Discusiones centrales

.- ¿Existe una generación de escritores nicaragüenses emergente? /
.- Relación de estos nuevos escritores con el establishment literario nicaragüense /
.- Literatura nicaragüense en el exilio, y cómo esto se relaciona con el país como narración nacional /
.- Literatura como actividad política. ¿Cómo la percibimos dentro y fuera del país? /

sábado, 15 de diciembre de 2012

El discurso del cuerpo. Una lectura del cuento "Sin luz artificial", de María del Carmen Pérez Cuadra


Estoy leyendo el libro Sin luz artificial, de María del Carmen Pérez Cuadra[1], cuya lectura -de éste, y de otros libros nicas urgentes- ya tuve que interrumpir desgraciadamente en otras ocasiones. Quiero exponer ahora las ideas, por otro lado muy interesantes, que he encontrado en el primer texto del libro, el cuento homónimo "Sin luz artificial". Este texto se puede leer en Narradores nicaragüenses del 2000Advierto que no soy crítico literario, así que mal podríamos esperar un discurso académico en ese sentido, o un protocolo, un aparato crítico.

Bien, quiero discutir aquí tres ideas, tres operaciones de lo que el texto hace, cuyos encajes recíprocos forman una crítica muy potente. Son: 
1) una exposición de una ideología dominante, que en este caso podemos resumir en "machismo" o "sexismo", y a su vez un discurso alternativo que la hace evidente, y que está allí para hacerla evidente.

2) una exposición del dominado interpretado como un sujeto silencioso, no discursivo; esta interpretación es la del dominador, no la del dominado, que, paradójicamente, al exponer y reflexionar sobre su propio silencio lo está subvirtiendo.

3) la existencia, no de un texto así, sino de un narrador así es una interpelación, un movimiento hacia una práctica social liberadora; todavía no es la liberación, porque, y ésta es la operación más fuerte que sentí en el texto, para este narrador la liberación -o "esta" liberación- no es posible.

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1) Este texto hace, a mi juicio, una interpretación muy madura con respecto del machismo, como relación de poder, y de su relato ideológico. En primer lugar, nos presenta dos discursos-hombre, uno dominador, el esposo, y otro no-dominador, que es Muriel. El narrador, que es una mujer, nos muestra a través de todo el texto mayor atención, por no decir simpatía y deseo, hacia el discurso-hombre no dominador. Nos lo muestra como sensual, vanidoso, extrovertido, fanfarrón, "un dios perverso" que está preocupado por sus apetitos. Esta preocupación por los apetitos del hombre parecen impedir que se preocupe por las ideas, porque si se preocupase por ellas podría convertirse en un discurso, encarnado aquí en el esposo[2]. Aquí hay una diferencia especialmente interesante: de Muriel se nos narra que no conoce el silencio, pero esta verborragia de Muriel, este no poder no expresarse no es en sí un discurso, es otro apetito: apetito por la expresión; en cambio, para el esposo, el silencio es lo perfecto.

Los pensamientos opresores del esposo son exactamente la suma del rasgo ideológico dominador de la sociedad. Es el "sólo flotar para chocar con el filo de las ideas" de las pobres e ignorantes mujeres que, muy de acorde, existen para ser dominadas. Rápidamente, entonces, se pone sobre el tapete una relación de poder de género. Pero, y éste es el rasgo de madurez que no sé si abunda en los círculos feministas más radicales, esta presentación no se hace desde el punto de vista de la enemistad, no está expresada como una cuestión de enemigos: la mujer en su lenguaje no puede así como así, del aire, brotada de una reflexión aérea, pensarse enemiga del esposo. En el mundo real los verdaderos enemigos en una relación de poder se narran largamente, no se acomodan de golpe. Es decir, a través de su lenguaje parsimonioso, casi casero, y haciendo hincapié en la relación narrador-enseres-domésticos como juez y testigo de esa dominación, el narrador nos está mostrando que identifica los pensamientos opresivos del esposo, y los identifica como tales. No es que los desconoce, es que a pesar de conocerlos, son constitutivos del vínculo. El discurso del narrador también está en el discurso del esposo, y viceversa. O sea, este narrador no es uno esencialista que se va a reducir a sentenciar "Vos sos malo", sino que reconoce la complejidad histórica que entraña una estructura de poder. Realmente no reacciona frente a ella, que es lo que sería la ingenua actividad de sentenciar. Para sentenciar sentencia cualquiera. En este sentido, este narrador es un crítico muy potente y maduro.

2) La mujer perfecta es la mujer silenciosa, callada, que no jode, que no hace preguntas molestas ni averigua sobre los negocios o sobre queridas. El apetito de Muriel incluye el apetito de la expresión; todavía no sabemos si su queja frente al silencio de la mujer es porque desea escuchar las ideas de la mujer [que más que "deseo" sería una idea, un constructo racionalista] o porque simplemente desea ver su apetito funcionando en todos los seres [una transferencia en el otro, una maniobra identitaria donde otros tienen la misma sed que yo]. Aquí hay una operación ideológica de consecuencias políticas interesantes, que se trasladan al punto 3); y es: el silencio del dominado no es el resultado de una carencia de pensamiento, sino de expresión. Pero al dominador le basta con la ausencia de expresión, la carencia o presencia de un pensamiento por parte del dominado en última instancia no le es tan trascendente, porque el dominador sabe esto: no es el pensamiento per se el que genera prácticas sociales liberadoras, sino la expresión del pensamientoAsí que le basta con copar los espacios de expresión[3], o distorsionarlos lo más que se pueda, para entorpecer o anular prácticas sociales liberadoras. Al final, "sólo flotar para chocar con el filo de las ideas" es sólo otro nombre de no expresarse, no de no pensar, porque es expresarse lo que da filo, lo que corta. Pensar todavía no ha fileteado una sola rebanada de pan en el mundo.

3) Lo último que puede decirse de "Sin luz artificial" es que sea un texto que resuelve sus tensiones y concrete su crítica con un desenlace naive. Todo lo contrario. El narrador no nos engaña invitándonos a una campaña para celebrar que estamos liberados ahora que hemos denunciado al lobo. Porque para el narrador no es una cuestión de denunciar al lobo, el lobo ya está denunciado hace rato. Para el narrador la liberación no es posible.

La mujer se va a morir. La mujer del futuro se va a morir. El silencio es perfecto. La consciencia, imperfectible. La niña de las flores nos presenta una clave al respecto. El narrador muestra su esperanza de que la niña de las flores, que no es otra cosa que la mujer del futuro[4], pueda "superarse si sabe cómo", "si toma conciencia de qué camino seguir". Pero aquí hay una lección terrible por parte del texto, de la que tendrían que tomar nota sobre todo aquellos filisteos posmodernos que apuestan al mercado de la autoayuda, u otras hierbas, para asumirse como libres: al final, consciencia correcta o no, un novio, otro hombre que no es más que otro instituto del esposo, te va a matar, no sin antes, claro está, haberte zarandeado como a un trofeo. 

Este "novio" es simplemente otro brazo del discurso del esposo. Podemos imaginar lo que le ocurriría al narrador si encontrase sus pechos puntiagudos en brazos de un fuerte, moreno y musculoso discurso alternativo. Y esta pistola sirve más como amenaza, como bala en boca, que como pistoletazo o fogonazo de pólvora. Es decir, en resumen: tu sola consciencia no te puede extraer de tu ciudadanía de segunda clase. Tu consciencia incomunicada tampoco.

Las ciudadanías de segunda clase no se van a suspender sólo verbalizando "la cosa" y pidiendo permiso, como quien dice "Disculpe, vengo a liberarme". Pero las prácticas sociales liberadoras por algún lugar comienzan. Y comienzan por el discurso. No se reducen a éste, pero de éste se ramifican. De esto se desprende que acogotando el discurso o distorsionándolo, o sometiéndolo a algún dumping cultural, o, que nadie se engañe, normatizándolo, podríamos entonces atajar estas prácticas, neutralizarlas. 

La existencia de este texto, entonces, pero más que de este texto, de este narrador, adquiere, por el procedimiento literario que toma para realizar su crítica, una importancia espectacular: la existencia misma de un narrador así, un narrador que piensa en silencio sobre el efecto político mismo de su silencio[5], en particular de la carencia de una práctica social liberadora, es por sí misma una interpelación a una práctica social liberadora. Todavía no es la liberación. El narrador no se engaña al respecto, no hay un recurso telenovelesco barato donde el narrador grita "¡Vete, Juan Martín, no quiero verte nunca más!". Todo lo contrario, hay una reflexión parsimoniosa, llena de flores y de enseres domésticos que opacan al que narra, como si el universo de lo doméstico fuese la especulación de un trono. El narrador no se engaña también por lo siguiente: el dominador -ni siquiera "el-esposo", sino el discurso del esposo- no puede ser, así, súbitamente, eliminado, porque esto equivaldría a eliminar también parte del discurso del dominado.

El narrador invierte una gran cuota de sensualidad en narrarnos el cuerpo de Muriel, o el de la niña de las flores bajo la imantación del cuerpo de Muriel, y sus reacciones. La sensualidad es, ni qué hablar, un gran vehículo. Pero este discurso del cuerpo se contrapone con el crudo "débito marital", donde el resultado no puede ser otro que la desnudez. Por cierto que la desnudez es sólo otro nombre de silencio. Al final, los cuerpos, y sus comportamientos apetitosos y sensuales, que hacían evidente la relación de dominación por reflejarla, son matados, son castigados por "el novio", el esposo ya reproducido, o sea, y en el mismo sentido que utilicé la palabra futuro, un novio que es más joven pero que es pasado, un hombre, una reproducción ideológica que ya ocurrió. El-esposo podría observar satisfactoriamente a el-novio de la niña de las flores y decir "Ya ocurrí". Un saldo de victoria recorre las palabras, el desdén, la crueldad, del esposo. El esposo está en lo cierto: el esposo está ocurriendo.

En última instancia, los cuerpos de los que intentan la liberación son castigados, sí, es cierto. Pero a este respecto el texto nos ofrece algo más potente que, además de criticarnos nos embellece: no es el cuerpo el que es castigado, es el discurso del cuerpo.


[1] Nacida en Jinotepe, Carazo, Nicaragua (1971). Licenciada en Arte y Letras y Máster en Literatura Hispanoamericana y de Centroamérica por la Universidad Centroamericana UCA, Managua (Universidad Jesuita). Es escritora y ha laborado como docente universitaria, presentadora de televisión e investigadora de literatura centroamericana.

[2] Es de notar aquí el detalle para nada despreciable de que al dominador no se le nombra con un nombre propio, a diferencia de Muriel.

[3] Si sabremos de copar o distorsionar espacios de expresión para ocultar o eliminar a quien nos molesta...

[4] "Futuro" aquí menos como de mujer que está adelante, en una vastedad temporal que se nos acerca indefectiblemente, y más como de una mujer que no ha sido.

[5] Curiosas son ciertas frases que realzan el valor político del silencio y de la expresión en el texto. Muriel recibe un balazo en la frente, y uno no puede evitar reformularlo como un tropo en el que te balean la frente por pensar y el sexo por desear. También es muy significante el pasaje que da justificación al título, así como esta oración: "Yo me siento juez, porque desde aquí puedo dictar el veredicto que jamás nadie escuchará".