Discusiones centrales

.- ¿Existe una generación de escritores nicaragüenses emergente? /
.- Relación de estos nuevos escritores con el establishment literario nicaragüense /
.- Literatura nicaragüense en el exilio, y cómo esto se relaciona con el país como narración nacional /
.- Literatura como actividad política. ¿Cómo la percibimos dentro y fuera del país? /

jueves, 19 de julio de 2012

La culpa, y su proyecto administrativo


La inmediatez histórica -estar aquí y ahora- suele crear tremendismo crítico, y por eso es difícil ser mesurado, realmente difícil, porque no hay pasado, ese gran instrumento crítico, para este ahora. Estamos en el presente, no nos destetamos de él. Escribimos más bien sobre la marcha, con lo justo, sacando la materia del periódico, de la visita a la pulpería, o porque te dejó tu jaña con un simple "Adiós. Chepa". O sea, olvidémonos, pues, como nuevos escritores emergentes, de la gran maniobra histórica revisionista, como sea que la gente hoy hace maniobras como hace videos de YouTube.

Y a la hora de lanzar nuestra crítica, de trabajar nuestra crítica en los textos, somos tímidos, o al contrario, nos pasamos al terrorismo, y en vez de una magistral cirugía mayor, uno suele asistir a la carnicería de un patólogo, al discurso de un tecnócrata angustiado.(1)

Pero más allá de esta inmediatez y este tremendismo, de esta desmesura, más allá de la ceguera natural de todo nacer, la existencia de la supuesta "Generación", si es que la va a haber, marcaría, por sí misma, un diagnóstico. Un diagnóstico... poco halagador para el establishment que recibe a esta Generación, que la ve levantarse, literalmente, frente a sus ojos, hervir y rebalsar la olla que el establishment le había preparado, torpemente, quizá como diciéndole "Sentáte aquí, pipe, crecé aquí, y eso sí: miráme, veme, tenéme presente en tus Purísimas".

Y es un diagnóstico que reza: "Hermano establishment, tu proyecto narrativo está concluido". Una Generación, por lo menos, dice eso. Como mínimo tiene que levantarse del pupitre y decir eso.

Aquí me parece que ocurre un rasgo clave, en cuanto a lo generacional: en la ruptura generacional, como su rompimiento de fondo no es estético, sino político, se rompen los proyectos administrativos de la culpa. La Generación no participa del proyecto narrativo -aunque los Intérpretes, también embebidos en el presente, sí-, ella dice "Hermano establishment, esto está concluido, vencido". El cálculo que hacen los generacionales cuando emergen es: "No administremos la culpa, hermano, la culpa la tenés vos, esta generación no puede tener la culpa, porque todavía no tiene el poder cultural para ejercer, con su literatura, política".

Y cuando hablo de "culpa" acá, no lo hago en el sentido de culpa católica, como diciendo "sos un bebeguaro, sos un mal feligrés, un hereje, te quemaremos". No. O sea, no es una culpa por ser-algo, sino una culpa por algo-no-hecho, algo así como una culpa gerencial-CEO-japonesa, donde se dice "Esto no está hecho. Bueno, arreglémoslo". Es decir, no la pienso como una culpa condenatoria, aunque tampoco la pienso redentora, como diciendo "Ok, tenés la culpa, no hay falla, no pasa nada". No, tampoco. Es una culpa histórica. Aunque seamos unos timidones o unos terroristas, podemos decir que la culpa del hermano establishment es una culpa histórica.

¿Esto ocurre entre nosotros? ¿Alguien nos está transmitiendo ese proyecto administrativo, esa culpabilidad? ¿Y la aceptamos gustosos, o la rechazamos como un jarabe para la tos? Eso que está sonando, ¿es la misa de novenario por el proyecto narrativo del hermano establishment? ¿El nuevo escritor nica, ustedes -un hipotético "nosotros"- es mesurado, es un experto en diplomática, distribuye sus angustias políticas y culturales hábilmente en su cronograma semanal? ¿O es un terrorista urbano? ¿El nuevo escritor nica es un nacionalista, o un patriastra? Como anota muy bien Luis Báez en esta misma palestra,(2) quien tiene la palabra impone su memoria. Si no tenés palabra, tu memoria es prestada. 

Es decir, arremanguémonos los brazos para trabajar, sentémonos a platicar y preguntémonos, face-to-face: ¿El nuevo escritor nica es un personaje de las élites, habla a las élites, quiere permanecer en las élites y satisfacerlas libidinalmente? ¿O quiere directamente bombardearlas, tomar toda esta extranjerización cultural y ametrallarla? ¿Y el nuevo escritor nica quiere ser reconocido como par de las élites de las otras literaturas, latinoamericanas y mundiales? ¿O basta que doña Chepa lea nuestros cuentos, se emocione, llore, con la muerte de Amadís de Gaula? Ya lo anota Alejo Carpentier, con mejores palabras que éstas: los escritores que deseen divertir van a tener problemas graves con los que deseen bombardear la fiesta.

Ya sé, ya lo sé: ninguno de nosotros -por suerte, por suerte- ha entrado en la madurez literaria. Como mencionó Javier González Blandino en su charla de #Los2000: ¿cuál es el apuro, la urgencia, la marketineada por la marca registrada "generación-tanto"? ¿Hay que salir a vendérsela a alguien, a los otros países? Hermano establishment, ¿ya hay un stand esperándonos? Porque si es así, nos hubiesen avisado. ¿Hay que competir? ¿Tenemos baja de competitividad literaria, mala cotización en la Bolsa de Penguin o Random House Mondadori? ¿El hermano establishment siente angustia porque ve que el país no tiene qué mostrar en las reuniones de hermanos? Quizá la razón de la marketineada es el síntoma, el rasgo hiperposmoderno de una sola cosa: tenemos adicción a las franquicias.

Pero por otro lado, y olvidémonos aquí por un momento de lo de Generación: si el proyecto narrativo del hermano establishment está concluido, el nuevo proyecto narrativo tampoco puede estarse esperando a sí mismo eternamente, durante décadas y décadas. La cuestión es igual de grave: un proyecto cultural vencido, fofo, inoperante, es igual de tóxico para el país que uno ausente: son incapaces de generar presente, de producir identidad, de hacer más críticos y menos narcos. Para que la gente no te apuñale sólo porque "la viste mal", tenés que subjetivarla primero, hallártela en el salón de clase, o no sé, en algún lado donde lo importante no sea el gorileo, la pose, la franquicia. Y eso es también literatura, narración, política cultural. Olvidémonos de lo de Generación, de sus fetiches: esto es literatura pura.

¿O es que los nuevos escritores sienten -como se siente un jonrón en el Rigoberto,(3) una isleta, la risa de un bolo- identidad con el proyecto narrativo del establishment? Creo que esto no puede funcionar en base a sobreentendidos, a name-callings, o a "bravuconadas por facebook" [otro excelente hallazgo de González Blandino en su charla]. Esto tenés que pensarlo y discutirlo, como discutís la risa de un bolo, la legalidad de un jonrón, el gobierno de una isleta.

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(1) ¿Cuya ciencia es cuál? La cultura, la maldita cultura.

(2) Espero poder retomar y engarzar este diálogo con Luis Báez. Creo que su crítica fue directo al grano en cuanto a la actividad que como escritores estamos desarrollando.

(3) Ya sé que ese estadio ya no se llama así, pero qué hizo Dennis: tiró un juego perfecto, bebió guaro, hizo unos millones. Y qué hizo Rigoberto López Pérez: mató al dictador.

miércoles, 18 de julio de 2012

¿Quién es establishment? (a propósito de "Establishment, los generacionales y los intérpretes"


Aprovecho este muy pertinente diálogo “generacional” que se ha querido iniciar a raíz del proyecto #los2000, para tratar de inferir, con no otro fin y utilidad que mi esclarecimiento personal, en un par de temas que, desde donde yo veo el asunto, me son un poco turbios. De cualquier forma, estoy seguro que la corrección de estas líneas de parte de alguien mejor informado o, en el mejor de los casos, su refutación, echará alguna tenue luz sobre este diálogo.

Hablamos de generación, entonces creo que es inevitable, como muy certeramente lo señaló Topogenario en el primer aporte a este blog, hablar de sucesión y de ruptura como términos antagónicos. Aunque muchos prefieran no verlo, pienso que en la literatura, y más aun en la actual literatura nacional, hay un punto en el que uno asume desde su obra una de las dos posiciones (con cierto grado de consciencia si se es afortunado) respecto a la generación precedente, o más directamente, respecto a las estructuras tradicionales y al discurso que la generación precedente ha establecido, ya a nivel estético, ya a nivel político.

En Nicaragua se sabe de sobra que los avances significativos en las letras, las artes y la cultura en general (tan escasos como profundos y tan trascendentales como reversibles), se han producido gracias a procesos de ruptura concienzudos y lúcidos con las estructuras establecidas. Si tenemos en cuenta el estéril panorama de nuestra literatura actual, resulta un poco inquietante percibir la indiferencia de quienes constituyen la generación literaria emergente hacia cualquier lectura crítica acerca de las condiciones y estructuras que se nos imponen, a nivel político y literario.

Lo interesante resulta que estas generaciones sosegadas e indiferentes se encuentran ante un establishment que si bien traza y delimita la cancha sobre la que se juega la más actual literatura nacional, carece de contenido o de voluntad para dictar e imponer sus reglas, es decir, su propio discurso oficial que, creo advertir, se basa en un respeto irracional y casi reverencial a la costumbre.

Cuando pienso en nuestro “establishment” me cuesta percibir una estructura concreta, con una identidad, una unidad de discurso, y una agenda literaria. Nuestro actual establishment literario es más una red tácita de instituciones antagónicas y heterogéneas. Los fondos editoriales y los espacios literarios son para los que mejor gestionan, para los que hacen lobby y se logran visibilizar ante los grupos que suelen dirigir dichas instituciones. Quizá se pueda deducir una regla: los espacios son para los que no polemizan ni hacen mala cara, para los que quedan bien con los gestores que los administran, para los que son políticamente correctos y llenan el perfil institucional, para los que están tranquilos y cómodos con las actuales estructuras. Para los que no tienen más pretensiones, que ingresar y visibilizarse en sus canchas. Para ello, uno deberá ponerse los colores del equipo, reverenciar su tradición y hasta heredar sus viejas rencías.

Quizá la reverencia a la tradición literaria nacional sea uno de los puntos que tienen en común las entidades que tejen el establishment literario actual. También presiento que tal reverencia constituye menos un acopio crítico del canon literario nacional, que un síntoma de su parálisis.

Alguien decía anoche, durante la presentación de Javier González en #los2000, algo como que en Nicaragua nos mantenemos fieles a la tradición, y que todos somos carlosmartinianos, o exterioristas por Cardenal, y etcétera. Temí percibir en sus palabras algo parecido al orgullo por algo que, al menos para mí, constituye una de las raíces del mal que aqueja no solo a nuestra literatura nacional, sino a nuestra realidad general: la reverencia casi religiosa e irracional a todo lo que se nos impone como costumbre. Pienso, en lo personal, que la tradición está para ser reverenciada, pero también para ser criticada, para ser comprendida, para ser refutada, para ser ponderada y puesta de lado, si es que se quiere seguir adelante, si es que no queremos seguir siendo carlosmartinitos o cardenalitos o, mucho peor todavía, ramirecitos o bellicitos por otro medio siglo.

Hay muchísima literatura que ha quedado por fuera del discurso literario dominante en Nicaragua, casi tanta como escritores actuales que la desconocemos. Hay una parte muy sustancial, y quizá la mejor, de nuestra literatura actual que queda por fuera de la escena y de las estructuras del establishment de Managua. Pero en verdad que para nosotros es más cómodo seguir imitando y haciendo mínimas e intrascendentes ampliaciones (y cuando digo nosotros no sé, realmente, de quiénes hablo) a corrientes literarias que eran novedad hace cincuenta años, y convertir esa imitación obstinada en un aglutinante más o menos efectivo para que nuestros versos intrascendentes cuajen en un poema exteriorista o carlosmartiniano, cuyo fin es disimular sus propias carencias. Y nos damos por satisfechos porque ya podemos leer nuestro poema a nuestro círculo de tragos, y eventualmente en un recital, donde se elogia para ser elogiado (ya por la influencia carlomartiniana, ya por el paralelo con Octavio Paz o por el giro hacia Mejía Sánchez en los últimos versos). Llegado a este punto, uno ya es todo un literato nica del siglo 21. Nos coformamos con escribir bien, con que nuestros versos cuajen, aunque no signifiquen nada, aunque hace 20 años ya estaban fuera de vigencia. Sí, suena muy cómodo. Pero me temo que esto no es ningún hallazgo, y que estamos acomodados sobre los que se acomodaron sobre los que estában cómodos con las estructuras tradicionales de sus épocas, y la ruptura deberá ser estrepitosa.

Dice Erick Aguirre –quien, por forfeit, es el mejor crítico de nuestra literatura actual--, en un artículo de 2010 titulado ¿Ha muerto la literatura nicaragüense?:
Los criterios de selección y ordenamiento cronológico de los más recientes “panoramas” de la poesía y el cuento de ficción en Nicaragua detienen su proceso de estudio y selección en las décadas 60 y 70 del siglo XX. (…) Las razones de este significativo corte cronológico en el registro del proceso evolutivo de nuestra literatura contemporánea, manifiestan una visible voluntad de cerrar sin mayores esfuerzos de estudio y exploración de las nuevas tendencias, el más reciente ciclo de la literatura moderna en Nicaragua, y pretende dar por entendido que con tal ciclo también se cierra una forma de concebir el arte poético y narrativo, así como las maneras de expresarlo.

Aguirre achaca esto a un desdén o falta de capacidad crítica de los historiógrafos oficiales de nuestra literatura (básicamente J. Valle Castillo, J. E. Arellano, Cardenal y S. Ramírez) hacia la ruptura profunda y consecuente evolución en la forma en que se hace literatura en Nicaragua, y que ya no resulta comprensible dentro de las trasnochadas concepciones tradicionales de lo que es arte. Aunque sí hay mucho de eso, y la observación me parece valiosísima, quizá yo no sería tan generoso con las nuevas generaciones. Quizá lo interesante acá, sea que no es la nueva generación la que siente la necesidad de ruptura, sino, de alguna forma, son los viejos modelos, las concepciones tradicionales y sus estructuras las que empiezan a ceder y sucumben, porque la naturaleza y el verdadero valor de cualquier corriente o tradición literaria es ser superada, pero sucumben con todo y las nuevas generaciones, que se rehusan a desprenderse de la tradición.

A mí me parece que este significativo corte cronológico en el registro de nuestras letras, lo que hace es poner la pelota en la cancha de las nueva generaciones, y que las nuevas generaciones, embelesadas por la comodidad de la sucesión, lejos de hacer el gol, de sacar la pelota de la cancha o, ya por último, de ponerla en una pica, más bien la regresan, tímidamente y sin saber qué hacer, a las manos de las estructuras tradicionales.

Pero mi visión sesgada y maniqueísmo seguramente correspondan a un ímpetu de juventud irracional, y uno no debería ser tan severo, porque realmente “quiere huevo” romper con una tradición. Porque la tradición es tradición precisamente porque se hace pasar por la única realidad posible. El grado de verdad que esto tenga solo lo determina nuestra actitud hacia esa tradición, por eso la importancia de tener un mínimo de consciencia crítica, para tener evitar la parálisis. Quiere huevo, porque esto no es nada nuevo. Insisto: el asegurarse espacios mediante la armonía y la sumisión a la generación precedente no es ningún hallazgo de esta generación. Continúa Aguirre:
El discurso crítico de la mayoría de los compiladores responsables de tan incompletos “panoramas generales”, siempre ha subrayado la supuesta preponderancia histórica de una “armonía inter-generacional” en la literatura nicaragüense, es decir que, después de la Vanguardia, nuestra literatura se ha caracterizado por una notable ausencia de rupturas generacionales.
E, irónicamente, muchos de los puntos literarios de la Vanguardia, contrapuestos al panoráma actual, recobran su vigencia y actualida, lo cual es alarmante y no solo indica parálisis, sino también retroceso. Los cambios, los altibajos y los vaivenes más significativos que ha sufrido nuestra literatura en las últimas décadas han sido más políticos que literarios. La literatura, en toda Latinoamérica, y por supuesto en Nicaragua, se convirtió allá por los 70 en un poderoso instrumento de lucha política e ideológica, y luego en un instrumento de poder a secas. Quien tenía la palabra, imponía su memoria. Floreció el testimonio. Su lugar trastocó y trascendió lo literario. La literatura giró hacia lo político. Los mejores lograron el balance político y estético (pienso en Lizandro Chávez y en el primer Sergio Ramírez). Los gobernantes escribieron sus memorias oficiales durante los 80 y sentaron la base de la nueva historia de nuestro país. Se impuso la memoria de los vencedores. Se satanizó la memoria de los vencidos (¿dónde está la voz de los contras, o de los torturadores o de los yanquis en nuestra literatura? Después de la obra de Lizandro no la veo por ningún lado). Se institucionalizó la cultura. La literatura ya era más que un espacio literario. Los políticos publicaron sus memorias y regresaron a su política, los intelectuales publicaron sus memorias y se dedicaron a la tímida disidencia y dizque se preocuparon más por la estética y la ficción. Ya en la época de nuestra “democratización”, el híbrido literato-disidente-político que surgió de nuestras revoluciones instaura su tradición y su influencia a través ya no de un ministerio, sino de una organización no-gubernamental (porque, no sé si debo mencionar que estas figuras intelectuales que tuvieron protagonismo político son quienes centralizan la mayor parte de la cooperación que entra para cultura), entonces surge el CNE de Cardenal, con su Hilo Azul. Sergio Ramírez con Carátula y unos cuantos ahijados. Francisco de Asís Fernández con su festival de poesía. Nuestro gobierno inconstitucional, cuyo fin parece ser aniquilar la cultura y el pensamiento en general. Son ellos quienes poseen los espacios de proyección literaria. Los criterios para acceder a dichos espacios, salvo rarísima excepciones, no son eminentemente literarios. La crítica nacional no existe, y sospecho que muchos de nuestros escritores actuales agradecen que así sea.

Quizá sea ésto lo que más influye sobre esta generación: la insitucionalización de la literatura, la gestión en detrimento de la calidad literaria; porque nos vamos moldeando bajo estas estructuras, y nos acostumbramos a que el éxito literario cada día tiene menos que ver con una búsqueda literaria, con toda la incomodidad que ello implica, y más con poses y auto-gestión que ha devenido en una especie de farandulilla literaria caricaturesca y anquilosada.

Entonces, pienso, que no es de sorprender que en esta última década, la de la auto-gestión, la del escritor-gestor, pese a lo profuso y variopinto del panorama literariao y la agenda artística de Managua y algunas cabeceras (recitales, grupos literarios, premios literarios estatales y no estatales, conferencias, ponencias, presentaciones de libros, muchísimas publicaciones oficiales, independientes e institucionales, recitales/performance, exposiciones, incursiones interdisciplinarias, auto-publicaciones, arte experimental y alternativo, y un largo etcétera), la producción literaria sea absolutamente intrascendente y no represente nigún aporte significativo ni siquiera para la tradición que amplía.

Está bien que Adiak no quiera tener compromiso político hacia la realidad de su país, lo cito: “mi literatura no está contaminada por política sino al revés, contamino la política con literatura”, esto es un derecho individual de cada escritor, pero bueno, que al menos tenga algún compromiso estético con su obra. ¿Cuál es el mérito de su novela? Que es la primera escrita por un autor de su generación. ¿Qué ofrece literariamente esta novela? ¿Por qué es la más vendida? ¿Porque es lectura obligatoria en tres universidades --por gestión del CNE-- o porque tiene tanta calidad literaria como para llamar la atención del indiferente o acaso inexistente público lector de nuestra literatura? Y es solo un ejemplo paradigmático. Supongo que es necesario aclarar que no tengo ningún motivo personal para atacarlo y que si lo cito, es porque me parece pertinente dentro del tema. 

No sé, pero sí estoy seguro que actualmente nuestros mejores autores son prácticamente invisibles en el panorama de cocteles y gestores que constituye la parte influyente de nuestro establishment. Los escritores que podrían dinamizar el asunto, desde el punto de vista literario, no tienen ninguna influencia sustancial, más que como gestores de becas. Se sabe de ellos de lejos, por premios internacionales o por sus bestsellers.

Entonces pienso... si no es a literatura, ¿a qué jodido estamos jugando?

La literatura en Nicaragua ahora puede perfectamente ser mala y trivial y aún así tener éxito e importancia. A mí, y puede ser pura irreverencia mía, esto me parece algo para preocuparse.

Creo sinceramente que mientras no se rompa con todo ese aparataje, mientras sigamos sin querer tocar la tradición literaria porque es sagrada, y no la querramos comprender en sus repercusiones políticas; mientras no se haga la síntesis con la historia de la que somos producto inmediato, seguiremos sin identidad, seguiremos sin propuestas, y nuestro panorama literario seguirá perdiendo, poco a poco, su significación literaria.

martes, 17 de julio de 2012

Escribir la nicaraguanía en el exilio [2]


Cuando mencionaba en [1], al pensar la "nicaraguanía" en relación con lo que estamos haciendo (escribir), a las claves culturales de origen de los textos, me refería, claro, a las claves culturales que moldean al escritor nicaragüense, exiliado o no, a la hora de estar produciendo esa narración, ese texto "nicaragüense", miembro potencial de las antologías de narrativa nicaragüense, y molesto outsider del resto de las narrativas nacionalistas.

Sería esencial que los compañeros aportasen aquí productos críticos, reflexiones, testimonios críticos acerca de sus propias condiciones culturales, no para "explicar" sus textos, obviamente, eso es una tontería,  pero sí para establecer firmemente las ideas que le pertenecen a él ahora. Y esto en el plano racional. Pero, más importante aún, y ya que se va a trabajar mucho con intuiciones, establecer estas claves culturales nos pueden aportar el horizonte de su intuición. Porque sí: olvidémonos por ahora de la cuestión de "figurar" o de "destacar", aquel que quiera ser una vedettonga literaria lo será en cualquier lado, por cualquier modo, y ante cualquier público. Mejor pensemos que al exponer las materias culturales que nos nutren podemos reflexionar acerca de los posibles productos.

Y sería esencial de parte de los compañeros escritores porque hay algo que parece transpirar, permear por todas partes, levantarse como un hedor: los deberes no están hechos. Venimos aquí, leemos a Bolaño, al boom o a alguien, y en nuestros inicios queremos escribir como ése que hemos leído. Pero nos encontramos con que el país no está narrado. Ése era el deber, colegial, que nos transmitiría la generación anterior. Pero el país no está, no se comporta. Es como el novio cagón que esperan en la iglesia pero se arrepiente a último momento. Todo el mundo dice: ¿dónde está el país-narrado? Ya vendrá, ya viene, ya no vino.

Acá quiero hacer hincapié en un importante hecho, para mí importantísimo, porque es uno de los rasgos críticos de mis propias claves culturales. Y es el siguiente: sé que la narración (textos-de-él-mismo-acerca-de-sí-mismo) de cierto país llamado Nicaragua existe,(1) pero yo no la recibí como herencia cultural en ningún momento, por lo tanto no está, no es, su función cultural durante la década de los noventa, que es cuando yo forjé mi identidad como nicaragüense, era nula, simplemente era como que si no existiese. Esta fractura, entre el país-narrado y el país-inexistente no es más que una operación culturalmente imperial,(2) y es lo que yo me vengo a encontrar cuando de pronto yo, ahora, decido narrar. Es ahora que se ve, que se suda, que hiede, ahora que nos vemos en el espejo, que decidimos narrar, es decir, ser políticos.

Y ahora, que estoy en el exilio, ya no puedo "recibirla", este país-narrado, esta nicaraguanía. No puedo recibirla. Leo estos libros que he mencionado, pero no la recibo sólo por leerlos, porque la nicaraguanía no la podés leer en un libro. Para eso está el Rigoberto, el Huembes, los distintos tipos de "oes", es decir, cosas que no son narraciones, o que lo son, pero no están narradas por libros, no las hereda el alfabeto impreso.

Y ¡ojo! No pensar que esto "es algo que pasó", como quien dice "Oh, bueno, es una lástima que no nos dieron Lizandro Chávez Alfaro en los liceos, hasta por las orejas, qué se le puede hacer". Esta separación entre la existencia de los textos y la función de los textos no está en el pasado, ni apunta hacia atrás. No es "sólo" porque tenemos un analfabetismo de dos dígitos. Porque perfectamente el mismo procedimiento cultural de dominación puede estar ocurriendo ahorita mismo, con nosotros mismos, entre nosotros mismos: mis textos, o los de Roberto Carlos, o los de Jaentschke, o los de quienes inclusive no mencionamos aquí [otros escritores, como Johann Bonilla, u otros legítimos estrategas de la cultura toda], todos esos textos podrán existir, pero si ni entre nosotros mismos funcionan... Así que la embestida generacional no es sólo para hacer un deber colegial suspendido, interrumpido, pospuesto, sino para no faltar nosotros a la misma clase hoy.

¿Ustedes piensan que alguna vez vi en Nicaragua un libro de Adolfo Calero-Orozco, como Cuentos nicaragüenses? ¿O que Lizandro Chávez Alfaro era un bestsell?(3) No. Yo sé declamar de corrido "Los motivos del lobo", sé que los Dantos perdieron la final con los Leones después de ir arriba tres juegos a cero, y sé Canción de amor para los hombres. O sea,  instituciones.

¿Quiénes no hicieron los deberes? ¿Los escritores pasados? Bueno, según lo atestiguan algunos textos, sí los hicieron, ya que existen, aunque no funcionen. No me malinterpreten, no venimos al gimnasio a repartir culpas, como quien le abanica a un strike. Sino que intento pararme desde mi lugar, parcialísimo y limitado, e identificar las malditas claves culturales que compartimos o que dejamos de compartir. ¿Para qué servirá esto? 

Creo que responder esta pregunta, explícitamente, y de la forma más contundente, ruidosa y política posible, podría/debería -debería- ser uno de los objetivos de esta Generación, si es que la hay, o la va a haber. 

En resumen: i) ¿el país está narrado?: si los escritores encuentran que no, narrarlo. Porque es casi una actitud delictiva no narrar el país. ¿Cómo narrarlo? Bueno, naturalmente que ésta es una pregunta de estética, no de política.

ii) ¿el país está narrado?: sí, pero encontramos que esta narración no funciona, entonces hacerla funcionar. Esto implica un problema importante para el escritor. Implica que se convierta en un militante. Esto es política. Política cultural, política literaria. No es actante fijo, no es focalización cero, narración no-lineal, monólogo interior. Esto no es narratología. Utiliza herramientas de narratología, como los músicos utilizan el pentagrama y los barítonos la respiración, el estómago. Pero no mezclemos los lópez.

iii) por último, ¿el país está narrado?: sí, y esta narración funciona perfectamente. Entonces usted no es nicaragüense.


Luis Topogenario
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Notas:

(1) Tengo a la vista cuatro libros, por poner un ejemplo, que me lo atestiguan: i) Cuentistas de Nicaragua, [1984] selección de Jorge Eduardo Arellano, con los siguientes autores, separado por "secciones":

/// Narradores costumbristas: Gustavo Adolfo Prado, Anselmo Fletes Bolaños.
/// Rubén Darío (sí, es una sección): obviamente, Rubén Darío
/// Fundadores: Carlos A. Bravo, Manuel Antonio Zepeda, Manolo Cuadra, Adolfo Calero Orozco.
/// Principales cultivadores hasta los años cincuenta: Hernán Robleto, Juan Felipe Toruño, Mariano Fiallos Gil, Fernando Centeno Zapata, María Teresa Sánchez (la única mujer de todo el maldito libro), Emilio Quintana.
/// Cuentistas de los años sesenta: Lizandro Chávez Alfaro, Fernando Silva, Juan Aburto, Mario Cajina Vega, Sergio Ramírez, Fernando Gordillo.
/// Cuentistas de los años setenta: Carlos Alemán Ocampo, Jorge Eduardo Arellano, Horacio Peña, Mario Santos, Pedro Joaquín Chamorro C..

ii) Cuentos nicaragüenses, de Adolfo Calero-Orozco (sic); iii) Panorama del cuento nicaragüense, con los siguientes: Adolfo Calero Orozco, Mariano Fiallos Gil, Manolo Cuadra, Pablo A. Cuadra, Joaquín Pasos, Juan Aburto, Fernando Centeno Zapata, Ernesto Cardenal, Lizandro Chaves (sic) y Sergio Ramírez. Y iv) Cuentos nicas, con una mezcla de todos los anteriores.

[[[Absolutamente todos estos libros los encontré y los leí en el extranjero. Les contaré todavía una más: recién en el 2004 vine a ver un ejemplar de Mamita Yunai, del costarricense Carlos Luis Fallas. Este libro, ¿no podría ser "nicaragüense"? Tenemos la United Fruit. Tenemos hombres, destripados como gorgojos molestos, hasta quedar como meros chingastes de fertilizante para bananos y maduros. Saquemos Puerto Limón y pongamos Puerto Cabezas. Saquemos la sierra costarricense y pongamos la cordillera de Yolaina. Saquemos ideay, y pongamos idiay.]]]

(2) Con "imperial" me refiero, claro está, a patentes relaciones de dominio cultural ejercidas por una población sobre otra. No me refiero a "Estados Unidos", no me refiero a las mónadas. Porque también en Nicaragua tenemos patentes relaciones de dominio cultural. Es más, es desde allí que se ejercen, no desde un estudio en California o de una empresa de marketing japonesa. A lo que voy es: si en Nicaragua tenemos una sociedad al modelo de colonia cultural es, precisamente, porque tenemos imperialistas autóctonos, absolutamente chapioyos. El imperio, como la liberación, no se pueden ejercer desde lejos. Tenés que estar adentro. Así que ni modo, yanquis, y mona(da)s parecidas: tienen que estar adentro.

(3) Acá me surge una potencial interrogante, y es la siguiente: si el boom latinoamericano significó establecer América Latina en el panorama de las letras mundiales, pero al mismo tiempo ejerció efectos culturamente imperiales sobre aquellas sociedades nacionales que no podían producir sus propias narrativas, fuertes y funcionales, paralelas a este fenómeno, entonces aquí puede haber una especie de efecto iatrogénico sobre un hipotético "nosotros-nicaragüenses". Claro, claro, América Latina no es en realidad muchos-países-distintos, es decir, América Latina no es los Balcanes, la URSS o el Sudán, sino más bien "juntémonos-las-manos-y-cantemos-todos-Canción-con-todos". Pero igual: si esta relación de dominio de carácter imperial existió, no es de solventar así nomás.

domingo, 15 de julio de 2012

Escribir la nicaraguanía en el exilio [1]


Si una buena parte de los escritores aquí -no sé si mayoritaria o no- está en el exilio [otra vez me centro en la narrativa], podemos estar seguros de que la historia de la literatura nicaragüense de aquí en más va a ser complejísima.

Esto que parece obvio y error-free, también carga, por lo menos visto desde aquí, en mi relación particular con "Nicaragua-sociedad-productora-y-narradora-de-nicaraguanía", algunas posiciones que son/pueden ser falsas. Creo que los otros escritores que están afuera, en el exilio, también pueden dar mejor cuenta de esto, con el relato de sus experiencias.

La primera posición falsa, o potencialmente falsa, es la concerniente a las literaturas nacionales. Una vieja discusión en América Latina, pero parece que refritada cada vez que aparece gente nueva, o cada vez que la gente va al Rigoberto a aplaudir o a pegarle a los Indios del Bóer, o cuando se tiene a un antimotín de cerca.

Esta discusión sí que es vieja. Obviamente, no creo que pueda, ni que quiera, por lejos, añadir nada al state-of-the-art de esa discusión en el plano teórico, ni aportar nada que avance ese punto desde el nivel teórico en que se encuentra. Pero, de última, si son los escritores los que escriben la literatura, pero son los teóricos los que determinan la verosimilitud de que sean "literaturas nacionales" o no, bueno, quizá a los primeros nos toque pensar, laicamente -desde una laicización saidiana-, que partes reales posee esa verosimilitud ofrecida, como sea que también la producción de los críticos es otra narración más, parentela nuestra.

Yo creo que, si pudiésemos discutir de esto en particular, lograríamos, no sólo socializar con los otros escritores las ideas en sí, sino "abrir un poco la cancha" para que los escritores que estamos en el exilio, pero que no somos del exilio, sino que constantemente nos relacionamos y nos imaginamos como algo "de-Nicaragua" o "en-Nicaragua" -o sea, personas inicialmente relatadas en Nicaragua-, digo, que lograríamos abrir un poco la cancha para que los que estamos fuera podamos aportar eso que tenemos de afuera.

No sé cómo lo piensan ustedes, especialmente los otros escritores en el extranjero [como por ejemplo Guillermo Goussen, María del Carmen Pérez Cuadra, Valdrack Marcel Jaentschke, Roberto Carlos Pérez, entre otros], que son los que tienen ese desprendimiento de estar por un período prolongado en el extranjero. Pero yo lo de la "literatura-nicaragüense" ahora la pienso más desde las claves culturales de origen de los textos que estamos escribiendo [o sea, el aparato cultural que utiliza el maje, la tipa, el escritor o la escritora, para pararse frente a su texto a la hora de construirlo], que desde el contenido puntual del texto en sí.

Y decido pensarlo así ahora, en este sentido, porque creo que en realidad no tengo muchas más alternativas. Es decir, casi que ni lo decido, porque de la otra manera prácticamente no hay discusión alguna, y quizá, seriamente, nunca la hubo. Desde el contenido puntual del texto no puedo pensarlo, porque, además de la idea general de que tu literatura la tienen que poder leer en Singapur como en Mulukukú por más que en una novela me hablen de Chinandega o de Managua, esta novela no es "nicaragüense". Pero no porque el escritor no sea nicaragüense, o porque los personajes no puedan ser nada más que chinandeganos, o porque sólo los lectores chinandeganos puedan realmente extraer la mayor polisemia posible del texto, y en cambio en Singapur ni siquiera tienen ñ, por decir, no. No. Sino porque Chinandega o Managua no son unas ciudades "nicaragüenses".

[[[Otra cosa muy distinta sería pensar, por ejemplo, la literatura -oral y escrita- de la Costa Atlántica. Porque la Costa Atlántica bien puede ser otra nación, o sea otra narración. Pero claro, esto lo hablamos como meros observadores, como meros turistas textuales/culturales/sociales de la Costa Atlántica. Porque: ¿podría ser posible que los escritores de la Costa Atlántica nos dijesen: "Ey, ¿y de qué "literatura-de-la-Costa-Atlántica" me hablás? Si ésta Costa Atlántica es idéntica a las otras Costas Atlánticas del Mar Caribe". No sé si es posible, o si es así, ya que no conozco escritores costeños. Pero quizá allí veríamos que la geografía política, ese invento infantil del hombre blanco, sirve para pocas cosas, como no sea agitar a las barras en el Rigoberto, o para saber cuál de los Estados nos manda los antimotines, si es que nos da tiempo de preguntarles, o de observar las escarapelas en los escudos]]]

jueves, 12 de julio de 2012

Seconds fuera

Pero, si bien le damos palo y palo a lo de que hay "una generación", no podemos dejar de reconocer que sí hay un cambio estético por parte de los nuevos escritores. 

Porque no me digan que el libro El patio de los murciélagos, de Luis Báez, por poner un ejemplo que yo conozco, es igualito a Charles Atlas también muere, a Waslala, a ese libro gráfico que es De tropeles y tropelías. Y no tiene nada que ver con términos pugilísticos de si es "mejor", "peor", "malo" o "bueno" [cosas que, por otro lado, creo que a nadie realmente le interesan, más que a los seconds del boxeo {cultural}, como cuando le gritan a su púgil estrella, en el undécimo round: "Vamos, te está ganando, Pedrón, vamos, golpéalo, vamos a noquearlo, ¡tú eres más bueno!"]. Sino que tiene que ver, al decir de Alan Badiou, con las operaciones literarias de estos libros nuevos: que simplemente son otras.

Entonces existe un evidente cambio de guardia [si "guardia" no es mala palabra] estético; se está procesando, mientras platicamos, aquí y ahora: desde nuestros exilios, para los que estamos afuera, y desde la víscera del monstruo [eso que todo mundo insiste en llamar "lo nacional", "la-nación-nicaragüense"], para los que están adentro.

Pero creo que en realidad todos estamos cambiando, tanto los que escribimos, como los que leemos, como los boxeadores. No es que la "generación" nicaragüense es privilegiada y tiene una especie de monopolio sobre el cambio. Aquí en Uruguay, les aseguro que los escritores también están cambiando (y estoy seguro que lo mismo puede decir Guillermo Goussen, en México, o María del Carmen Pérez Cuadra, en Chile: que los escritores de carne y hueso, no los que vemos en los catálogos de Anagrama a 300 córdobas, sino los que tienen que salir a mendigar sus textos, a pelearse con las editoriales, a esquivar la bota destripadora de las tiradas de 100 000 ejemplares, esos tipos están cambiando).

Aquí en Uruguay ya no se escriben libros con las mismas operaciones estéticas de Juan Carlos Onetti, ni con los mismos fines críticos. Ni qué hablar. Es decir, aquí la modernidad también pasó. Aquí también lo cultural vino a extirpar lo ideológico, a suplantarlo, a convertirse en lo ideológico. Aquí también, en Uruguay, todo es cultura. ¿Les parece que un libro como De tropeles y tropelías sería ahora posible? Bueno, sí, siempre y cuando, en vez de un general de cinco estrellas, el jinete sobre el caballo cadavérico fuese un jefe narco, o un magnate de bancos, o un hacker geek con una caricatura de mickey mouse: algo potente, chocante, ecléctico, grasoso, pariente de un potente collage (o mestizaje, transculturación, al decir de Ángel Rama). Grasoso, no de malo, sino de gordo, excesivo, repleto de contenido. En suma: algo definitivamente grasoso.

Así que este cambio estético de la narrativa nicaragüense, me parece, desde mi frágil tribuna en el presente, es porque, efectivamente, estamos pegados al mundo, no estamos destetados de él.

Después de todo, no es una obligación ser una Generación. Ni qué hablar. No es una actividad atlética, deportiva. Cada uno de nosotros, por hablar del nicho que aquí nos reúne [nuevos escritores nicaragüenses], tendrá sus agendas políticas literarias. Y el que no las tiene: o las tiene pero no lo sabe, o las tiene pero las quiere disimular, o las va a tener muy pronto. 

Bueno, si vamos al caso puntual, tampoco los cuatro grandes de sólo una de las tantas listas del boom [Cortázar, Fuentes, Donoso y Vargas Llosa] tenían ninguna necesidad atlética de conspirar, en la forma que fuese, para dirigirse, con fuerza y tensión, a un objetivo, completamente político. Ni siquiera tenían las mismas nacionalidades, y la materia prima -el lenguaje- era completamente heterodoxo. Pero identificaron un objetivo, y conspiraron, en grados distintos unos y otros, para conseguirlo.

Aquí es donde creo que puede estar otra de las claves: para la Generación, más que una comunión estética, tiene que haber/existir, pero qué haber, mejro dicho, tiene que exigirse una conspiración crítica. Es decir: que las Generaciones ocurren en mesas de bares, no en mesas de noche; ocurre cuando los escritores de pronto están entre matarifes, arribistas, coyotes de cuarta, no cuando están entre doctores y miembros del templo de la lengua, o entre gente abordándolos para sacarles autógrafos.

Entonces, no sé, lo que es yo, bueno, pues no recuerdo haberme sentado a platicar con ninguno de los compañeros aquí presente. Conozco a pocos, he leído todavía a pocos, espero leerlos absolutamente a todos, sean malos o buenos, porque lo que dicen se comunica conmigo, me guste o no, a través de filamentos históricos comunes.  Todavía menos de los que conozco me conocen a mí. Y todavía menos han leído mi obra. Así que podemos establecer, fehacientemente, que no he conspirado críticamente con ninguno. Ahora, si José Adiak se trenzó con Arquímedes González, o si Luis Báez está confabulado con Roberto Carlos Pérez, no lo sé. Realmente no lo sé. "Yo juro, señor juez, por mi mamacita, que yo no sé nada".

Y quiero emitir una posición subjetiva y personal al respecto: creo que eso sí importa. Es decir, que sí importa que las conspiraciones, si las hay, sean efectivas, sean públicas, sean políticamente activas. No que tengamos que deducirlas de los textos. Porque vuelvo a lo mismo: creo que los choques críticos son choques políticos, no son guerras estéticas. Y si escribimos para "ser estetas", bueno, mejor sería convertirnos en seconds de un boxeador estrella.

Estar atomizados es la marca del absentismo generacional. Esto quiere decir no-estar-conspirados, no quiere decir estar-lejos.

Luis Topogenario

miércoles, 11 de julio de 2012

El establishment, los generacionales y los intérpretes


Otra cosa que estuve pensando, y que quería compartir y discutir con ustedes, a ver cómo resulta la plática, es que la cuestión de la "generación" no puede ser aceptada sin eludir la relación de la misma con el establishment literario nicaragüense. [otra vez lo voy a encuadrar desde una visión de política literaria, política cultural, y no desde lo meramente estético]

Y es que si el establishment literario nicaragüense aplaude o celebra el advenimiento de una "nueva generación", uno puede estar seguro de que allí no hay una nueva generación. Porque una nueva generación, ya sabemos, viene a romper con las estructuras de poder cultural del establishment, que se traducen en productos literarios: libros, publicaciones, charlas, conferencias, presencia en el imaginario social, influencia en los mass media. No viene a "recibirlas", campeonamente, como se recibe un diploma de bachillerato. Las generaciones no están para bromas, todo les viene en prenda.

Entonces para el establishment aplaudir o celebrar la llegada de eso es como para los franceses batirle palmas y tirarle besos a los conquistadores prusianos.

Ahora bien, si lo que el establishment aplaude y celebra es la aparición de una nueva camada de intérpretes, de la misma estructura de poder, bien, entonces a eso llamémosle nuevos intérpretes.

Yo estoy seguro de que si veo venir a alguien que de verdad me va a volver inmediatamente obsoleto, bueno, creo que mi primera reacción no sería aplaudirlo. Ahora, si veo venir a alguien que me va a repetir -un "yo" o un "nosotros" mejorado, si se quiere-, es decir, me va a reforzar, creo que yo sería más proclive a congeniar. Simbólicamente, voy a poder conversar con esos tipos. Ahora bien: turbia podría ser la conversación con un producto literario peligrosamente critico para mí.

La pregunta es: ¿se puede estar en el establishment y producir productos literarios peligrosamente críticos? A primera vista parece que la rotunda respuesta es no, porque de lo contrario la posición de equilibrio en el ejercicio de las políticas de cultura peligraría. No se puede estar bien con Obama y con Marx. No se puede estar bien con Sergio Ramírez y con Samuel Beckett.

Obviamente la cosa es mucho más compleja que esta exposición maniquea, ya lo sé. La presento así a propósito porque estuve pensando una cosa que quizá ustedes ya la pensaron: ése es, precisamente, si existe, el rasgo generacional. Exactamente eso. Se es maniqueo, casi rigiosamente, si se me permite el coloquialismo nica. Lo único que podés ser, si sos una generación, es una generación maniquea. Tu actividad literaria (otra vez, me refiero como generación) no viene a ganar amigos ni a convencer lectores, o a administrar los créditos. Vos venís a erradicar lecturas.

Esto no quiere decir que los generacionales tengan licencia para ser rigiosos, maniqueos, a cualquier costa. Allí, a ese nivel, sí que no se puede ser maniqueo. Porque puede ser que la radicalidad del esfuerzo literario generacional logre conseguir el objetivo (la renovación literaria y la superabundancia de productos críticos), pero su propia desmesura también puede destruirlo, volverlo efímero, consumirlo y dejarle una única opción: hacerse fetiche. Y una generación fetiche, una generación infantil, debe ser lo más pernicioso que puede tener un país, y más uno como Nicaragua, donde la narrativa ya de por sí no es un bien abundantísimo.

Si lo pienso así, mis dudas acerca de la nueva "generación" crecen.

Luis Topogenario

martes, 10 de julio de 2012

Un aporte inicial


Y... bueno, para romper este hielo inmenso, voy a comenzar yo.

Lo primero que yo quiero aportar, por lo menos desde mi concepción de literatura, y más allá de la puntualización de "generación" sí, o "generación" no, o cuál generación, es que el establecimiento mismo de esta discusión es un rasgo político, y no estético. Lo que quiero decir es que, a menos que tomemos la parte enana y trivial de "generación", en vez de un choque de estéticas, podemos estar hablando de un choque de políticas.

La parte enana y trivial de "generación", según la entiendo, es la de llevar la discusión a una cuestión de terminología, o a una especie de suma y resta aritmética de edades: de que si vos naciste en los 80s, o en los 90s, o en los 70s, entonces eso ya automáticamente te incluiría o te excluiría, o de que si empezaste a publicar en tal año o en tal otro. Creo que eso no puede ser la parte nuclear del tema. Pero... también creo que se puede cometer un grave error si se desecha a la ligera. Porque puede ser que no signifique lo nuclear, pero representa algo que puede complementar y ayudar a explicar la parte nuclear del debate, inclusive por su poder de dato histórico, o biográfico si se quiere.

¿Cuál es la parte nuclear de este negocio? Bueno, no la sé de antemano, obviamente. Por eso los invité a todos ustedes a generar el debate. Además creo que es imposible, ahora, saberla y asirla en toda su extensiónrealmente asirla, porque estamos inmersos en el mismo proceso y carecemos de toda distancia histórica como para elicitar los verdaderos límites conceptuales. Además, soy un escritor, no soy un académico ni un doctor, y tampoco quiero serlo. Como dice Julio Cortázar en su entrevista de "A fondo", soy un aficionado, o, al decir de Edward Said, un amateur, o sea: no soy un especialista. 

Sin embargo, aunque carezcamos de la presencia histórica adecuada, esto no nos impide establecernos firmemente en la discusión, platicarla, investigarla, "rebanarla" si se quiere, como decimos en Nicaragua. Quizá al contrario: por estar en ella, adquirimos cierta responsabilidad, cierta parte. Quizá no es necesaria una "gran" distancia histórica para conocer el asunto, a tal punto que uno estaría tan lejos que la realidad se volvería una especie de concha fósil, y no de ser viviente. Así que, distancia o no, deberíamos entrarle.

Yo, en mi caso, lo encaro partiendo, como expuse precariamente al principio, desde lo político. Y en esto quiero hacer un par de puntualizaciones, porque son las que me vienen en prenda:

Por supuesto que me refiero a lo político en tanto a una actividad total e inherente a una actividad pública, en resumen es casi imposible no ser un ser político hoy en día. No me refiero a una política partidaria, electoral, pequeñoburguesa.

En mi caso, aquí aparece una fractura importante en cuanto al discurso: sucede que yo no vivo en Nicaragua, como muchos de los escritores aquí invitados al debate; entonces esto quiere decir que, si vamos a ser realistas, prácticamente nadie en Nicaragua lee mi literatura, a no ser otros escritores, o los raros lectores entrenados que sobresalen de la población. Lo que quiero decir con esto es que el alcance político real de mi actividad literaria en Nicaragua es mínimo; esto desnuda un hecho: la efectividad del producto crítico de los escritores que estamos fuera de Nicaragua es retardada, retardadísima, si no casi inexistente, en términos reales.

Y aquí arribo entonces al punto central de mi primer aporte: si vamos a hablar, en narrativa, de "generación literaria" en Nicaragua, tenemos que tener en cuenta que la materia que compone esa narrativa, las vías nutricias de esa literatura, son complejísimas, dispares, quizá antinacionales, extranjeras, o, para colocar un término que, debido al exilio, tengo muy presente, patriastras.

Con esto yo no excluiría a priori lo de "generación", porque, como me comentaba Ulises Juárez, habría primero que definir generación [obviamente que el punto no es ponerse a reinventar la rueda, pero sí algo en lo que se pueda estar de acuerdo]. Además hay otro hecho interesante que no podemos desconocer: históricamente tenemos en nuestras venas un hecho, un proceso, relevante, potentísimo, que cambió el país, [seamos del color que sea] como lo fue la Revolución Popular Sandinista. Y ese hecho, de una forma u otra, ya sea el proceso mismo, sus réplicas inmediatas [la guerrilla contra] o sus consecuencias más postreras, lo hemos vivido todos. ¿Esto nos nuclea, nos homogeneiza? No sé. Lo dudo. Al revés: esto, a priori, tampoco hace nada generacional. No quiere decir que pueda ser descartado a la ligera, pero per se no aglutina, no pega, no es resistol.

Luis Topogenario