Discusiones centrales

.- ¿Existe una generación de escritores nicaragüenses emergente? /
.- Relación de estos nuevos escritores con el establishment literario nicaragüense /
.- Literatura nicaragüense en el exilio, y cómo esto se relaciona con el país como narración nacional /
.- Literatura como actividad política. ¿Cómo la percibimos dentro y fuera del país? /

sábado, 21 de julio de 2012

Cuestionar la nicaraguanía con héroes alternativos


Leí El patio de los murciélagos, de Luis Báez, el año pasado, es decir, ya con trece años en el exilio. Además de las cuestiones estéticas, que los especialistas sabrán(1) mejor que yo, me vine a encontrar una cosa muy curiosa, que no se correspondía en nada con la nicaraguanía que me había sido inculcada, juntada como con piezas de legos, durante los 80's y los 90's: encontré, en Adolfo Báez Bone, un héroe narrativo absolutamente alternativo.

En ninguna parte del imaginario social que recibí yo durante ese par de décadas, y que supongo que es el compartido con la mayoría de los otros, aparece Adolfo Báez Bone. Conociendo su historia (un ex-integrante de la Guardia Nacional que, conspirado, intenta asesinar a Anastasio Somoza García), uno puede ver por qué: no formaba parte del Panteón de los Héroes, no estaba en la nicaraguanía "oficial", hegemónica, que recibimos, y que fue la de la RPS, para los 80's, y la de la desmitificación de la anterior(2), para los años 90's.

Para esta nicaraguanía "oficial" teníamos todo a disposición: literatura, música, artes plásticas(3), pero sobre todo la música. Y todavía quiero añadir un gesto semiótico muy potente que podíamos ver en todos lados, algo que podrá parecerles una babosada, pero que bien mirado, y si alguien se pone a analizarlo semióticamente, tiene un valor simbólico tremendo: las mismas matrículas de los carros decían, en sus leyendas, "Nicaragua Libre". No todos los automóviles del mundo declaran al empadronador del parque automotor como "Libre".

De cosas como éstas es que se forjó la nicaraguanía de la que les hablo, una nicaraguanía meramente urbana, y mezcla chocante, brutal, de dos proyectos, completamente autoexcluyentes. Y en ninguno de ellos estaba Adolfo Báez Bone.

Por ejemplo, no estaba Adolfo Báez Bone porque, si bien Ernesto Cardenal le escribió un Epitafio, este obra, este poema, fue aplastado por un vehículo muchísimo más poderoso: la canción "La tumba del guerrillero", de Carlos Mejía Godoy. Aunque el poema de Cardenal era para Báez Bone, no funcionaba así, porque Báez Bone no estaba en el Panteón de la Revolución. O por lo menos yo siempre me lo he imaginado así, incluso después de saber la historia de Adolfo Báez Bone: yo escucho "La tumba del guerrillero" y no estoy pensando en el héroe originario al que Cardenal escribió Epitafio. En vez de eso, me estoy comunicando, automáticamente, con los mitos de mi juventud: la guerrilla, la guerra civil, la Contra de pronto en la ciudad, en los noticieros, dándose las manos, inclusive, si quieren, la Contra en el modus sensacionalista y amarillista: un 3-80 muriendo baleado, en un parqueo, con el Hotel Intercontinental mirando. Así que no había Báez Bone. No había un "barrio" Báez Bone, un "reparto" Báez Bone, una brigada Báez Bone, ni tampoco un gigantógrafo, una aerolínea, un sello postal. Lo que quiero decir es que, efectivamente, en la nicaraguanía, en lo que podíamos identificar simbólicamente unos con otros, este personaje no existía.

Pero haberme encontrado a este héroe en El patio de los murciélagos es de lo más raro, para mí. Porque esta narración cuestiona en cierto modo la nicaraguanía "oficial". Es decir, que el héroe que casi nadie tuvo de pronto aparezca erigiéndose en discurso, teniendo discurso, siendo discurso, contestando un discurso, implica que este libro cuestiona el discurso de la nicaraguanía oficial, implica que la nicaraguanía que atestigua este libro no es la misma que la nicaraguanía "oficial". Y creo que esta brecha crítica no es estética, sino política. La diferencia no está en la intentona tipográfica, o en las llaves sinópticas. La diferencia está en que dice 4.4.54 y no 22.8.78, o mejor, 21.9.56, por poner un ejemplo. En el último ejemplo, tenemos Margarita está linda la mar,(4) de Sergio Ramírez, que se comunica, casi danza, con una nicaraguanía donde el héroe, Rigoberto López Pérez, posee una identidad muy fuertemente solidificada, y es apenas cuestionable: estuvo hasta en el Estadio, estuvo en los billetes, en el chanchuyo.

La pregunta que yo les hago desde el exilio, entonces, es: ¿qué héroes vamos a encontrar los que regresemos? ¿Quiénes van a ser los protagonistas de los discursos? ¿Qué van a estar mostrando los billetes, las matrículas de los automóviles? Estos nuevos escritores, ¿qué consecuencias políticas, en tanto que críticas, van a urdir en sus obras? Al escoger estos héroes alternativos [¿dónde está el libro de la Contra?, ¿y dónde está el libro de los Analfabetos?], ¿cuestionan la nicaraguanía, la atacan, o sólo le pasan la mano por arribita, como diciéndole "tranquilo, pipe"?

(1) Tenemos esta respuesta desde el establishment, en "Luis Báez, juventud y abyección: imaginarios post-insurgentes", de Ileana Rodríguez, pero donde no se nos dice absolutamente nada de Báez Bone, ni de la operación política que representa el que un héroe alternativo se entrometa, como si nada, entre todos los otros naipes de héroes que Luis Báez tenía a su disposición; y no se nos dice nada aún cuando el mismo autor declara que la parte de éste héroe es la más central a su libro, y que incluso tiene pensado escribir un libro enteramente de ese tema. En la crítica se te anuncia de entrada que se utilizará a Julia Kristeva y Giovanni Arrighi, como si eso fuese una especie de garantía de acierto crítico. Obviamente es difícil discrepar con Kristeva y Arrighi.

(2) Con cambio incluido de la simbología en el papel moneda [se fue Rigoberto López Pérez, vino Rubén Darío, se fue Benjamín Zeledón, vino Miguel Larreynaga, se fue Augusto C. Sandino y vino... el conquistador, Francisco Hernández de Córdoba, en aquellos billetitos de juguete que eran los centavos]; cambio en el titular del Estadio Nacional [otra vez se fue Rigoberto, vino Dennis Martínez, año 1998]; y un cambio... sustantivo, para uno que era chavalo en ese momento: la aparición de la Contra en el imaginario social urbano [aunque de todos modos limitada porque, por ejemplo: no te encontrabas con los hijos de los contras en ese lugar radicalmente subjetivante como lo es el colegio]: antes la Contra estaba lejos, en algún lado, detenida por los Cachorros, y ahora, en los 90, con la Contra podías negociar, podías mostrarla en la televisión, desmovilizándose, podías poner las palabras de un Contra en el periódico, y hasta no tenías que decirle Contra, sino "Resistencia Nicaragüense". Y es que Contra mismo era una palabra de una nicaraguanía que de pronto se extinguió.

(3) Tengo aquí a la vista la primera edición de ese hermoso libro La insurrección de las paredes. Pintas y graffiti de Nicaragua, con introducción de Sergio Ramírez, textos de Omar Cabezas y Dora María Téllez, ellos mismos héroes del esfuerzo épico, aunque no en el Panteón, claro está. Este libro está editado por esa verdadera máquina-de-producir-patria: La ENN: Editorial Nueva Nicaragua.

(4) Escribe Terry Eagleton: "Como las más eficaces formas de poder, la alta cultura se presenta simplemente como una forma de persuasión moral. Además de otras cosas, es un instrumento por medio del cual un orden dominante se forja una identidad propia en piedra, palabras y sonidos. Su efecto es doble: intimidar, pero también encantar" [La idea de cultura, p. 87]. Ahora probemos a reemplazar "alta-cultura" por Margarita está linda la mar.

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