritura vigilante (2005), de Ezequiel D’León Masís y La vigilia perpetua (2008), de Víctor Ruiz, pues los dos rescatan ritmos y formas clásicas como el soneto, ausentes en la poesía nicaragüense desde Ernesto Mejía Sánchez. Ambos libros resultan admirables en un país que, a pesar de tener una rica tradición poética, en las últimas décadas pareció haber perdido el sentido musical y rítmico de la poesía.

Por su parte, la narrativa goza de buena salud. Ejemplo de ello son algunos cuentos verdaderamente antológicos y que parecen decirnos que la narrativa está adquiriendo nuevos brillos en Nicaragua. La manada –perteneciente al Patio de los murciélagos (2010), de Luis Báez– hace gala de un lenguaje ágil con el que revela a una Managua urbana asediada por seres primitivos. Con este cuento, el género fantástico –que no se veía desde El ángel pobre, de Joaquín Pasos–, entra por la puerta grande en nuestras letras contemporáneas.

Irónicamente, Primitivo, el relato con que inicia Historia vertical (2011), de Javier González Blandino, refleja una espeluznante realidad pero esta vez en el campo nicaragüense. La naturaleza y la violencia, en sus perfiles más terribles, cobran vida en el seno de una pequeña familia campesina cuyo único vástago padece retardo mental. Cansados de esta carga, padre y madre se recriminan uno a otro. El relato alcanza su punto más alto de tensión cuando la pareja forcejea descuidando al hijo, que se rompe el cráneo tras caer al fondo de un pozo. Tanto la trama como la desesperanza de Primitivo evocan el magistral relato La gallina degollada, escrito por un verdadero maestro del género: Horacio Quiroga.

Son estos, sin embargo, apenas una pequeña muestra del camino que hoy recorre la nueva literatura nicaragüense, un camino diferente si se toma en cuenta que en su mayoría, los escritores persiguen una búsqueda interior hacia lugares desconocidos. Esta nueva generación no pretende ensalzar el mundo exterior como por décadas lo hicieron poetas y narradores. Con ellos el exteriorismo, ese término tan ambiguo acuñado en la segunda mitad del siglo XX en Nicaragua, con el que se designa toda poesía anecdótica y narrativa construida con imágenes del mundo externo, ha quedado enterrado.

Claro está, el exteriorismo tuvo una función determinante en el desarrollo de la poesía nicaragüense, ya que con él se encarnó de manera impetuosa el ambiente represivo impuesto por la dictadura somocista, para luego hacer uso del modelo hasta la exacerbación con el triunfo de la revolución. Todo esto apunta, como ha de notarse, a que cada generación está profundamente marcada por los acontecimientos históricos que le toca vivir.

Como bien sugiere Pedro Salinas en El concepto de generación aplicado a la del 98 (1935), existen elementos constitutivos para que pueda darse como existente una generación literaria. «Es el primero, naturalmente –afirma el poeta y ensayista–, la coincidencia en nacimiento en el mismo año o en años muy poco distantes» Y continúa diciendo: «Sobre estos factores hay otro, el decisivo e indispensable para poder decir que existe una generación: lo que Petersen llama acontecimiento o experiencia generacional. Es un hecho histórico de tal importancia que, cayendo sobre un grupo humano, opera como aglutinante y crea un estado de conciencia colectivo, determinando la generación que de él sale. Este acontecimiento generacional puede ser un hecho cultural, como sucedió en el Renacimiento; o un hecho histórico general, como una revolución, una guerra, a lo que Peterson llama acontecimiento catastrófico».

Siendo así, ¿cuál es el sentimiento que sacude a la nueva casta de escritores nicaragüenses? Si tomamos por ejemplo los motivos que agruparon a la Generación del 98, con la que existen grandes paralelismos, se entiende que cuando hay un fracaso como nación, es necesario hacer una revisión histórica.
Esta generación, la Generación del Desasosiego, parece decirnos sin tapujos y sin lagrimeos que la revolución sandinista y la guerra civil que le sobrevino, la cual dejó un saldo de casi cuarenta mil muertos, fue un completo fracaso del que no ha podido sacudirse. Dicho de otra manera, la guerra y sus efectos sicológicos y sociales no terminaron con ella y más bien han cobrado nuevo significado ante la corrupción que sobrevino en el país y por la cual se sienten traicionados.

Tan profundo es el sentimiento de engaño que hoy sobrecoge a los jóvenes escritores, que las temibles figuras políticas que antes inspiraron grandes obras –los Epigramas (1961), de Ernesto Cardenal, Los monos de San Telmo (1963), de Lizandro Chávez Alfaro y ¿Te dio miedo la sangre? (1977), de Sergio Ramírez, por nombrar algunas– ya no apasionan y más bien producen recelo. En este nuevo milenio no se desea escribir sobre quienes han ostentado y ostentan el poder porque hacerlo equivaldría a inmortalizarlos. Por eso se ha vuelto a los temas imperecederos: el tiempo, el dolor y la muerte, lugares comunes de la literatura, aunque condicionados por la situación histórica en que vivimos.

La convulsa historia de la Nicaragua actual ya no es una bendición para las artes. Por eso, el rasgo que mejor congrega a la nueva generación de escritores es la preponderante necesidad de separar la literatura de la podredumbre social que la acorrala, sitiando también al artista. Lo que no desmoralizó –y más bien apasionó– a los escritores vigentes en el siglo pasado, parece repugnar a los de este siglo XXI. Gioconda Belli acertó: «Los monstruos de nuestro laberinto no son Minotauros: son los hombrecitos de los paraguas de Magritte. No inspiran pasión, inspiran lástima. De allí que estos jóvenes no encuentren en su entorno ninguna gracia poética».

Pero queda la esperanza de hacer un alto en el camino y llevar a cabo un repaso de la historia tal como lo hizo la Generación del 98. No sólo de la historia nicaragüense, sino más bien de la historia de nuestra lengua; asistir a sus más altas ocasiones, desde el Cantar de Mio Cid y El conde Lucanor, hasta Rubén Darío y los verdaderos pilares de las letras nicaragüenses del siglo XX, para no encarnar los mismos errores y las mismas tragedias, y así buscar respuestas a los problemas que, como nueva generación, debemos enfrentar. Porque es la lengua en su claridad y lucidez la que nos alerta de los fracasos que se han cometido en el pasado y los que se siguen cometiendo como país.   

viernes, 27 de julio de 2012

Ciegos


Una de los síntomas fuertes que apareció, recurrentemente, en las discusiones internas que se generaron a raíz de Crítica Generacional es el de que no nos leemos entre nosotros mismos. A partir de una propuesta concreta de Alberto Sánchez Argüello, se generó un nuevo espacio en forma de blog cuya consigna es la siguiente: conseguir, bajo una bolsa social común [Narradores nicaragüenses del 2000, esto es: todos los narradores nicas que empezamos a escribir/publicar en los 2000], que apareciesen concentrados la mayor cantidad posible de narradores, proponiendo sus textos, de preferencia ya publicados, para que sus mismos pares pudiesen leerlos, aunque sea una muestra, y tener un pantallazo inicial a la exploración estética que cada quien desarrolla.

El segundo objetivo, a más largo plazo, es el de -quien quiera y pueda- aportar lecturas críticas en forma de comentarios, partiendo de una mínima base ética, por supuesto, y sin ánimos de entablar guerritas personales o pasarelas de moda, sino con las mínimas fundamentaciones críticas que se puedan elaborar. Como todos los narradores aquí tenemos una personalísima Historia de la Lectura, este intercambio puede enriquecer esas Historias.
Esperemos que, aun aquellos que se aborrezcan por pertenecer a grupos antagónicos [élites antagónicas, al decir de Ángel Rama], o aunque seamos completos desconocidos [por ejemplo, con los que estamos en el exilio], por lo menos podamos decir "Bueno, nos leímos".

Hay varios potenciales beneficiarios más: la crítica literaria nica, los narradores regionales, el lector de a pie, el hermano establishment...

jueves, 26 de julio de 2012

Antihistoria


Si bien teóricamente cualquiera puede leer/hacer un blog, y cualquiera puede entrar caminando como un campeón a una librería, la pantomima de la democracia burguesa no nos dice nada de la normatización cultural en la cual debe estar bien entrenado un maje para, efectivamente, leer/hacer un blog, o para entrar en una librería y empeñar 200 córdobas en un ladrillo de papel(1). O sea: la democracia burguesa no nos dice cómo hacer para percibir como valioso leer/hacer un blog de literatura o caminar hacia una librería y entrar en ella, aunque sea a chusmear. Y aquellas veces que la democracia burguesa se anima a levantar una voz, ¿quién es su vocero, su vocero estúpido?: el mercado.

¿Por qué les planteo para platicar de esto, y reflexionar en cuanto a la actividad narrativa que estamos apenas desarrollando? Bueno, en primer lugar porque a la democracia burguesa no le interesa en absoluto que nos preguntemos esto, que lo charlemos. A ella le interesa que bebamos guaro y que nos sintamos bien siendo excéntricos. A ella le interesa que recorramos la más intensa estetización posible. Sólo le importa, en términos generales y casi autoayudistas, que escribamos nuestros libros, que nos sintamos bien haciéndolo, y si en la medida de lo posible podemos ser la misma clase social que los consume, mejor, todos los bollos en una sola cesta. O sea: que nos enrosquemos en nuestra élite cultural perfectamente normatizada, que al final del camino hay un tomito con tapas de cuero llamado Obras Completas.

Pero en realidad no se los planteo a platicar específicamente por eso -ya que pegarle a la democracia burguesa es más fácil que aventar agua-, sino, principalmente, por el Problema 2 de Ángel Rama. Rama tiene este hermoso libro, 10 problemas para el narrador latinoamericano, que está dentro de otro libro poderosísimo, La novela en América Latina, o bueno, no recuerdo ningún libro sin potencia de Ángel Rama. Pero regresemos al Problema 2.

El Problema 2 nos habla de Las élites culturales. Dice:

    La importancia del conjunto de los intelectuales como grupo social ha sido enorme en Latinoamérica a los efectos de la obra de creación: la debilidad cultural que durante un siglo caracterizó el medio social, diluyendo la existencia de un público consumidor específico, transformó a los mismos intelectuales en productores y consumidores simultáneos, organizándose un circuito cerrado de la cultura que sólo comenzó a ceder ya entrado el siglo XX, cuando el ingreso de las clases medias a la vida cultural. Por eso el fenómeno de élites, característico de la manifestación universal de la creación literaria, se vio acentuado en estas tierras por la restricción del público junto a la asunción por el propio intelectual de la condición de público lector.

Y acá, entre todas las variadas rectas que podemos platicar, quiero engarzar con el aporte que hizo Luis Báez. Porque en ese post Báez naturalmente pone el dedo en la llaga, es decir, narra esa elitización o farandulilla literaria, y sus vicios. Naturalmente, a él, como a muchos acá, por estar al fuera, en el margen, renuentes políticos periféricos ya sea activa o pasivamente, esa llaga no le duele; denunciar esa farandulilla no le viene en prenda.

Pero por otro lado, quizá su propuesta al final de su aporte es antihistórica. Lo digo en este sentido: también Luis Báez-productor-de-textos forma parte de una élite cultural. Cuando él plantea que rompamos con ese aparataje, que toquemos la tradición y que comprendamos las repercusiones políticas al respecto, no sólo plantea quemar al maestro, también está planteando en términos generales que tengamos un mínimo de consciencia histórica de dónde estamos parados, qué es lo que hacemos -escribir- y para qué. Abandonar la adolescencia estética con la mayor madurez política, si es que existe algo como la-madurez-política. ¿Pero qué pasa? ¿Por qué puede ser también un planteo antihistórico?

Miren lo que nos dice Rama aquí:

Aunque no convendría equiparar aquí las élites con las generaciones, ya que dentro de éstas funcionan a menudo diversas aglutinaciones minoritarias de escritores, contradictorias o complementarias, es cierto que las distintas generaciones de la cultura latinoamericana nos han ofrecido el caso de élites dominantes, de acuerdo a las líneas tendenciales que rigen cada nueva articulación de la cultura: las élites ideológicas de la burguesía mercantil revolucionaria; las élites del salón romántico político-nacionalista; las élites del positivismo universitario-desarrollista; las élites del modernismo ético-cultural, individualista y anárquico; las élites del regionalismo social; las élites del vanguardismo ciudadano, específicamente artístico, etc.

Es decir, además de volvernos a ratificar, por enésima vez, que no estamos reinventando la rueda sino repitiendo, rigiosamente, la historia literaria de América Latina, Rama también nos invita a pensar: muchachos, platiquen sobre las cuestiones de élites en las que ustedes están inmersos, identifíquense, difiéranse, en resumen: aléjense lo más posible del discurso populista, demagógico, We-are-the-world-We-are-the-children. Ponerle inicialmente esa veta de autenticidad, ese maldito grano de sal genuino.

Es importante que ahora, AHORA, no en nuestra presentación final de unas hipotéticas y pedorras Obras Completas, sino ahora que estamos en plena formación de estructuras mentales narrativas duraderas, conocer, reflexionar, discutir, e impugnar, acerca de cómo funciona y se reproduce ese circuito cerrado de la cultura, reflexionar cómo opera en nosotros. Porque esa veta de autenticidad que nos hereda Ángel Rama no apunta más que a una verdadera e íntima cosa: la autocrítica. Y porque ya después, una vez adquirido el vicio... ¿O es que ya está adquirido? ¿Ya lo único que queda es mirarse el ombligo? ¿Esto es una miradera de ombligos, o un lanzamiento crítico?

Si alguno de los nuevos narradores nicas aquí la tiene clara, clarísima, prístina como el agua, bueno, felicitaciones. Realmente, mis sinceras felicitaciones. En mi caso particular, no lo tengo claro. Y y todos los nuevos narradores que he ido conociendo en el transcurso de estas pláticas, tampoco. Quizá hay algún Adelantadísimo que sí. No lo sé. Sólo escucho un llamado a seguir a Harold Bloom para "hacer canon". ¿En serio? ¿Really? ¿Era todo por hacer un maldito canon? Wat da fak? ¿La consigna es "Hagamos canon"? ¿Puede sostenerse, a casi 30 años de la muerte de Ángel Rama, semejante miopía política? Algunos nuevos narradores no han querido platicar aquí, o no pueden, o no tienen tiempo [Problema 1 de Ángel Rama], lo cual es absolutamente entendible(2) o no les interesa [Problema 3 de Ángel Rama], o no lo sienten como algo pertinente, porque de última no somos más que a-poor-man's Balcans [Problema 4 de Ángel Rama], y así, y así ad infinitum.

Para cerrar, aquí dice el Monstruo, en ese Problema 4, El Novelista y la Literatura Nacional:

El novelista hispanoamericano sufre de un desamparo cultural nacional, del que a veces puede recuperarse por el lado del folklorismo (lo que fácilmente le impone una línea conservadora -la imitación de los estereotipos tradicionales de este inmóvil venero literario-, compensada con un evidente respaldo populista por la inserción histórica en su cuerpo socio-cultural) y del que normalmente trata de liberarse mediante su incorporación a la cultura universal de ese momento, que le presta la familia cultural necesaria aun a costa de evidentes falsificaciones. La huella de numerosos pies forman un camino en el bosque(3); mucho más si ya no se trata de huellas sino de creaciones artísticas que se encadenan y suceden. Pero para que ese encadenamiento, que es el fructífero, se produzca, debemos ratificar que el diálogo más auténticamente fecundo para un novelista, es el que entabla con otro novelista de su propia tierra o comarca. Y por diálogo entiende aquí, lucha, combate, enfrentamiento, afán ardiente de destrucción mediante la aportación de obras de arte, nuevas, originales, y a la vez capaces de diálogo porque pertenecen a la misma familia.

Más claro, echarle agua.

(1) Ey, qué digo entrar en una librería. Aún sin moverse de su casa, para que el maje elija entre una jugosa entrevista a Juan Goytisolo, en un canal cultural del cable, y un partido Barcelona-Almería en ESPN+, bueno, qué podemos discutir acerca de qué empresa de televisión sale ganando aquí.

(2) Varios narradores me han dicho, en privado, así como Javier González Blandino en su post: "¡No tengo tiempo!, cuando tenga algo para decir lo diré, pero me interesa, escribiré". De vuelta: Problema 1 de Rama.

(3) Como dicen aquí en Uruguay: ¡qlp!

martes, 24 de julio de 2012

ESCRITO EN QUINCE MINUTOS

Tengo quince minutos para escribir en este momento, poco tiempo para procesar tantos post con tan buen reflexión y peor aún, ya que estoy escribiendo directo en el blog sin borrador ni ni mierda...enfin, es igual ya que es como normalmente escribo todo lo que hago...

Yo nací en 1976 en Managua y entiendo buena parte de las perspectivas presentadas en el blog por topogenario y baez. En primera instancia he de decir que me sirve de aprendizaje ya que mi camino en esto de escribir ha sido más bien solitario y caótico, con brincos de años entre un cuento y otro... me interesa más la narrativa que la poesía, pero eso sí, al menos en los últimos diez años, mis busquedas han sido de contactar la realidad, de tejer historias que lleven mis perspectivas políticas sobre la realidad social, la cultura campesina, las luchas indígenas, el cambio climático, el autoritarismo, el patriarcado y más temas, que son los que me preocupan, en los que me interesa incidir.

Leo estos post y veo hablar sobre si se ha roto con el establishment, que si hay o no compromiso político, que si se escribe sobre otra nicaragua... pues yo tengo mis posiciones muy claras a este respecto, la mía, pretendo, sea una narrativa fijada en la tierra, que usa la imaginación y la ficción como herramientas lúdicas que permitan trasmitir una mirada distinta sobre problemáticas que me inspiran....

A Ramírez lo leí una vez, con tropeles y tropelías editado por ENN en los ochenta, aún tiene marcas de macadores de mi infancia, al comienzo me gustaban mas las figuras grabadas, pero luego leí efectivamente el libro y me gustó. No leí más de él... a la Belli solo le conozco las portadas de sus libros... curiosamente me enamoré de Juan Aburto, a Lizandro tampoco lo leí, algo de Manolo Cuadra y por el colegio mucho de Darío, nada de PAC, ni quiero.

Ahora tengo en mis manos ese librito de los #2000 y pienso leer el patio de Luis... yo en lo personal, siento que no he convivido demasiado con este sistema llamado literatura nicaragüense, no tengo impresiones personales sobre esos autores anteriores o recientes, bueno, miento, de los actuales que conozco algunos de cara y hasta de vida les guardo cierta simpatía como personas.

Sin embargo, estos post me han permitido conocer estos vaivenes que me eran ajenos, a mí que no he andado en talleres, ni en rondas de guaro, ni en concursos, excepto uno con libros para niños y otro con CANTERA y varios intentos fallidos con el CNE... y pues, me llama la atención lo de narrar el país y lo de los héroes alternativos, porque me identifico: yo quiero narrar desde una propuesta y compromiso político, si leen mis "leyendas" http://ofrendando.blogspot.com/search/label/Mis%20Leyendas verán de lo que estoy hablando.

Enfin, ya van terminando los quince minutos. Lo mío que comenzó en hojas de cuaderno, influido más por Borges y Aburto (ahora que releeo mis cosas) ahora está en línea, movido desde mi blog y últimamente en twitter... la experiencia es otra, y creo que sigo experimentando con distintos formatos pero siempre buscando trasmitir perspectivas y reflexiones desde mi propia consciencia política... y eso, "grasoso" como dice topogenario...

No sé si hay una generación del #2000 o si se ha roto con el establishment, pero si creo que este espacio construido en este blog es en sí un aporte inestimable para el dialogo generacional.

Fin de los quince minutos...

lunes, 23 de julio de 2012

Algunos puntos de Javier González Blandino

Con el permiso de Javier, cuelgo acá su respuesta en facebook a la última entrada de Topogenario en este blog, me tomo el atrevimiento de resaltar algunos puntos muy concretos:


-] Tu fraseologismo "optimismo pedorro" está como para acuñarlo. Sí, Topogenario, no vamos a coincidir un sinnúmero de veces, sí. Y esto lo celebro, incluso lo prometo. Yo no conozco términos medios, medias tintas, y sé que vos tampoco ni Luis, y muchos otros de los autores. La lisonja o la condescendencia son sucedáneos que no necesito. Ya me sobran otros defectos como para indigestarme con estos. No creo que haya que redundar al respecto. No necesito dar pruebas sobre esto ni Uds. a mí.

.-] Creo que el asunto del término generacional ha quedado atrás. A mí nunca me interesó. Tampoco ha sido necesario. El que necesite con apuro algún membrete para ir a subastarse o para reemplazar con esto el talento que no tiene como escritor, que se busque cualquier etiqueta absurda y que deje de estar molestando al resto de los autores. Me hace falta el tiempo suficiente para leer algunos libros que tengo pendientes y para mi trabajo en la universidad como para estarme dando de cabeza buscando un patronímico de mercado.

.-] Una buena parte de las valoraciones críticas que circulan impunemente sobre determinada obra o autor de esta generación, llevan en sus intestinos la falta de una verdadera documentación. Me incluyo en eso, lo confieso. Lo digo así: ninguno de nosotros (o la absoluta mayoría) se ha tomado el tiempo mínimo para leer a sus contemporáneos. No nos leemos. Ya sea por razones malsanas de personalismos, por falta de promoción de la obra misma, o porque simplemente no se nos antoja, pero hay un desconocimiento casi absoluto de lo que se está creando en conjunto. Somos unos desconocidos textuales. De ahí que lo que se publiquen sean conjeturas o especulaciones sobre tal o cual obra. De ahí que lo que estúpidamente se acostumbre a hacer es atacar al autor, y no refutar estéticamente su obra. No son argumentos inmanentes al texto, sino parrafadas llenas de resentimiento o de elucubraciones. De ahí que se guarden los comentarios [y este blog esté casi en blanco] porque no tienen absolutamente nada qué decir, nada qué argumentar más que injurias irrisorias o diatribas esquizofrénicas. Dicho esto, ya es una obviedad afirmar la urgencia que representa [o para los que lo creamos indispensable] un lectura detenida y con fines estilísticos [o hedónica en su defecto] de las obras en curso, pero una lectura al fin. Una vez que esta actividad esté marcha dejaríamos de encontrarnos, tan a menudo, con evacuaciones personales que no llevan a ninguna parte más que a los callejones sin salida de la confusión de muchos.

.-] Si bien se han publicado alguno que otro texto crítico con méritos innegables, no hay que olvidar que únicamente son aproximaciones sobre el fenómeno, iniciaciones importantes. Incluso breviarios, guías de televisión. Libros de bolsillo. Uno de los riesgos que se corren con estas publicaciones [creo que el único, pero ya de hecho insoportable] es la aparición y legitimación de autores en un directorio como si fueran Horóscopos Literarios. Esto tampoco va para algún camino.

.-] No tengo ninguna ambición mediática, ni de protagonismo literario. Ya sobreabundan los mesías literarios que saben hacer bien su trabajo al respecto. Cuando tenga algo qué decir, lo voy a decir de la única forma que sé hacerlo.P
or ahora, la intimidad con el texto es la única pretensión que tengo que declarar.

.-] Las verdaderas obras literarias de esta generación vienen en camino, Centinela. Seríamos demasiados pesimistas al pensar que esto era todo lo que había que ver, y que el agua se ha estancado. La literatura, incluso pese a nosotros mismos, sigue su caudal.

Meritocracias, meritócratas ¡uníos!


A raíz de las pláticas de este blog, que hasta ahora ha sido poca, he ido recibiendo mucha información: contactos con otros escritores que no me conocían, otros que sí me conocían [poco] de antes de esta iniciativa de discusión, otros que me conocen ahora y que quizá me ven como un outsider -con toda justificación, si se quiere-, y otros que me conocen de ahora, que han entendido la propuesta, que la propuesta no es mía o para mí, que tienen algo que decir al respecto, pero que puede ser que la estén viendo, sospechosamente, como un ejercicio más de meritocracia. Y saben qué: creo que estos últimos pueden estar teniendo la mayor razón de todos.

Un país donde los jóvenes no discuten las políticas de su cultura, ya lo sabemos, es un país con prácticas culturales perniciosas. Porque lo primero que ocurre es que otros -por ejemplo el establishment, o la casta política hegemónica- dan la discusión por estos jóvenes, que, a pesar de estar en el centro mismo de su nueva producción, impulsándola, no pueden menos que escribir y pensar el país que pueden, no el país que quieren.

Pero un país donde los jóvenes que discuten las políticas de su cultura son los meritócratas es peor que un país donde los jóvenes directamente no discuten. Los jóvenes meritócratas son como castas políticas chiquitas, microestablishments muy chiquitos, que están esperando su turno para ser los mismos adultos que hoy fusilarían con sus AKAs de papel, si pudiesen. Esto no da posibilidad a ruptura alguna. Aquí no se rompe nada. Aparece, sí, la tensión generacional, que es como el caramelo de una ruptura, pero no una ruptura misma.

Con meritocracia, y para que podamos discutir con los otros compañeros, ojalá que se sumen, me refiero principalmente a cuatro características: ser joven, ser escritor, ser nica/estar en Nicaragua, y haber-ganado-premios no son méritos. Culturalmente, en el fondo, a nadie le interesa que uno sea joven, que uno sea nica, que uno sea escritor, y que uno haya ganados premios de diversa índole. Incluso, si lo pensamos, hasta la misma promoción de premios narrativos en Nicaragua -donde la narrativa es escasa-, es decir, la burocratización del instituto de la narrativa [porque eso es un maldito premio: el crimen de un burócrata cultural], es casi una actitud delictiva contra el país, que además de enlentecer el crecimiento de los escritores [porque no podemos negar la carga simbólica que tiene "haber ganado premios"], nos provee de una refrescante política de reproducción de castas, clanes culturales, amigocracias, casi que mareros literarios, y demás vicios del sistema. Y yo creo que para esos vicios ya tenemos esa gran herramienta que se llama mercado, mercado cultural, como para que encima estemos reforzándola, con burócratas y meritócratas.

En estos dos días, he podido leer cuatro narraciones acerca del proceso "generacional" [casi exclusivamente centrado en poesía], que me aportaron gentilmente -algunas- estos escritores: una de Roberto Carlos Pérez(1), otra de Carlos M-Castro(2), otra de Rizomar Guillén [esta narración me la aportó Ulises Juárez, a través del fucking facebook], y una última de Eunice Shade, que ella publicó en su página, al cual accedí a través del blog de Leonel Delgado Aburto. Unas difieren de otras en aspectos que me parecen sustanciales, y que creo que sería fundamental que fuesen expuestas por sus autores.

Pero también comparten rasgos muy fuertes que, sumados al aporte de Luis Báez en este mismo blog, me incentivaron a estas ideas: 

i) las cuatro narraciones tratan fundamentalmente de poesía: bien, es excelente. De todos modos, yo quería discutir la cuestión desde la narrativa joven, yo no soy poeta, no sé de poesía. Yo pregunto: la mayoría de los narradores aquí, ¿escribe también poesía? ¿Los narradores piensan que establecer dos aguas, dos vertientes, una para la poesía y otra para la narrativa, es algo superfluo e inútil, que como en última instancia ambas tradiciones se van a comunicar entre sí entonces etcétera? La respuesta  a la pregunta anterior parecerá segura, y su resultado trivial [sería "Sí, es superfluo, juntemos todos en todo"], pero si la cosa es así, entonces una segunda pregunta, muy incómoda se presenta: ¿no hay futuro narrativo en Nicaragua? La narrativa, para aspirar a tener una mayoría de edad entre los jóvenes, ¿además de luchar contra el establishment, va a tener que luchar para no ser tragada por la poesía?  Quizá la discusión es fatua, porque no hay muchos narradores jóvenes, como para armar un cuadro de béisbol inglés, no lo sé. Como lo atestiguan las antologías, los choques grupales, las denuncias cruzadas entre escritores y las rencillas intestinas, sí que los hay. Sí que los hay. Bueno, ¿dónde están? ¿Qué están esperando para discutir? ¿O debemos reducir todo a nuestros textos, al estilo "Leamos y que cada quien saque sus conclusiones"?

No les planteo que platiquemos las cosas en términos de novenas de béisbol, por supuesto, pero tampoco me gustaría discutirlas en términos de "We-are-the-world-We-are-the-children", porque, en última instancia, la narrativa y la poesía no son lo mismo. Actuar como que si lo fuesen, sólo porque somos pocos, y al fin y al cabo los mismos que escriben poesía son los mismos que van a escribir narrativa, bueno, no sé qué hay al final de ese camino.

ii) las cuatro narraciones tratan fundamentalmente el pasado, lo hecho: en este sentido, son fieles a su término: narraciones. Atienden especialmente a la década del 2000, y enfáticamente a la poesía. Pero aquí yo quiero plantearles algo: aun si vos naciste en los años 70's, apenas contarías con unos 40 años. La enorme - enorme- mayoría del resto, si llega a los 30 años, es ya todo un avance. Lo que digo es: ninguna de estar personas está literariamente madura, algunos -como Guillermo Obando [1994]- apenas, apenas, están forjando el crisol de su propia voz, menos están para discutir lo que se ha hecho. O sea: que lo generacional no son galones en las hombreras [a menos, claro, que vos seas un meritócrata]. Pero sí están culturalmente maduros para discutir, plantear, en sus textos, en sus charlas, o en lo que fuere, el contexto en que van a aparecer sus textos. ¿Qué principios, más que literarios, culturales, insoslayables manejan? ¿O no tienen principios? ¿Quizá su principio es su ego, engordar su ego, quizá su ley es el solipsismo? ¿Esto es así? Estos narradores, ¿son gente que lee los hombres a su alrededor como lee el periódico? ¿O son escritores que no pueden leer el periódico sin pensar que esa cuarta de papel es un hombre entero? Como bien lo expuso Javier González Blandino, en #Los2000: todos nosotros apenas tenemos un libro publicado, más textos esparcidos por allí, pirateados, ".pdfeados", verdaderos demos musicales que con suerte le regamos a nuestro clan, a nuestras amistades con derecho. No hay ninguna obra gruesa todavía, ninguna obra cumbre. O si la hay, la desconozco. Y por lo que dicen estas narraciones, no la hay. ¿Mostramos la obra chica como si fuese una obra gruesa? ¿Nos gustaría, tajantemente, ya tener lista una obra gruesa que mostrar? ¿Es nuestra literatura el apéndice, la vesícula biliar de nuestro ego? ¿O es nuestra literatura el hígado de nuestra política?

iii) las cuatro narraciones tratan fundamentalmente de los mismos personajes: son narraciones muy coincidentes [la figura central, es, sin lugar a dudas, Francisco Ruiz Udiel {1977-2011}], como es natural, ya que provienen de sus protagonistas. Pero también de sus protagonistas viene una de las críticas más contundentes: dice Ruiz Udiel, acerca de los poetas: 

"También insistimos en la negación del diálogo, en la falta de coraje para enfrentar el trauma del fracaso histórico y en no asumir nuestro tiempo como la realidad que podemos transgedir. Sin duda, la falta de fe corroe el corazón de los poetas". 

Esto lo escribió Ruiz Udiel en el 2010, en su artículo "Joven poesía nicaragüense", acerca de la poesía. Y luego añade algo que me hace comprender por qué casi nadie ha escrito nada todavía en este blog, aparte de Luis Báez:

"Es más seguro creer en la desesperanza -porque del tedio inexorablemente salva- que enfrentarse a la visión cambiante de nuestra sociedad. El resultado es una caída al vacío, pues hacia adelante no hay visión, y hacia el pasado existe una negación radical. Nuestra generación, treinta y un años después del triunfo de una revolución, permanece en el limbo. En nuestra generación los poetas sólo escuchamos aquello que nos conviene escuchar, nos adentramos en nuestra ruina porque en el exterior el vacío y la "determinación de la desesperanza" nos agigantan, y la única forma de recuperar la unión, no encontrada en la sociedad (debido a su fragmentación), es tansitar por el vacío mismo. Sin cuestionar dicho vacío, y adaptándonos, de forma fatalista, nos entregamos al mundo de la "civilización del espectáculo", esa descripción acertada que ha hecho Mario Vargas Llosa sobre nuestra sociedad actual. El poeta de hoy se mimetiza, se adapta, no transforma."(3)

Y quizá aquí es donde esté el vínculo de separación entre los poetas y los narradores. Porque si los narradores se encarecen con el país, más que con sus ombligos, definitivamente que estarían apartándose de la lacónica sentencia que Ruiz Udiel -él mismo un poeta importante de la década del 2000- apoya sobre los poetas.

iv) las cuatro narraciones no dicen nada en absoluto de lo que ocurre en todo el país: o sea, lo que yo debo concluir de estos relatos son tres cosas: que en ningún lugar de Nicaragua, con excepción de algunos cuchitriles de Managua, existe gente que haya nacido de 1980 para acá que escriba algo [de lo contrario estaría presente en estas narraciones], segundo, que Ruiz Udiel tenía más razón de la que le era posible ver: porque estas cuatro narraciones parecen cerradas sobre sí,(4) cohabitan unas con otras, se comunican limpiamente, estas narraciones no transforman; y tercero, como expone Leonel Delgado en este tremendo poema: "Generación: vicios del ensimismamiento / Pasillo y desnivel, humedad del que rota / [...] los hombres que luchan por su esclavitud como si se tratase / de su libertad / Generación: arquitectura del capado / [...]". Más claro que este poema, echarle agua.

Gracias a la plática que tenemos en este blog, y que les repito, espero que nutran lo más posible, porque no es "mío", he entrado en contacto, por ejemplo, con escritores nicas de mi edad [nací en 1980] o menores, en el exterior, y en otras ciudades, como León. Además de eso, sé de una revista literaria en El Rama. Obviamente, ¿qué fue lo que ocurrió?: hay muchas personas que tienen algo para decir, impugnar la teorización "generacional" -casi un truco trivial a estas alturas-, criticar el macrocefalismo de los que sólo se ven el ombligo, o cuestionar (Shade) las perniciosas políticas culturales del establishment. ¿Toda esta gente joven se está reuniendo? ¿Están peleados? ¿Tienen bandos, como tienen novenas en el Germán Pomares? ¿Cuáles son sus armas culturales más importantes: sus blogs, sus rondas de guaro, sus publicaciones, su intimidad, sus amistades con derecho, la micronación que llevan y que piensan narrar de aquí hasta que se mueran?

Yo sigo pensando en la narrativa, no en la poesía. Porque creo que para la narrativa le es más difícil escapar del mundo, le es más difícil disgregarse, ignorar lo Indecible [la operación ideológica, el lenguaje como arsenal de dominación, el truco de consuma-cultura como forma de "experimentar/pertenecer/transformar el mundo" cuando en realidad únicamente estamos repitiendo el ciclo mercantil del objeto cultural] -aunque hay algunas personas muy buenas en eso-. Además, como pienso en otro escrito, al escritor le es más difícil escapar de los hombres que el poeta. Al escritor lo podés cazar desde una loma, y le podés tirar con una tanqueta, incendiarle el rancho. Al poeta lo tenés que ir a buscar con un sniper, es escurridizo.

Me gustaría escuchar las críticas de los otros narradores.(5)

(1) Revista "El Hilo Azul", no. 3, 2011.

(2) Leída en El Salvador, 2011.

(3) Esta sentencia, y hablando desde lo personal, si recayese sobre mí, sería realmente lapidaria. Y si mis viejos la viesen recaer sobre mí, sería depresiva: ellos me entregan un país que gastó su cartucho, roído por el neoliberalismo, y yo me conformo con no transformarlo. Y si mi hij@ le viese recaer sobre mí [una hipotética tercera situación generacional], sería simplemente triste: recibí un cartucho usado, y me limité a traspasárselo, como diciendo "Tomá, a ver vos si hacés algo". Pero bueno, bien, no seamos demagogos: ni en poesía ni en narrativa nos preocupa el padre o el hijo. Sólo nos preocupan dos cosas: el presente, y, los más ambiciosos, la posteridad.

(4) No puedo ponerme a polemizar con la narración de Eunice Shade, primero porque no soy poeta, y segundo porque no estoy en Nicaragua como para absorber la realidad que ella absorbe [aunque, como dije, no considero que "estar-en-Nicaragua" sea una especie de mérito o medalla literaria imprescindible que debe ostentarse para poder platicar aquí. Como digo, no puedo polemizar, pero sí encuentro esta narración bastante peculiar: primero que de entrada con el título "Algunos puntos sobre las íes" ya se nos da una lección y se nos pone en nuestro lugar; segundo, realiza un bombardeo al establishment absolutamente refrescante, específicamente sobre las políticas culturales, y yo me animaría a decir que me encantaría saber más, a través de ella, de todo lo que ocurre, sin pelos en la lengua; pero por otro lado, y confirmando a Ruiz Udiel, realiza una desastrosa e infantil entelequia de la "Creación", casi pidiendo que respetemos la "Creación" de los poetas sólo por la "Creación" misma, lo que sea que eso sea. Como si la "Creación" fuese una especie de crisol en el aire, prístino, sagrado e inviolable, y no un lugar donde se dan a diario, verdaderas guerras culturales. Estas guerras culturales no están para bromas y "Creaciones", y el proceso de estos conflictos culturales se comunican directamente con la forma como los estamentos de la sociedad reproducen, en su propio imaginario, las relaciones de dominación. Pedir que se respete la "Creación" es como pedirle a un bolche que "no haya clases".

(5) Por ejemplo, ese protagonista ineludible: ¿dónde está el kitsch nicaragüense? ¿O es que Nicaragua es una especie de paraíso privilegiado, inmune al kitsch? Discutir sobre esto.

sábado, 21 de julio de 2012

Cuestionar la nicaraguanía con héroes alternativos


Leí El patio de los murciélagos, de Luis Báez, el año pasado, es decir, ya con trece años en el exilio. Además de las cuestiones estéticas, que los especialistas sabrán(1) mejor que yo, me vine a encontrar una cosa muy curiosa, que no se correspondía en nada con la nicaraguanía que me había sido inculcada, juntada como con piezas de legos, durante los 80's y los 90's: encontré, en Adolfo Báez Bone, un héroe narrativo absolutamente alternativo.

En ninguna parte del imaginario social que recibí yo durante ese par de décadas, y que supongo que es el compartido con la mayoría de los otros, aparece Adolfo Báez Bone. Conociendo su historia (un ex-integrante de la Guardia Nacional que, conspirado, intenta asesinar a Anastasio Somoza García), uno puede ver por qué: no formaba parte del Panteón de los Héroes, no estaba en la nicaraguanía "oficial", hegemónica, que recibimos, y que fue la de la RPS, para los 80's, y la de la desmitificación de la anterior(2), para los años 90's.

Para esta nicaraguanía "oficial" teníamos todo a disposición: literatura, música, artes plásticas(3), pero sobre todo la música. Y todavía quiero añadir un gesto semiótico muy potente que podíamos ver en todos lados, algo que podrá parecerles una babosada, pero que bien mirado, y si alguien se pone a analizarlo semióticamente, tiene un valor simbólico tremendo: las mismas matrículas de los carros decían, en sus leyendas, "Nicaragua Libre". No todos los automóviles del mundo declaran al empadronador del parque automotor como "Libre".

De cosas como éstas es que se forjó la nicaraguanía de la que les hablo, una nicaraguanía meramente urbana, y mezcla chocante, brutal, de dos proyectos, completamente autoexcluyentes. Y en ninguno de ellos estaba Adolfo Báez Bone.

Por ejemplo, no estaba Adolfo Báez Bone porque, si bien Ernesto Cardenal le escribió un Epitafio, este obra, este poema, fue aplastado por un vehículo muchísimo más poderoso: la canción "La tumba del guerrillero", de Carlos Mejía Godoy. Aunque el poema de Cardenal era para Báez Bone, no funcionaba así, porque Báez Bone no estaba en el Panteón de la Revolución. O por lo menos yo siempre me lo he imaginado así, incluso después de saber la historia de Adolfo Báez Bone: yo escucho "La tumba del guerrillero" y no estoy pensando en el héroe originario al que Cardenal escribió Epitafio. En vez de eso, me estoy comunicando, automáticamente, con los mitos de mi juventud: la guerrilla, la guerra civil, la Contra de pronto en la ciudad, en los noticieros, dándose las manos, inclusive, si quieren, la Contra en el modus sensacionalista y amarillista: un 3-80 muriendo baleado, en un parqueo, con el Hotel Intercontinental mirando. Así que no había Báez Bone. No había un "barrio" Báez Bone, un "reparto" Báez Bone, una brigada Báez Bone, ni tampoco un gigantógrafo, una aerolínea, un sello postal. Lo que quiero decir es que, efectivamente, en la nicaraguanía, en lo que podíamos identificar simbólicamente unos con otros, este personaje no existía.

Pero haberme encontrado a este héroe en El patio de los murciélagos es de lo más raro, para mí. Porque esta narración cuestiona en cierto modo la nicaraguanía "oficial". Es decir, que el héroe que casi nadie tuvo de pronto aparezca erigiéndose en discurso, teniendo discurso, siendo discurso, contestando un discurso, implica que este libro cuestiona el discurso de la nicaraguanía oficial, implica que la nicaraguanía que atestigua este libro no es la misma que la nicaraguanía "oficial". Y creo que esta brecha crítica no es estética, sino política. La diferencia no está en la intentona tipográfica, o en las llaves sinópticas. La diferencia está en que dice 4.4.54 y no 22.8.78, o mejor, 21.9.56, por poner un ejemplo. En el último ejemplo, tenemos Margarita está linda la mar,(4) de Sergio Ramírez, que se comunica, casi danza, con una nicaraguanía donde el héroe, Rigoberto López Pérez, posee una identidad muy fuertemente solidificada, y es apenas cuestionable: estuvo hasta en el Estadio, estuvo en los billetes, en el chanchuyo.

La pregunta que yo les hago desde el exilio, entonces, es: ¿qué héroes vamos a encontrar los que regresemos? ¿Quiénes van a ser los protagonistas de los discursos? ¿Qué van a estar mostrando los billetes, las matrículas de los automóviles? Estos nuevos escritores, ¿qué consecuencias políticas, en tanto que críticas, van a urdir en sus obras? Al escoger estos héroes alternativos [¿dónde está el libro de la Contra?, ¿y dónde está el libro de los Analfabetos?], ¿cuestionan la nicaraguanía, la atacan, o sólo le pasan la mano por arribita, como diciéndole "tranquilo, pipe"?

(1) Tenemos esta respuesta desde el establishment, en "Luis Báez, juventud y abyección: imaginarios post-insurgentes", de Ileana Rodríguez, pero donde no se nos dice absolutamente nada de Báez Bone, ni de la operación política que representa el que un héroe alternativo se entrometa, como si nada, entre todos los otros naipes de héroes que Luis Báez tenía a su disposición; y no se nos dice nada aún cuando el mismo autor declara que la parte de éste héroe es la más central a su libro, y que incluso tiene pensado escribir un libro enteramente de ese tema. En la crítica se te anuncia de entrada que se utilizará a Julia Kristeva y Giovanni Arrighi, como si eso fuese una especie de garantía de acierto crítico. Obviamente es difícil discrepar con Kristeva y Arrighi.

(2) Con cambio incluido de la simbología en el papel moneda [se fue Rigoberto López Pérez, vino Rubén Darío, se fue Benjamín Zeledón, vino Miguel Larreynaga, se fue Augusto C. Sandino y vino... el conquistador, Francisco Hernández de Córdoba, en aquellos billetitos de juguete que eran los centavos]; cambio en el titular del Estadio Nacional [otra vez se fue Rigoberto, vino Dennis Martínez, año 1998]; y un cambio... sustantivo, para uno que era chavalo en ese momento: la aparición de la Contra en el imaginario social urbano [aunque de todos modos limitada porque, por ejemplo: no te encontrabas con los hijos de los contras en ese lugar radicalmente subjetivante como lo es el colegio]: antes la Contra estaba lejos, en algún lado, detenida por los Cachorros, y ahora, en los 90, con la Contra podías negociar, podías mostrarla en la televisión, desmovilizándose, podías poner las palabras de un Contra en el periódico, y hasta no tenías que decirle Contra, sino "Resistencia Nicaragüense". Y es que Contra mismo era una palabra de una nicaraguanía que de pronto se extinguió.

(3) Tengo aquí a la vista la primera edición de ese hermoso libro La insurrección de las paredes. Pintas y graffiti de Nicaragua, con introducción de Sergio Ramírez, textos de Omar Cabezas y Dora María Téllez, ellos mismos héroes del esfuerzo épico, aunque no en el Panteón, claro está. Este libro está editado por esa verdadera máquina-de-producir-patria: La ENN: Editorial Nueva Nicaragua.

(4) Escribe Terry Eagleton: "Como las más eficaces formas de poder, la alta cultura se presenta simplemente como una forma de persuasión moral. Además de otras cosas, es un instrumento por medio del cual un orden dominante se forja una identidad propia en piedra, palabras y sonidos. Su efecto es doble: intimidar, pero también encantar" [La idea de cultura, p. 87]. Ahora probemos a reemplazar "alta-cultura" por Margarita está linda la mar.

jueves, 19 de julio de 2012

La culpa, y su proyecto administrativo


La inmediatez histórica -estar aquí y ahora- suele crear tremendismo crítico, y por eso es difícil ser mesurado, realmente difícil, porque no hay pasado, ese gran instrumento crítico, para este ahora. Estamos en el presente, no nos destetamos de él. Escribimos más bien sobre la marcha, con lo justo, sacando la materia del periódico, de la visita a la pulpería, o porque te dejó tu jaña con un simple "Adiós. Chepa". O sea, olvidémonos, pues, como nuevos escritores emergentes, de la gran maniobra histórica revisionista, como sea que la gente hoy hace maniobras como hace videos de YouTube.

Y a la hora de lanzar nuestra crítica, de trabajar nuestra crítica en los textos, somos tímidos, o al contrario, nos pasamos al terrorismo, y en vez de una magistral cirugía mayor, uno suele asistir a la carnicería de un patólogo, al discurso de un tecnócrata angustiado.(1)

Pero más allá de esta inmediatez y este tremendismo, de esta desmesura, más allá de la ceguera natural de todo nacer, la existencia de la supuesta "Generación", si es que la va a haber, marcaría, por sí misma, un diagnóstico. Un diagnóstico... poco halagador para el establishment que recibe a esta Generación, que la ve levantarse, literalmente, frente a sus ojos, hervir y rebalsar la olla que el establishment le había preparado, torpemente, quizá como diciéndole "Sentáte aquí, pipe, crecé aquí, y eso sí: miráme, veme, tenéme presente en tus Purísimas".

Y es un diagnóstico que reza: "Hermano establishment, tu proyecto narrativo está concluido". Una Generación, por lo menos, dice eso. Como mínimo tiene que levantarse del pupitre y decir eso.

Aquí me parece que ocurre un rasgo clave, en cuanto a lo generacional: en la ruptura generacional, como su rompimiento de fondo no es estético, sino político, se rompen los proyectos administrativos de la culpa. La Generación no participa del proyecto narrativo -aunque los Intérpretes, también embebidos en el presente, sí-, ella dice "Hermano establishment, esto está concluido, vencido". El cálculo que hacen los generacionales cuando emergen es: "No administremos la culpa, hermano, la culpa la tenés vos, esta generación no puede tener la culpa, porque todavía no tiene el poder cultural para ejercer, con su literatura, política".

Y cuando hablo de "culpa" acá, no lo hago en el sentido de culpa católica, como diciendo "sos un bebeguaro, sos un mal feligrés, un hereje, te quemaremos". No. O sea, no es una culpa por ser-algo, sino una culpa por algo-no-hecho, algo así como una culpa gerencial-CEO-japonesa, donde se dice "Esto no está hecho. Bueno, arreglémoslo". Es decir, no la pienso como una culpa condenatoria, aunque tampoco la pienso redentora, como diciendo "Ok, tenés la culpa, no hay falla, no pasa nada". No, tampoco. Es una culpa histórica. Aunque seamos unos timidones o unos terroristas, podemos decir que la culpa del hermano establishment es una culpa histórica.

¿Esto ocurre entre nosotros? ¿Alguien nos está transmitiendo ese proyecto administrativo, esa culpabilidad? ¿Y la aceptamos gustosos, o la rechazamos como un jarabe para la tos? Eso que está sonando, ¿es la misa de novenario por el proyecto narrativo del hermano establishment? ¿El nuevo escritor nica, ustedes -un hipotético "nosotros"- es mesurado, es un experto en diplomática, distribuye sus angustias políticas y culturales hábilmente en su cronograma semanal? ¿O es un terrorista urbano? ¿El nuevo escritor nica es un nacionalista, o un patriastra? Como anota muy bien Luis Báez en esta misma palestra,(2) quien tiene la palabra impone su memoria. Si no tenés palabra, tu memoria es prestada. 

Es decir, arremanguémonos los brazos para trabajar, sentémonos a platicar y preguntémonos, face-to-face: ¿El nuevo escritor nica es un personaje de las élites, habla a las élites, quiere permanecer en las élites y satisfacerlas libidinalmente? ¿O quiere directamente bombardearlas, tomar toda esta extranjerización cultural y ametrallarla? ¿Y el nuevo escritor nica quiere ser reconocido como par de las élites de las otras literaturas, latinoamericanas y mundiales? ¿O basta que doña Chepa lea nuestros cuentos, se emocione, llore, con la muerte de Amadís de Gaula? Ya lo anota Alejo Carpentier, con mejores palabras que éstas: los escritores que deseen divertir van a tener problemas graves con los que deseen bombardear la fiesta.

Ya sé, ya lo sé: ninguno de nosotros -por suerte, por suerte- ha entrado en la madurez literaria. Como mencionó Javier González Blandino en su charla de #Los2000: ¿cuál es el apuro, la urgencia, la marketineada por la marca registrada "generación-tanto"? ¿Hay que salir a vendérsela a alguien, a los otros países? Hermano establishment, ¿ya hay un stand esperándonos? Porque si es así, nos hubiesen avisado. ¿Hay que competir? ¿Tenemos baja de competitividad literaria, mala cotización en la Bolsa de Penguin o Random House Mondadori? ¿El hermano establishment siente angustia porque ve que el país no tiene qué mostrar en las reuniones de hermanos? Quizá la razón de la marketineada es el síntoma, el rasgo hiperposmoderno de una sola cosa: tenemos adicción a las franquicias.

Pero por otro lado, y olvidémonos aquí por un momento de lo de Generación: si el proyecto narrativo del hermano establishment está concluido, el nuevo proyecto narrativo tampoco puede estarse esperando a sí mismo eternamente, durante décadas y décadas. La cuestión es igual de grave: un proyecto cultural vencido, fofo, inoperante, es igual de tóxico para el país que uno ausente: son incapaces de generar presente, de producir identidad, de hacer más críticos y menos narcos. Para que la gente no te apuñale sólo porque "la viste mal", tenés que subjetivarla primero, hallártela en el salón de clase, o no sé, en algún lado donde lo importante no sea el gorileo, la pose, la franquicia. Y eso es también literatura, narración, política cultural. Olvidémonos de lo de Generación, de sus fetiches: esto es literatura pura.

¿O es que los nuevos escritores sienten -como se siente un jonrón en el Rigoberto,(3) una isleta, la risa de un bolo- identidad con el proyecto narrativo del establishment? Creo que esto no puede funcionar en base a sobreentendidos, a name-callings, o a "bravuconadas por facebook" [otro excelente hallazgo de González Blandino en su charla]. Esto tenés que pensarlo y discutirlo, como discutís la risa de un bolo, la legalidad de un jonrón, el gobierno de una isleta.

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(1) ¿Cuya ciencia es cuál? La cultura, la maldita cultura.

(2) Espero poder retomar y engarzar este diálogo con Luis Báez. Creo que su crítica fue directo al grano en cuanto a la actividad que como escritores estamos desarrollando.

(3) Ya sé que ese estadio ya no se llama así, pero qué hizo Dennis: tiró un juego perfecto, bebió guaro, hizo unos millones. Y qué hizo Rigoberto López Pérez: mató al dictador.

miércoles, 18 de julio de 2012

¿Quién es establishment? (a propósito de "Establishment, los generacionales y los intérpretes"


Aprovecho este muy pertinente diálogo “generacional” que se ha querido iniciar a raíz del proyecto #los2000, para tratar de inferir, con no otro fin y utilidad que mi esclarecimiento personal, en un par de temas que, desde donde yo veo el asunto, me son un poco turbios. De cualquier forma, estoy seguro que la corrección de estas líneas de parte de alguien mejor informado o, en el mejor de los casos, su refutación, echará alguna tenue luz sobre este diálogo.

Hablamos de generación, entonces creo que es inevitable, como muy certeramente lo señaló Topogenario en el primer aporte a este blog, hablar de sucesión y de ruptura como términos antagónicos. Aunque muchos prefieran no verlo, pienso que en la literatura, y más aun en la actual literatura nacional, hay un punto en el que uno asume desde su obra una de las dos posiciones (con cierto grado de consciencia si se es afortunado) respecto a la generación precedente, o más directamente, respecto a las estructuras tradicionales y al discurso que la generación precedente ha establecido, ya a nivel estético, ya a nivel político.

En Nicaragua se sabe de sobra que los avances significativos en las letras, las artes y la cultura en general (tan escasos como profundos y tan trascendentales como reversibles), se han producido gracias a procesos de ruptura concienzudos y lúcidos con las estructuras establecidas. Si tenemos en cuenta el estéril panorama de nuestra literatura actual, resulta un poco inquietante percibir la indiferencia de quienes constituyen la generación literaria emergente hacia cualquier lectura crítica acerca de las condiciones y estructuras que se nos imponen, a nivel político y literario.

Lo interesante resulta que estas generaciones sosegadas e indiferentes se encuentran ante un establishment que si bien traza y delimita la cancha sobre la que se juega la más actual literatura nacional, carece de contenido o de voluntad para dictar e imponer sus reglas, es decir, su propio discurso oficial que, creo advertir, se basa en un respeto irracional y casi reverencial a la costumbre.

Cuando pienso en nuestro “establishment” me cuesta percibir una estructura concreta, con una identidad, una unidad de discurso, y una agenda literaria. Nuestro actual establishment literario es más una red tácita de instituciones antagónicas y heterogéneas. Los fondos editoriales y los espacios literarios son para los que mejor gestionan, para los que hacen lobby y se logran visibilizar ante los grupos que suelen dirigir dichas instituciones. Quizá se pueda deducir una regla: los espacios son para los que no polemizan ni hacen mala cara, para los que quedan bien con los gestores que los administran, para los que son políticamente correctos y llenan el perfil institucional, para los que están tranquilos y cómodos con las actuales estructuras. Para los que no tienen más pretensiones, que ingresar y visibilizarse en sus canchas. Para ello, uno deberá ponerse los colores del equipo, reverenciar su tradición y hasta heredar sus viejas rencías.

Quizá la reverencia a la tradición literaria nacional sea uno de los puntos que tienen en común las entidades que tejen el establishment literario actual. También presiento que tal reverencia constituye menos un acopio crítico del canon literario nacional, que un síntoma de su parálisis.

Alguien decía anoche, durante la presentación de Javier González en #los2000, algo como que en Nicaragua nos mantenemos fieles a la tradición, y que todos somos carlosmartinianos, o exterioristas por Cardenal, y etcétera. Temí percibir en sus palabras algo parecido al orgullo por algo que, al menos para mí, constituye una de las raíces del mal que aqueja no solo a nuestra literatura nacional, sino a nuestra realidad general: la reverencia casi religiosa e irracional a todo lo que se nos impone como costumbre. Pienso, en lo personal, que la tradición está para ser reverenciada, pero también para ser criticada, para ser comprendida, para ser refutada, para ser ponderada y puesta de lado, si es que se quiere seguir adelante, si es que no queremos seguir siendo carlosmartinitos o cardenalitos o, mucho peor todavía, ramirecitos o bellicitos por otro medio siglo.

Hay muchísima literatura que ha quedado por fuera del discurso literario dominante en Nicaragua, casi tanta como escritores actuales que la desconocemos. Hay una parte muy sustancial, y quizá la mejor, de nuestra literatura actual que queda por fuera de la escena y de las estructuras del establishment de Managua. Pero en verdad que para nosotros es más cómodo seguir imitando y haciendo mínimas e intrascendentes ampliaciones (y cuando digo nosotros no sé, realmente, de quiénes hablo) a corrientes literarias que eran novedad hace cincuenta años, y convertir esa imitación obstinada en un aglutinante más o menos efectivo para que nuestros versos intrascendentes cuajen en un poema exteriorista o carlosmartiniano, cuyo fin es disimular sus propias carencias. Y nos damos por satisfechos porque ya podemos leer nuestro poema a nuestro círculo de tragos, y eventualmente en un recital, donde se elogia para ser elogiado (ya por la influencia carlomartiniana, ya por el paralelo con Octavio Paz o por el giro hacia Mejía Sánchez en los últimos versos). Llegado a este punto, uno ya es todo un literato nica del siglo 21. Nos coformamos con escribir bien, con que nuestros versos cuajen, aunque no signifiquen nada, aunque hace 20 años ya estaban fuera de vigencia. Sí, suena muy cómodo. Pero me temo que esto no es ningún hallazgo, y que estamos acomodados sobre los que se acomodaron sobre los que estában cómodos con las estructuras tradicionales de sus épocas, y la ruptura deberá ser estrepitosa.

Dice Erick Aguirre –quien, por forfeit, es el mejor crítico de nuestra literatura actual--, en un artículo de 2010 titulado ¿Ha muerto la literatura nicaragüense?:
Los criterios de selección y ordenamiento cronológico de los más recientes “panoramas” de la poesía y el cuento de ficción en Nicaragua detienen su proceso de estudio y selección en las décadas 60 y 70 del siglo XX. (…) Las razones de este significativo corte cronológico en el registro del proceso evolutivo de nuestra literatura contemporánea, manifiestan una visible voluntad de cerrar sin mayores esfuerzos de estudio y exploración de las nuevas tendencias, el más reciente ciclo de la literatura moderna en Nicaragua, y pretende dar por entendido que con tal ciclo también se cierra una forma de concebir el arte poético y narrativo, así como las maneras de expresarlo.

Aguirre achaca esto a un desdén o falta de capacidad crítica de los historiógrafos oficiales de nuestra literatura (básicamente J. Valle Castillo, J. E. Arellano, Cardenal y S. Ramírez) hacia la ruptura profunda y consecuente evolución en la forma en que se hace literatura en Nicaragua, y que ya no resulta comprensible dentro de las trasnochadas concepciones tradicionales de lo que es arte. Aunque sí hay mucho de eso, y la observación me parece valiosísima, quizá yo no sería tan generoso con las nuevas generaciones. Quizá lo interesante acá, sea que no es la nueva generación la que siente la necesidad de ruptura, sino, de alguna forma, son los viejos modelos, las concepciones tradicionales y sus estructuras las que empiezan a ceder y sucumben, porque la naturaleza y el verdadero valor de cualquier corriente o tradición literaria es ser superada, pero sucumben con todo y las nuevas generaciones, que se rehusan a desprenderse de la tradición.

A mí me parece que este significativo corte cronológico en el registro de nuestras letras, lo que hace es poner la pelota en la cancha de las nueva generaciones, y que las nuevas generaciones, embelesadas por la comodidad de la sucesión, lejos de hacer el gol, de sacar la pelota de la cancha o, ya por último, de ponerla en una pica, más bien la regresan, tímidamente y sin saber qué hacer, a las manos de las estructuras tradicionales.

Pero mi visión sesgada y maniqueísmo seguramente correspondan a un ímpetu de juventud irracional, y uno no debería ser tan severo, porque realmente “quiere huevo” romper con una tradición. Porque la tradición es tradición precisamente porque se hace pasar por la única realidad posible. El grado de verdad que esto tenga solo lo determina nuestra actitud hacia esa tradición, por eso la importancia de tener un mínimo de consciencia crítica, para tener evitar la parálisis. Quiere huevo, porque esto no es nada nuevo. Insisto: el asegurarse espacios mediante la armonía y la sumisión a la generación precedente no es ningún hallazgo de esta generación. Continúa Aguirre:
El discurso crítico de la mayoría de los compiladores responsables de tan incompletos “panoramas generales”, siempre ha subrayado la supuesta preponderancia histórica de una “armonía inter-generacional” en la literatura nicaragüense, es decir que, después de la Vanguardia, nuestra literatura se ha caracterizado por una notable ausencia de rupturas generacionales.
E, irónicamente, muchos de los puntos literarios de la Vanguardia, contrapuestos al panoráma actual, recobran su vigencia y actualida, lo cual es alarmante y no solo indica parálisis, sino también retroceso. Los cambios, los altibajos y los vaivenes más significativos que ha sufrido nuestra literatura en las últimas décadas han sido más políticos que literarios. La literatura, en toda Latinoamérica, y por supuesto en Nicaragua, se convirtió allá por los 70 en un poderoso instrumento de lucha política e ideológica, y luego en un instrumento de poder a secas. Quien tenía la palabra, imponía su memoria. Floreció el testimonio. Su lugar trastocó y trascendió lo literario. La literatura giró hacia lo político. Los mejores lograron el balance político y estético (pienso en Lizandro Chávez y en el primer Sergio Ramírez). Los gobernantes escribieron sus memorias oficiales durante los 80 y sentaron la base de la nueva historia de nuestro país. Se impuso la memoria de los vencedores. Se satanizó la memoria de los vencidos (¿dónde está la voz de los contras, o de los torturadores o de los yanquis en nuestra literatura? Después de la obra de Lizandro no la veo por ningún lado). Se institucionalizó la cultura. La literatura ya era más que un espacio literario. Los políticos publicaron sus memorias y regresaron a su política, los intelectuales publicaron sus memorias y se dedicaron a la tímida disidencia y dizque se preocuparon más por la estética y la ficción. Ya en la época de nuestra “democratización”, el híbrido literato-disidente-político que surgió de nuestras revoluciones instaura su tradición y su influencia a través ya no de un ministerio, sino de una organización no-gubernamental (porque, no sé si debo mencionar que estas figuras intelectuales que tuvieron protagonismo político son quienes centralizan la mayor parte de la cooperación que entra para cultura), entonces surge el CNE de Cardenal, con su Hilo Azul. Sergio Ramírez con Carátula y unos cuantos ahijados. Francisco de Asís Fernández con su festival de poesía. Nuestro gobierno inconstitucional, cuyo fin parece ser aniquilar la cultura y el pensamiento en general. Son ellos quienes poseen los espacios de proyección literaria. Los criterios para acceder a dichos espacios, salvo rarísima excepciones, no son eminentemente literarios. La crítica nacional no existe, y sospecho que muchos de nuestros escritores actuales agradecen que así sea.

Quizá sea ésto lo que más influye sobre esta generación: la insitucionalización de la literatura, la gestión en detrimento de la calidad literaria; porque nos vamos moldeando bajo estas estructuras, y nos acostumbramos a que el éxito literario cada día tiene menos que ver con una búsqueda literaria, con toda la incomodidad que ello implica, y más con poses y auto-gestión que ha devenido en una especie de farandulilla literaria caricaturesca y anquilosada.

Entonces, pienso, que no es de sorprender que en esta última década, la de la auto-gestión, la del escritor-gestor, pese a lo profuso y variopinto del panorama literariao y la agenda artística de Managua y algunas cabeceras (recitales, grupos literarios, premios literarios estatales y no estatales, conferencias, ponencias, presentaciones de libros, muchísimas publicaciones oficiales, independientes e institucionales, recitales/performance, exposiciones, incursiones interdisciplinarias, auto-publicaciones, arte experimental y alternativo, y un largo etcétera), la producción literaria sea absolutamente intrascendente y no represente nigún aporte significativo ni siquiera para la tradición que amplía.

Está bien que Adiak no quiera tener compromiso político hacia la realidad de su país, lo cito: “mi literatura no está contaminada por política sino al revés, contamino la política con literatura”, esto es un derecho individual de cada escritor, pero bueno, que al menos tenga algún compromiso estético con su obra. ¿Cuál es el mérito de su novela? Que es la primera escrita por un autor de su generación. ¿Qué ofrece literariamente esta novela? ¿Por qué es la más vendida? ¿Porque es lectura obligatoria en tres universidades --por gestión del CNE-- o porque tiene tanta calidad literaria como para llamar la atención del indiferente o acaso inexistente público lector de nuestra literatura? Y es solo un ejemplo paradigmático. Supongo que es necesario aclarar que no tengo ningún motivo personal para atacarlo y que si lo cito, es porque me parece pertinente dentro del tema. 

No sé, pero sí estoy seguro que actualmente nuestros mejores autores son prácticamente invisibles en el panorama de cocteles y gestores que constituye la parte influyente de nuestro establishment. Los escritores que podrían dinamizar el asunto, desde el punto de vista literario, no tienen ninguna influencia sustancial, más que como gestores de becas. Se sabe de ellos de lejos, por premios internacionales o por sus bestsellers.

Entonces pienso... si no es a literatura, ¿a qué jodido estamos jugando?

La literatura en Nicaragua ahora puede perfectamente ser mala y trivial y aún así tener éxito e importancia. A mí, y puede ser pura irreverencia mía, esto me parece algo para preocuparse.

Creo sinceramente que mientras no se rompa con todo ese aparataje, mientras sigamos sin querer tocar la tradición literaria porque es sagrada, y no la querramos comprender en sus repercusiones políticas; mientras no se haga la síntesis con la historia de la que somos producto inmediato, seguiremos sin identidad, seguiremos sin propuestas, y nuestro panorama literario seguirá perdiendo, poco a poco, su significación literaria.

martes, 17 de julio de 2012

Escribir la nicaraguanía en el exilio [2]


Cuando mencionaba en [1], al pensar la "nicaraguanía" en relación con lo que estamos haciendo (escribir), a las claves culturales de origen de los textos, me refería, claro, a las claves culturales que moldean al escritor nicaragüense, exiliado o no, a la hora de estar produciendo esa narración, ese texto "nicaragüense", miembro potencial de las antologías de narrativa nicaragüense, y molesto outsider del resto de las narrativas nacionalistas.

Sería esencial que los compañeros aportasen aquí productos críticos, reflexiones, testimonios críticos acerca de sus propias condiciones culturales, no para "explicar" sus textos, obviamente, eso es una tontería,  pero sí para establecer firmemente las ideas que le pertenecen a él ahora. Y esto en el plano racional. Pero, más importante aún, y ya que se va a trabajar mucho con intuiciones, establecer estas claves culturales nos pueden aportar el horizonte de su intuición. Porque sí: olvidémonos por ahora de la cuestión de "figurar" o de "destacar", aquel que quiera ser una vedettonga literaria lo será en cualquier lado, por cualquier modo, y ante cualquier público. Mejor pensemos que al exponer las materias culturales que nos nutren podemos reflexionar acerca de los posibles productos.

Y sería esencial de parte de los compañeros escritores porque hay algo que parece transpirar, permear por todas partes, levantarse como un hedor: los deberes no están hechos. Venimos aquí, leemos a Bolaño, al boom o a alguien, y en nuestros inicios queremos escribir como ése que hemos leído. Pero nos encontramos con que el país no está narrado. Ése era el deber, colegial, que nos transmitiría la generación anterior. Pero el país no está, no se comporta. Es como el novio cagón que esperan en la iglesia pero se arrepiente a último momento. Todo el mundo dice: ¿dónde está el país-narrado? Ya vendrá, ya viene, ya no vino.

Acá quiero hacer hincapié en un importante hecho, para mí importantísimo, porque es uno de los rasgos críticos de mis propias claves culturales. Y es el siguiente: sé que la narración (textos-de-él-mismo-acerca-de-sí-mismo) de cierto país llamado Nicaragua existe,(1) pero yo no la recibí como herencia cultural en ningún momento, por lo tanto no está, no es, su función cultural durante la década de los noventa, que es cuando yo forjé mi identidad como nicaragüense, era nula, simplemente era como que si no existiese. Esta fractura, entre el país-narrado y el país-inexistente no es más que una operación culturalmente imperial,(2) y es lo que yo me vengo a encontrar cuando de pronto yo, ahora, decido narrar. Es ahora que se ve, que se suda, que hiede, ahora que nos vemos en el espejo, que decidimos narrar, es decir, ser políticos.

Y ahora, que estoy en el exilio, ya no puedo "recibirla", este país-narrado, esta nicaraguanía. No puedo recibirla. Leo estos libros que he mencionado, pero no la recibo sólo por leerlos, porque la nicaraguanía no la podés leer en un libro. Para eso está el Rigoberto, el Huembes, los distintos tipos de "oes", es decir, cosas que no son narraciones, o que lo son, pero no están narradas por libros, no las hereda el alfabeto impreso.

Y ¡ojo! No pensar que esto "es algo que pasó", como quien dice "Oh, bueno, es una lástima que no nos dieron Lizandro Chávez Alfaro en los liceos, hasta por las orejas, qué se le puede hacer". Esta separación entre la existencia de los textos y la función de los textos no está en el pasado, ni apunta hacia atrás. No es "sólo" porque tenemos un analfabetismo de dos dígitos. Porque perfectamente el mismo procedimiento cultural de dominación puede estar ocurriendo ahorita mismo, con nosotros mismos, entre nosotros mismos: mis textos, o los de Roberto Carlos, o los de Jaentschke, o los de quienes inclusive no mencionamos aquí [otros escritores, como Johann Bonilla, u otros legítimos estrategas de la cultura toda], todos esos textos podrán existir, pero si ni entre nosotros mismos funcionan... Así que la embestida generacional no es sólo para hacer un deber colegial suspendido, interrumpido, pospuesto, sino para no faltar nosotros a la misma clase hoy.

¿Ustedes piensan que alguna vez vi en Nicaragua un libro de Adolfo Calero-Orozco, como Cuentos nicaragüenses? ¿O que Lizandro Chávez Alfaro era un bestsell?(3) No. Yo sé declamar de corrido "Los motivos del lobo", sé que los Dantos perdieron la final con los Leones después de ir arriba tres juegos a cero, y sé Canción de amor para los hombres. O sea,  instituciones.

¿Quiénes no hicieron los deberes? ¿Los escritores pasados? Bueno, según lo atestiguan algunos textos, sí los hicieron, ya que existen, aunque no funcionen. No me malinterpreten, no venimos al gimnasio a repartir culpas, como quien le abanica a un strike. Sino que intento pararme desde mi lugar, parcialísimo y limitado, e identificar las malditas claves culturales que compartimos o que dejamos de compartir. ¿Para qué servirá esto? 

Creo que responder esta pregunta, explícitamente, y de la forma más contundente, ruidosa y política posible, podría/debería -debería- ser uno de los objetivos de esta Generación, si es que la hay, o la va a haber. 

En resumen: i) ¿el país está narrado?: si los escritores encuentran que no, narrarlo. Porque es casi una actitud delictiva no narrar el país. ¿Cómo narrarlo? Bueno, naturalmente que ésta es una pregunta de estética, no de política.

ii) ¿el país está narrado?: sí, pero encontramos que esta narración no funciona, entonces hacerla funcionar. Esto implica un problema importante para el escritor. Implica que se convierta en un militante. Esto es política. Política cultural, política literaria. No es actante fijo, no es focalización cero, narración no-lineal, monólogo interior. Esto no es narratología. Utiliza herramientas de narratología, como los músicos utilizan el pentagrama y los barítonos la respiración, el estómago. Pero no mezclemos los lópez.

iii) por último, ¿el país está narrado?: sí, y esta narración funciona perfectamente. Entonces usted no es nicaragüense.


Luis Topogenario
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Notas:

(1) Tengo a la vista cuatro libros, por poner un ejemplo, que me lo atestiguan: i) Cuentistas de Nicaragua, [1984] selección de Jorge Eduardo Arellano, con los siguientes autores, separado por "secciones":

/// Narradores costumbristas: Gustavo Adolfo Prado, Anselmo Fletes Bolaños.
/// Rubén Darío (sí, es una sección): obviamente, Rubén Darío
/// Fundadores: Carlos A. Bravo, Manuel Antonio Zepeda, Manolo Cuadra, Adolfo Calero Orozco.
/// Principales cultivadores hasta los años cincuenta: Hernán Robleto, Juan Felipe Toruño, Mariano Fiallos Gil, Fernando Centeno Zapata, María Teresa Sánchez (la única mujer de todo el maldito libro), Emilio Quintana.
/// Cuentistas de los años sesenta: Lizandro Chávez Alfaro, Fernando Silva, Juan Aburto, Mario Cajina Vega, Sergio Ramírez, Fernando Gordillo.
/// Cuentistas de los años setenta: Carlos Alemán Ocampo, Jorge Eduardo Arellano, Horacio Peña, Mario Santos, Pedro Joaquín Chamorro C..

ii) Cuentos nicaragüenses, de Adolfo Calero-Orozco (sic); iii) Panorama del cuento nicaragüense, con los siguientes: Adolfo Calero Orozco, Mariano Fiallos Gil, Manolo Cuadra, Pablo A. Cuadra, Joaquín Pasos, Juan Aburto, Fernando Centeno Zapata, Ernesto Cardenal, Lizandro Chaves (sic) y Sergio Ramírez. Y iv) Cuentos nicas, con una mezcla de todos los anteriores.

[[[Absolutamente todos estos libros los encontré y los leí en el extranjero. Les contaré todavía una más: recién en el 2004 vine a ver un ejemplar de Mamita Yunai, del costarricense Carlos Luis Fallas. Este libro, ¿no podría ser "nicaragüense"? Tenemos la United Fruit. Tenemos hombres, destripados como gorgojos molestos, hasta quedar como meros chingastes de fertilizante para bananos y maduros. Saquemos Puerto Limón y pongamos Puerto Cabezas. Saquemos la sierra costarricense y pongamos la cordillera de Yolaina. Saquemos ideay, y pongamos idiay.]]]

(2) Con "imperial" me refiero, claro está, a patentes relaciones de dominio cultural ejercidas por una población sobre otra. No me refiero a "Estados Unidos", no me refiero a las mónadas. Porque también en Nicaragua tenemos patentes relaciones de dominio cultural. Es más, es desde allí que se ejercen, no desde un estudio en California o de una empresa de marketing japonesa. A lo que voy es: si en Nicaragua tenemos una sociedad al modelo de colonia cultural es, precisamente, porque tenemos imperialistas autóctonos, absolutamente chapioyos. El imperio, como la liberación, no se pueden ejercer desde lejos. Tenés que estar adentro. Así que ni modo, yanquis, y mona(da)s parecidas: tienen que estar adentro.

(3) Acá me surge una potencial interrogante, y es la siguiente: si el boom latinoamericano significó establecer América Latina en el panorama de las letras mundiales, pero al mismo tiempo ejerció efectos culturamente imperiales sobre aquellas sociedades nacionales que no podían producir sus propias narrativas, fuertes y funcionales, paralelas a este fenómeno, entonces aquí puede haber una especie de efecto iatrogénico sobre un hipotético "nosotros-nicaragüenses". Claro, claro, América Latina no es en realidad muchos-países-distintos, es decir, América Latina no es los Balcanes, la URSS o el Sudán, sino más bien "juntémonos-las-manos-y-cantemos-todos-Canción-con-todos". Pero igual: si esta relación de dominio de carácter imperial existió, no es de solventar así nomás.