Discusiones centrales

.- ¿Existe una generación de escritores nicaragüenses emergente? /
.- Relación de estos nuevos escritores con el establishment literario nicaragüense /
.- Literatura nicaragüense en el exilio, y cómo esto se relaciona con el país como narración nacional /
.- Literatura como actividad política. ¿Cómo la percibimos dentro y fuera del país? /

viernes, 24 de agosto de 2012

De León Salvatierra*: "La puerta de Fat boy"**


       Fat boy es un texto que apunta hacia un cuerpo específico. Su voz es autorreferencial, y su autorreferencia es histórica. La conciencia del sujeto narrativo se constituye en su incertidumbre. Las reflexiones oscilan entre pasado y presente. En ese texto plagado de preguntas, la indagación que postula Fat boy es casi siempre de sí mismo, de sus deseos, de la violencia en que vive y de sus orígenes: “Soy un cuerpo hecho de puntos, de carreteras intransitables, a medianoche”. Los “puntos” que componen ese cuerpo gordo son las marcas que deja la violencia, son las heridas que se convierten en “carreteras intransitables” en la oscuridad de la piel. Pero es quizá la ausencia de ese “origen” lo que enriquece la obra de Luís Topogenario, porque problematiza el espacio de lo familiar, es decir, el espacio nacional. Después de tantas preguntas, después de tanta descomposición psíquica y corporal, no pude no pensar en la historia de Fat boy como la historia de la tierra. Esa mole en descomposición es un fragmento de la historia, es la ruina de la que habla Benjamín, que registra las cicatrices históricas de la “nación”, pero se debe subrayar que la voz narrativa se legitima desde la margen. Fat boy no es la voz de un intelectual narrando la historia de su país, sino más bien es la historia de Fat boy dicha por un Fat boy (un personaje que ni siquiera tiene nombre propio), de un pueblo perverso y trágico de la periferia del país: Comodoro Vanderbilt. El personaje es víctima y victimario, es el producto de la violencia y es generador de violencia. Su mismo apodo es un insulto. Todavía peor, es un insulto en inglés. Lleva la inscripción lingüística del imperio en su cuerpo obeso. Comodoro Vanderbilt es el lugar por el que pasan huracanes, contras, recontras, guerrilleros y también la momia de Serguei, en cuyos dedos cuelgan los hímenes de las jovencitas como María la Danubia (el objeto de deseo).
No pude no pensar en el Vanderbilt del tiempo de los filibusteros, aquel viejo gringo oportunista que controlaba la ruta interoceánica de Nicaragua durante el tiempo del Gold Rush en San Francisco. Cornelio Vanderbilt, el empresario a quien se le permitió controlar el trasporte en el río San Juan y el lago de Nicaragua. Esa ruta servía de canal para los que pasaban de la costa este de Estados Unidos hacia California en busca de oro. Por ahí navegaba William Walker, nuestro filibustero, acaso uno de los padres o padrastros, a los que alude Fat boy. Recordemos que Fat boy no tiene padres legítimos: “tuve más madrastras que madres, y tuve menos padrastros que padres, sin embargo, crecí en mayor consanguinidad los años que sobreviví como un simple huérfano, que inclusive los años más sanguíneos”. En este texto no hay cabida para el imaginario de la familia burguesa como sucede en tantas novelas que intentan narrar la historia de la sociedad nicaragüense, siempre desde el centro de la burguesía, basta pensar en Castigo divino para enfatizar este punto. Las madres de Fat boy son tres, los padres son cuatro, relaciones “filiales” degeneradas y perversas.
Cuando leí Fat boy, tampoco pude no pensar en la situación “política” nacional, en su descomposición, en el mangoneo que a lo largo y ancho de la historia ha asolado eso, que con cierto grado de dolor y tristeza, llamo Nicaragua. No, no pude no pensar en la violencia y en la deriva de nuestra familia nacional si es que todavía se le puede llamar familia. Esa es la sensación y la imagen que tuve de Fat boy: “Me imagino que soy lo más parecido a un cuerpo, un hombre gordo y negro, casi morado, como yo, flotando sobre una puerta de madera en la inmensidad del océano […]”. A mi juicio, esta imagen es la más poética y la más cruel porque no es ni entrada ni salida, es la intemperie la única posibilidad, es vivir en un entremedio, naufragando entre la vida, la muerte y la inmundicia. Los personajes centrales en esta historia son huérfanos. El compañero de Fat boy es un bastardo. Su apodo es otro insulto. Su madre fue violada y asesinada. El bastardo es un hurgador de basureros, de ahí se alimenta, y su cuerpo apesta, es la costra putrefacta de la textura social. María la Danubia es otra huérfana. ¿Cómo no pensar en la historia de Nicaragua?
En efecto, la orfandad es central en este texto, y todo lo que eso evoca o arrastra: la violencia, la enfermedad, la pobreza, la descomposición del cuerpo, la carencia del afecto familiar. Si se menciona la tía Roca del bastardo, nunca pasa de ser una simple referencia inánime, no asume vida, está en la distancia. Su misma mención es una sorpresa para Fat boy.
Se pregunta Fat boy: “¿Mi historia me pertenece?”. La pregunta de pertenencia es el fantasma del texto. Cuando no es esa pregunta, son otras preguntas. Es un texto que por medio de los signos de interrogación se borra a sí mismo para penetrar en algo quizá más real: el submundo autorreferencial, su inconciente, y su “infravida”. Yo diría que no busca respuestas, sino que aspira a un procedimiento textual, en el que se genera un efecto de substitución. Es decir, una pregunta sustituye a otra, luego viene otra, dando la sensación de que la pregunta anterior ha sido contestada o ya no importa su respuesta porque poco a poco entra a un estado más grave de existencia y de incertidumbre.
El uso de los paréntesis trae el pasado al presente como un flash-back, el texto intercala la memoria con insistencia. Asimismo, hay una necesidad por intercalar elementos, mezclarlos, incluso las voces narrativas. De ahí que el diálogo no sea un diálogo en el sentido estricto, es también una especie de monólogo. Cuando escuchamos la voz de otro personaje, primero se filtra por la voz de Fat boy. Ejemplo: “Serguei le arrojaba un grosero ¿Cómo? ¿Todavía sigues atascada en la primera?”. Es decir, aunque escuchamos a Serguei, la voz narrativa de Fat boy no desaparece por completo, ambas se fusionan en una misma. Es una técnica bien lograda que exhibe cierta modalidad narrativa del habla popular nicaragüense.
Fat boy no es sólo un texto cultural y estético, para mí, es también una suerte de indagación o de autorreflexión; es un texto que interpreta, comenta y se prolifera, que anuncia y engendra incertidumbres productivas porque no ofrece respuestas, sólo produce problemas, y en ese sentido está lleno de posibilidades; nos ofrece un mundo para pensar, y hasta cierto punto, se abre a la posibilidad de transformar la manera en que entendemos el mundo y también a nosotros mismos.  



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*León Salvatierra (León, 1973): poeta, crítico nicaragüense. Actualmente cursa un doctorado en la Universidad de California-Berkeley, Estados Unidos. En junio del 2012 publicó un libro de poesía, Al norte (Editorial Universitaria UNAN-León). Es editor de la revista literaria El Mercado, que se edita en León, Nicaragua, y en Berkeley. Aquí se pueden leer varios números.

** Fat boy es el primer libro publicado [noviembre, 2010] por Luis Topogenario.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Los institutos contra el escritor


La reflexión acerca de las condiciones culturales que se encuentra el escritor(1) en su momento de emergencia, que son las que van a moldear su producción, así como el ciclo vital de ese producto, es ineludible. En sociedades cuya cultura es mostrenca, o está supeditada a los fuertes embates políticos, y sus institutos no están firmes, el escritor más o menos tiene que hacer de factótum, desgraciadamente

De entrada, por supuesto, descontamos que el tipo, en su tiempo libre, tiene que conseguir un trabajo rentado con el que costear su tiempo ocupado. Además, tiene que hacer un poco de autopublicista, lo cual siempre es un lugar "sucio", mal visto, pretencioso, el que más fácil se condena -no sin razón-, y donde las fronteras entre los farsantes y wannabes y los escritores reales son muy borrosas. Por otro lado, con la carencia de una masa de críticos literarios que produzcan para su sociedad, el mismo escritor tiene que hacer las veces de crítico, con la consiguiente cojera intelectual, porque es casi imposible: trabajar, formarte como crítico, autoenseñarte a escribir, escribir, y, bueno, vivir: esas trivialidades como tener familia, realizarte como persona, odiar a los Indios del Bóer, etcétera. Ni qué hablar que la relación con un editor de la industria, si el escritor tiene suerte, es una relación entre hermanos que tiñen el glorioso pendón bicolor. Y por último, si su empresa cultural es seria, debe afrontar el embate de la sociedad espectacularizada, reificada, fetichizada, que lo castiga precisamente por serlo, por traicionar el cómodo lugar de productor cultural despolitizado que le tenía reservado el hermano establishment.

A lo que voy es: parte -y no menor- de la actividad como escritor también está en hacer un diagnóstico de las condiciones culturales en las que éste emerge y en las que, nada más y nada menos, se va a insertar y va a actuar su libro. Este diagnóstico no puede ser el de un especialista(2), porque el escritor no es un especialista, sino un aficionado, un actor -o, bueno, quizá hay afortunados especialistas entre nosotros, pero serán de los multiúnicos-, su semblanza se parece más a la del peón de ajedrez que a la del caballo. Lo que quiero decir es que el escritor no debe [no debería] esperar a adquirir el conocimiento de un especialista para reflexionar su diagnóstico cultural, sino que, por estar en el presente, ya lo ha recibido. Puede rehusar este recibimiento, encerrándose en su santuario marmóreo. Pero en realidad su única opción es simplemente saber qué hacer con este presente, como el resto de todos los otros mortales.

Esto, este diagnóstico, tiene mucho que ver, creo, con algo que los narradores aquí deberíamos poder platicar: y es el status cultural que le adjudicamos a nuestra actividad, la carga de valor social que depositamos en nuestro libro, y la forma cómo hacemos explícita esta valoración. Porque hay dos personas que sí tienen perfectamente clara la vaina, y que hace ya un par de décadas que vienen funcionando en base a ello: la industria literaria [y su brazo largo, que invade y permea Nicaragua, igual que como se invade un estanque más], y las minorías culturales [donde las reivindicaciones de raza y género son, obviamente, el pitcheo estrella]. Estas dos personas sí que tienen claro para qué sirve un escritor, qué valor social carga un libro, cómo se defienden, dónde se ocultan quienes los escriben, cómo hacer para exprimir todo ese jugo, en qué refresco colarlo, etcétera.

Pero los jóvenes narradores aquí, corríjanme si no es así, no son ninguna de estas dos personas [o por lo menos los que he conocido hasta ahorita]. Son la clase media [media baja, media media, media alta] urbana(3), parecida a la clase media urbana de El salvador, de Honduras, parecida a la clase media del país Clase-Media, un país que, según tengo entendido, no tiene pendones, estandartes o heraldos. Y digo los jóvenes narradores no sólo por la cuestión "generacional", sino también porque mañana estos narradores van a ser viejos; y los chavalitos que están naciendo hoy, en el Vélez Páiz o en el Bertha Calderón, son los que nos van a combatir culturalmente mañana, así como nosotros combatimos con los viejos hoy.

Sé que la gente está ávida de platicar de estética, de entrarle a la narratología como se le entra a un queque. Yo también. Pero todas las cosas tienen su prioridad, todos los elementos tienen su urgencia. Puede ser interesante querer ser el thomas pynchon(4) de Nicaragua [a quién no le gustaría ser una commodity cultural], y hasta defendible -para el punto de vista pequeñoburgués, obviamente-; en última instancia cada quien va a hacer como le parezca, va a escribir lo que le plazca, y va a envejecer como pueda, no como quiera. Pero si yo veo al thomas pynchon nica, a la vedette, a la commodity, bueno, seguramente no vamos a poder jugar al béisbol inglés.

Creo que poder platicar cómo son, cómo están, cómo no están, los institutos literarios del país, y sobre todo, cómo encajamos nosotros en ellos, sería de un provecho y una urgencia ineludible para los narradores, sobre todo si te toca, ni modo, ser un factótum, mal factótum. Institutos como el blog, que tiene un potencial comunicativo tremendo, pero a su vez comporta un riesgo de alienación cultural para un país cuyo uso de la red informática tiene escasa penetrancia, sin contar que el blog no está constituido aún como un instituto literario de status, y quizá nunca lo esté aquí, platicar eso, y no funcionar únicamente en base a hechos consumados. Puede ser que aquello que vemos como una oportunidad de emancipación histórica simplemente sea: nosotros reforzando esta especie de servilismo cultural, anecdótico, burográfico.


(1) Lo que es yo, de ahora en más, cada vez que les planteo la palabra "escritor" me estoy refiriendo a los majes cuyo núcleo de producción, si no en exclusividad por lo menos en importancia, es la narrativa. A los poetas les digo "poetas".

(2) Volverse un especialista, al decir de Edward Said, es la vía más rápida para permutar un grado de focalización más amplio por uno más chico, pero más intenso. Ser un amateur o aficionado ["aficionado" aquí como lo nombra Julio Cortázar] no quiere decir ser un diletante o un holgazán intelectual. Ya nos advertía Pedro Henríquez Ureña -y creo que trecenas de intelectuales más- que no se puede defender, en nombre de una supuesta "inspiración", "espontaneidad" o "libertad intuitiva", la carencia de rigor intelectual y esa ictericia de pereza intelectual que parece estar muy de moda hoy en día. Esa actitud debe ser condenada.

(3) Más exacto aún: son la clase media metropolitana [la más managua de las managuas], como quiera que hasta ahora no he podido platicar con jóvenes escritores de otras urbanidades de Nicaragua, seguramente los otros compañeros están más al tanto de esas pláticas, si existen, y cuáles son sus productos.

(4) Ey, ¡a quién no le gustaría!: nadie te molesta [o quien te molesta puede ser esquivado], nadie se entromete con tu vida privada, sos candidato al Nobel pero tu única fotografía pública es la de tu album liceal; y lo único que tenés que hacer es revisar tu texto, darle Ctrl P, anillarlo, enviárselo a tu editor, y listo, él se encargará de lo demás. Mejor: ahora se lo enviás por tablet, y punto.

sábado, 28 de julio de 2012

De Roberto Carlos Pérez: "La traicionada Generación del Desasosiego"


Era el fin del imperio español. El hundimiento del buque USS Maine, en las costas de La Habana el 15 de febrero de 1898, provocó el estallido de la Guerra Hispano-Estadounidense. Frente a los barcos acorazados con el acero de Pittsburgh, las naves españolas resultaron inofensivas. España perdió así sus últimos bastiones en suelo americano y asiático, y debió doblegar la cabeza como en su día lo hicieron Grecia y Roma. Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas pasaron a manos de la nueva potencia, liderada por el entonces presidente estadounidense William McKinley.

Abatida, la Madre Patria se hundió en una crisis espiritual que arrastró consigo a poetas, filósofos e intelectuales, forzándolos a entablar un debate sobre la esencia misma de ser español. No sólo fue el eclipse del imperio colonial lo que los obligó a mirarse hacia dentro, sino el hecho de saber que el país se encontraba en la miseria mucho antes de que los Estados Unidos les arrebatara los últimos dominios en las Antillas y el Pacífico. Al mando del imperio que zozobraba estaba la reina madre María Cristina de Habsburgo, pues el rey, su hijo Alfonso XIII, era apenas un niño.

Tras la derrota los intelectuales españoles, en su mayoría muy jóvenes, cayeron en cuenta de que los circundaba una amarga realidad. Existían dos Españas: la oficial representada por la imagen de poderío que el Estado se empeñaba en sostener y la otra, empobrecida y desprovista de toda gloria y magnificencia. Atrás habían quedado la Conquista y la Colonia. Angustiados, trataron de responderse cual había sido su mal y su pecado, y qué caminos los habían conducido a tal fin. Voltearon la mirada hacia los pilares del idioma y releyeron cuidadosamente a sus clásicos: Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, José Cadalso, Mariano José de Larra, por citar algunos ejemplos, para con esto iniciar una reflexión de lo que era y había sido España.

Si bien la búsqueda estaba guiada por la idea de encontrar una esencia española, se trataba de una esencialidad más bien histórica, pues a través de los maestros del Siglo de Oro, vieron a la España imperial con nuevos ojos y sacaron de sus lecturas conclusiones que la historia oficial del país no contemplaba.

Fue Azorín quién en 1913 bautizó el grupo con el nombre que hoy se le conoce en artículos publicados en la revista ABC y luego reunidos ese mismo año en Clásicos y modernos. «Para los que vivimos en España –dijo el novelista y crítico literario–, para los que sentimos sus dolores, para los que nos sumamos –¡con cuánta fe!– a sus esperanzas, existe un interés supremo, angustioso, trágico, por encima de la estética. Desearemos la renovación del arte literario; ansiaremos una revisión de todos los valores artísticos tradicionales; mas esas esperanzas y esos anhelos se hallan englobados y difusos en otros ideales más apremiantes y más altos».

Un siglo después, un debate similar se cierne sobre la que antes fuera una colonia española y cuya independencia, así como la del resto de Hispanoamérica, al debilitar a España, había hecho posible la Generación del 98. La nueva generación nicaragüense no usa fechas memorables y aborrecibles, aunque sí un nombre dado por Gioconda Belli en 2005 y que ya se ha popularizado: Generación del Desasosiego.
Quizás hubiera sido mejor tener una fecha para nombrar y ubicar a los escritores que irrumpieron en la escena literaria nicaragüense a partir del nuevo milenio (tal vez por eso algunos la llaman Generación del 2000), o quizás está bien asumir el desasosiego como actitud vital y permanente en la nueva escritura. Sólo el tiempo lo dirá. Lo importante e innegable es que esta generación literaria está marcada por la revolución sandinista y la posterior guerra civil, puesto que sus integrantes crecieron o nacieron en ella.

Aunque las grandes incógnitas sobre las generaciones fueron respondidas mejor que nadie en lengua española por José Ortega y Gasset, quien fundó su teoría bajo sólidos cimientos filosóficos y sociológicos a partir de ensayos que se encuentran en El tema de nuestro tiempo (1923), las inquietudes sobre el asunto surgieron en la Alemania del siglo XIX, o sea la Alemania imbuida en el Romanticismo. Así, descubrimos en filósofos como Leopold von Ranke y Wilhelm Dilthey, preguntas claves que luego serían respondidas y ampliadas por intelectuales españoles. Porque fue en España donde la teoría de las generaciones alcanzó mayor desarrollo, no sólo por el estudio de Ortega y Gasset sino por los que llevaron a cabo Pedro Salinas y Julián Marías, entre otros.

Pues bien, puestos a precisar definiciones acerca de esta generación que hoy pugna por un espacio en las letras nicaragüenses, caben preguntas de gran importancia. ¿Qué es una generación? ¿En qué consisten sus esperanzas y anhelos? ¿Qué motor la impulsa o qué fuerzas la motivan a marcar un derrotero en la historia? ¿Existe una nueva generación de escritores en Nicaragua?

Aunque tal vez sea muy prematuro asegurarlo –quizás lo mejor de esta generación está por venir– la respuesta a esta última pregunta resulta obvia y contundente: sí. Basta mencionar algunos nombres para demostrar que en el panorama literario nicaragüense existen nuevas búsquedas, nuevas propuestas y nuevas voces que manifiestan rasgos que no se habían visto nunca en el país.

En primera instancia salta el nombre de Francisco Ruiz Udiel. Es su poemario Memorias del agua, notablemente concebido tras largos años de aprendizaje y publicado póstumamente en 2011, el que escinde la poesía nicaragüense en antes y después. No existe una imagen, un verso o un recurso lingüístico mal empleado en dicho poemario. Esa voz serena y sin rencor no se escuchaba en Nicaragua desde Rubén Darío.

Despuntan también en calidad La escritura vigilante (2005), de Ezequiel D’León Masís y La vigilia perpetua (2008), de Víctor Ruiz, pues los dos rescatan ritmos y formas clásicas como el soneto, ausentes en la poesía nicaragüense desde Ernesto Mejía Sánchez. Ambos libros resultan admirables en un país que, a pesar de tener una rica tradición poética, en las últimas décadas pareció haber perdido el sentido musical y rítmico de la poesía.

Por su parte, la narrativa goza de buena salud. Ejemplo de ello son algunos cuentos verdaderamente antológicos y que parecen decirnos que la narrativa está adquiriendo nuevos brillos en Nicaragua. La manada –perteneciente al Patio de los murciélagos (2010), de Luis Báez– hace gala de un lenguaje ágil con el que revela a una Managua urbana asediada por seres primitivos. Con este cuento, el género fantástico –que no se veía desde El ángel pobre, de Joaquín Pasos–, entra por la puerta grande en nuestras letras contemporáneas.

Irónicamente, Primitivo, el relato con que inicia Historia vertical (2011), de Javier González Blandino, refleja una espeluznante realidad pero esta vez en el campo nicaragüense. La naturaleza y la violencia, en sus perfiles más terribles, cobran vida en el seno de una pequeña familia campesina cuyo único vástago padece retardo mental. Cansados de esta carga, padre y madre se recriminan uno a otro. El relato alcanza su punto más alto de tensión cuando la pareja forcejea descuidando al hijo, que se rompe el cráneo tras caer al fondo de un pozo. Tanto la trama como la desesperanza de Primitivo evocan el magistral relato La gallina degollada, escrito por un verdadero maestro del género: Horacio Quiroga.

Son estos, sin embargo, apenas una pequeña muestra del camino que hoy recorre la nueva literatura nicaragüense, un camino diferente si se toma en cuenta que en su mayoría, los escritores persiguen una búsqueda interior hacia lugares desconocidos. Esta nueva generación no pretende ensalzar el mundo exterior como por décadas lo hicieron poetas y narradores. Con ellos el exteriorismo, ese término tan ambiguo acuñado en la segunda mitad del siglo XX en Nicaragua, con el que se designa toda poesía anecdótica y narrativa construida con imágenes del mundo externo, ha quedado enterrado.

Claro está, el exteriorismo tuvo una función determinante en el desarrollo de la poesía nicaragüense, ya que con él se encarnó de manera impetuosa el ambiente represivo impuesto por la dictadura somocista, para luego hacer uso del modelo hasta la exacerbación con el triunfo de la revolución. Todo esto apunta, como ha de notarse, a que cada generación está profundamente marcada por los acontecimientos históricos que le toca vivir.

Como bien sugiere Pedro Salinas en El concepto de generación aplicado a la del 98 (1935), existen elementos constitutivos para que pueda darse como existente una generación literaria. «Es el primero, naturalmente –afirma el poeta y ensayista–, la coincidencia en nacimiento en el mismo año o en años muy poco distantes» Y continúa diciendo: «Sobre estos factores hay otro, el decisivo e indispensable para poder decir que existe una generación: lo que Petersen llama acontecimiento o experiencia generacional. Es un hecho histórico de tal importancia que, cayendo sobre un grupo humano, opera como aglutinante y crea un estado de conciencia colectivo, determinando la generación que de él sale. Este acontecimiento generacional puede ser un hecho cultural, como sucedió en el Renacimiento; o un hecho histórico general, como una revolución, una guerra, a lo que Peterson llama acontecimiento catastrófico».

Siendo así, ¿cuál es el sentimiento que sacude a la nueva casta de escritores nicaragüenses? Si tomamos por ejemplo los motivos que agruparon a la Generación del 98, con la que existen grandes paralelismos, se entiende que cuando hay un fracaso como nación, es necesario hacer una revisión histórica.
Esta generación, la Generación del Desasosiego, parece decirnos sin tapujos y sin lagrimeos que la revolución sandinista y la guerra civil que le sobrevino, la cual dejó un saldo de casi cuarenta mil muertos, fue un completo fracaso del que no ha podido sacudirse. Dicho de otra manera, la guerra y sus efectos sicológicos y sociales no terminaron con ella y más bien han cobrado nuevo significado ante la corrupción que sobrevino en el país y por la cual se sienten traicionados.

Tan profundo es el sentimiento de engaño que hoy sobrecoge a los jóvenes escritores, que las temibles figuras políticas que antes inspiraron grandes obras –los Epigramas (1961), de Ernesto Cardenal, Los monos de San Telmo (1963), de Lizandro Chávez Alfaro y ¿Te dio miedo la sangre? (1977), de Sergio Ramírez, por nombrar algunas– ya no apasionan y más bien producen recelo. En este nuevo milenio no se desea escribir sobre quienes han ostentado y ostentan el poder porque hacerlo equivaldría a inmortalizarlos. Por eso se ha vuelto a los temas imperecederos: el tiempo, el dolor y la muerte, lugares comunes de la literatura, aunque condicionados por la situación histórica en que vivimos.

La convulsa historia de la Nicaragua actual ya no es una bendición para las artes. Por eso, el rasgo que mejor congrega a la nueva generación de escritores es la preponderante necesidad de separar la literatura de la podredumbre social que la acorrala, sitiando también al artista. Lo que no desmoralizó –y más bien apasionó– a los escritores vigentes en el siglo pasado, parece repugnar a los de este siglo XXI. Gioconda Belli acertó: «Los monstruos de nuestro laberinto no son Minotauros: son los hombrecitos de los paraguas de Magritte. No inspiran pasión, inspiran lástima. De allí que estos jóvenes no encuentren en su entorno ninguna gracia poética».

Pero queda la esperanza de hacer un alto en el camino y llevar a cabo un repaso de la historia tal como lo hizo la Generación del 98. No sólo de la historia nicaragüense, sino más bien de la historia de nuestra lengua; asistir a sus más altas ocasiones, desde el Cantar de Mio Cid y El conde Lucanor, hasta Rubén Darío y los verdaderos pilares de las letras nicaragüenses del siglo XX, para no encarnar los mismos errores y las mismas tragedias, y así buscar respuestas a los problemas que, como nueva generación, debemos enfrentar. Porque es la lengua en su claridad y lucidez la que nos alerta de los fracasos que se han cometido en el pasado y los que se siguen cometiendo como país.   

viernes, 27 de julio de 2012

Ciegos


Una de los síntomas fuertes que apareció, recurrentemente, en las discusiones internas que se generaron a raíz de Crítica Generacional es el de que no nos leemos entre nosotros mismos. A partir de una propuesta concreta de Alberto Sánchez Argüello, se generó un nuevo espacio en forma de blog cuya consigna es la siguiente: conseguir, bajo una bolsa social común [Narradores nicaragüenses del 2000, esto es: todos los narradores nicas que empezamos a escribir/publicar en los 2000], que apareciesen concentrados la mayor cantidad posible de narradores, proponiendo sus textos, de preferencia ya publicados, para que sus mismos pares pudiesen leerlos, aunque sea una muestra, y tener un pantallazo inicial a la exploración estética que cada quien desarrolla.

El segundo objetivo, a más largo plazo, es el de -quien quiera y pueda- aportar lecturas críticas en forma de comentarios, partiendo de una mínima base ética, por supuesto, y sin ánimos de entablar guerritas personales o pasarelas de moda, sino con las mínimas fundamentaciones críticas que se puedan elaborar. Como todos los narradores aquí tenemos una personalísima Historia de la Lectura, este intercambio puede enriquecer esas Historias.
Esperemos que, aun aquellos que se aborrezcan por pertenecer a grupos antagónicos [élites antagónicas, al decir de Ángel Rama], o aunque seamos completos desconocidos [por ejemplo, con los que estamos en el exilio], por lo menos podamos decir "Bueno, nos leímos".

Hay varios potenciales beneficiarios más: la crítica literaria nica, los narradores regionales, el lector de a pie, el hermano establishment...

jueves, 26 de julio de 2012

Antihistoria


Si bien teóricamente cualquiera puede leer/hacer un blog, y cualquiera puede entrar caminando como un campeón a una librería, la pantomima de la democracia burguesa no nos dice nada de la normatización cultural en la cual debe estar bien entrenado un maje para, efectivamente, leer/hacer un blog, o para entrar en una librería y empeñar 200 córdobas en un ladrillo de papel(1). O sea: la democracia burguesa no nos dice cómo hacer para percibir como valioso leer/hacer un blog de literatura o caminar hacia una librería y entrar en ella, aunque sea a chusmear. Y aquellas veces que la democracia burguesa se anima a levantar una voz, ¿quién es su vocero, su vocero estúpido?: el mercado.

¿Por qué les planteo para platicar de esto, y reflexionar en cuanto a la actividad narrativa que estamos apenas desarrollando? Bueno, en primer lugar porque a la democracia burguesa no le interesa en absoluto que nos preguntemos esto, que lo charlemos. A ella le interesa que bebamos guaro y que nos sintamos bien siendo excéntricos. A ella le interesa que recorramos la más intensa estetización posible. Sólo le importa, en términos generales y casi autoayudistas, que escribamos nuestros libros, que nos sintamos bien haciéndolo, y si en la medida de lo posible podemos ser la misma clase social que los consume, mejor, todos los bollos en una sola cesta. O sea: que nos enrosquemos en nuestra élite cultural perfectamente normatizada, que al final del camino hay un tomito con tapas de cuero llamado Obras Completas.

Pero en realidad no se los planteo a platicar específicamente por eso -ya que pegarle a la democracia burguesa es más fácil que aventar agua-, sino, principalmente, por el Problema 2 de Ángel Rama. Rama tiene este hermoso libro, 10 problemas para el narrador latinoamericano, que está dentro de otro libro poderosísimo, La novela en América Latina, o bueno, no recuerdo ningún libro sin potencia de Ángel Rama. Pero regresemos al Problema 2.

El Problema 2 nos habla de Las élites culturales. Dice:

    La importancia del conjunto de los intelectuales como grupo social ha sido enorme en Latinoamérica a los efectos de la obra de creación: la debilidad cultural que durante un siglo caracterizó el medio social, diluyendo la existencia de un público consumidor específico, transformó a los mismos intelectuales en productores y consumidores simultáneos, organizándose un circuito cerrado de la cultura que sólo comenzó a ceder ya entrado el siglo XX, cuando el ingreso de las clases medias a la vida cultural. Por eso el fenómeno de élites, característico de la manifestación universal de la creación literaria, se vio acentuado en estas tierras por la restricción del público junto a la asunción por el propio intelectual de la condición de público lector.

Y acá, entre todas las variadas rectas que podemos platicar, quiero engarzar con el aporte que hizo Luis Báez. Porque en ese post Báez naturalmente pone el dedo en la llaga, es decir, narra esa elitización o farandulilla literaria, y sus vicios. Naturalmente, a él, como a muchos acá, por estar al fuera, en el margen, renuentes políticos periféricos ya sea activa o pasivamente, esa llaga no le duele; denunciar esa farandulilla no le viene en prenda.

Pero por otro lado, quizá su propuesta al final de su aporte es antihistórica. Lo digo en este sentido: también Luis Báez-productor-de-textos forma parte de una élite cultural. Cuando él plantea que rompamos con ese aparataje, que toquemos la tradición y que comprendamos las repercusiones políticas al respecto, no sólo plantea quemar al maestro, también está planteando en términos generales que tengamos un mínimo de consciencia histórica de dónde estamos parados, qué es lo que hacemos -escribir- y para qué. Abandonar la adolescencia estética con la mayor madurez política, si es que existe algo como la-madurez-política. ¿Pero qué pasa? ¿Por qué puede ser también un planteo antihistórico?

Miren lo que nos dice Rama aquí:

Aunque no convendría equiparar aquí las élites con las generaciones, ya que dentro de éstas funcionan a menudo diversas aglutinaciones minoritarias de escritores, contradictorias o complementarias, es cierto que las distintas generaciones de la cultura latinoamericana nos han ofrecido el caso de élites dominantes, de acuerdo a las líneas tendenciales que rigen cada nueva articulación de la cultura: las élites ideológicas de la burguesía mercantil revolucionaria; las élites del salón romántico político-nacionalista; las élites del positivismo universitario-desarrollista; las élites del modernismo ético-cultural, individualista y anárquico; las élites del regionalismo social; las élites del vanguardismo ciudadano, específicamente artístico, etc.

Es decir, además de volvernos a ratificar, por enésima vez, que no estamos reinventando la rueda sino repitiendo, rigiosamente, la historia literaria de América Latina, Rama también nos invita a pensar: muchachos, platiquen sobre las cuestiones de élites en las que ustedes están inmersos, identifíquense, difiéranse, en resumen: aléjense lo más posible del discurso populista, demagógico, We-are-the-world-We-are-the-children. Ponerle inicialmente esa veta de autenticidad, ese maldito grano de sal genuino.

Es importante que ahora, AHORA, no en nuestra presentación final de unas hipotéticas y pedorras Obras Completas, sino ahora que estamos en plena formación de estructuras mentales narrativas duraderas, conocer, reflexionar, discutir, e impugnar, acerca de cómo funciona y se reproduce ese circuito cerrado de la cultura, reflexionar cómo opera en nosotros. Porque esa veta de autenticidad que nos hereda Ángel Rama no apunta más que a una verdadera e íntima cosa: la autocrítica. Y porque ya después, una vez adquirido el vicio... ¿O es que ya está adquirido? ¿Ya lo único que queda es mirarse el ombligo? ¿Esto es una miradera de ombligos, o un lanzamiento crítico?

Si alguno de los nuevos narradores nicas aquí la tiene clara, clarísima, prístina como el agua, bueno, felicitaciones. Realmente, mis sinceras felicitaciones. En mi caso particular, no lo tengo claro. Y y todos los nuevos narradores que he ido conociendo en el transcurso de estas pláticas, tampoco. Quizá hay algún Adelantadísimo que sí. No lo sé. Sólo escucho un llamado a seguir a Harold Bloom para "hacer canon". ¿En serio? ¿Really? ¿Era todo por hacer un maldito canon? Wat da fak? ¿La consigna es "Hagamos canon"? ¿Puede sostenerse, a casi 30 años de la muerte de Ángel Rama, semejante miopía política? Algunos nuevos narradores no han querido platicar aquí, o no pueden, o no tienen tiempo [Problema 1 de Ángel Rama], lo cual es absolutamente entendible(2) o no les interesa [Problema 3 de Ángel Rama], o no lo sienten como algo pertinente, porque de última no somos más que a-poor-man's Balcans [Problema 4 de Ángel Rama], y así, y así ad infinitum.

Para cerrar, aquí dice el Monstruo, en ese Problema 4, El Novelista y la Literatura Nacional:

El novelista hispanoamericano sufre de un desamparo cultural nacional, del que a veces puede recuperarse por el lado del folklorismo (lo que fácilmente le impone una línea conservadora -la imitación de los estereotipos tradicionales de este inmóvil venero literario-, compensada con un evidente respaldo populista por la inserción histórica en su cuerpo socio-cultural) y del que normalmente trata de liberarse mediante su incorporación a la cultura universal de ese momento, que le presta la familia cultural necesaria aun a costa de evidentes falsificaciones. La huella de numerosos pies forman un camino en el bosque(3); mucho más si ya no se trata de huellas sino de creaciones artísticas que se encadenan y suceden. Pero para que ese encadenamiento, que es el fructífero, se produzca, debemos ratificar que el diálogo más auténticamente fecundo para un novelista, es el que entabla con otro novelista de su propia tierra o comarca. Y por diálogo entiende aquí, lucha, combate, enfrentamiento, afán ardiente de destrucción mediante la aportación de obras de arte, nuevas, originales, y a la vez capaces de diálogo porque pertenecen a la misma familia.

Más claro, echarle agua.

(1) Ey, qué digo entrar en una librería. Aún sin moverse de su casa, para que el maje elija entre una jugosa entrevista a Juan Goytisolo, en un canal cultural del cable, y un partido Barcelona-Almería en ESPN+, bueno, qué podemos discutir acerca de qué empresa de televisión sale ganando aquí.

(2) Varios narradores me han dicho, en privado, así como Javier González Blandino en su post: "¡No tengo tiempo!, cuando tenga algo para decir lo diré, pero me interesa, escribiré". De vuelta: Problema 1 de Rama.

(3) Como dicen aquí en Uruguay: ¡qlp!

martes, 24 de julio de 2012

ESCRITO EN QUINCE MINUTOS

Tengo quince minutos para escribir en este momento, poco tiempo para procesar tantos post con tan buen reflexión y peor aún, ya que estoy escribiendo directo en el blog sin borrador ni ni mierda...enfin, es igual ya que es como normalmente escribo todo lo que hago...

Yo nací en 1976 en Managua y entiendo buena parte de las perspectivas presentadas en el blog por topogenario y baez. En primera instancia he de decir que me sirve de aprendizaje ya que mi camino en esto de escribir ha sido más bien solitario y caótico, con brincos de años entre un cuento y otro... me interesa más la narrativa que la poesía, pero eso sí, al menos en los últimos diez años, mis busquedas han sido de contactar la realidad, de tejer historias que lleven mis perspectivas políticas sobre la realidad social, la cultura campesina, las luchas indígenas, el cambio climático, el autoritarismo, el patriarcado y más temas, que son los que me preocupan, en los que me interesa incidir.

Leo estos post y veo hablar sobre si se ha roto con el establishment, que si hay o no compromiso político, que si se escribe sobre otra nicaragua... pues yo tengo mis posiciones muy claras a este respecto, la mía, pretendo, sea una narrativa fijada en la tierra, que usa la imaginación y la ficción como herramientas lúdicas que permitan trasmitir una mirada distinta sobre problemáticas que me inspiran....

A Ramírez lo leí una vez, con tropeles y tropelías editado por ENN en los ochenta, aún tiene marcas de macadores de mi infancia, al comienzo me gustaban mas las figuras grabadas, pero luego leí efectivamente el libro y me gustó. No leí más de él... a la Belli solo le conozco las portadas de sus libros... curiosamente me enamoré de Juan Aburto, a Lizandro tampoco lo leí, algo de Manolo Cuadra y por el colegio mucho de Darío, nada de PAC, ni quiero.

Ahora tengo en mis manos ese librito de los #2000 y pienso leer el patio de Luis... yo en lo personal, siento que no he convivido demasiado con este sistema llamado literatura nicaragüense, no tengo impresiones personales sobre esos autores anteriores o recientes, bueno, miento, de los actuales que conozco algunos de cara y hasta de vida les guardo cierta simpatía como personas.

Sin embargo, estos post me han permitido conocer estos vaivenes que me eran ajenos, a mí que no he andado en talleres, ni en rondas de guaro, ni en concursos, excepto uno con libros para niños y otro con CANTERA y varios intentos fallidos con el CNE... y pues, me llama la atención lo de narrar el país y lo de los héroes alternativos, porque me identifico: yo quiero narrar desde una propuesta y compromiso político, si leen mis "leyendas" http://ofrendando.blogspot.com/search/label/Mis%20Leyendas verán de lo que estoy hablando.

Enfin, ya van terminando los quince minutos. Lo mío que comenzó en hojas de cuaderno, influido más por Borges y Aburto (ahora que releeo mis cosas) ahora está en línea, movido desde mi blog y últimamente en twitter... la experiencia es otra, y creo que sigo experimentando con distintos formatos pero siempre buscando trasmitir perspectivas y reflexiones desde mi propia consciencia política... y eso, "grasoso" como dice topogenario...

No sé si hay una generación del #2000 o si se ha roto con el establishment, pero si creo que este espacio construido en este blog es en sí un aporte inestimable para el dialogo generacional.

Fin de los quince minutos...

lunes, 23 de julio de 2012

Algunos puntos de Javier González Blandino

Con el permiso de Javier, cuelgo acá su respuesta en facebook a la última entrada de Topogenario en este blog, me tomo el atrevimiento de resaltar algunos puntos muy concretos:


-] Tu fraseologismo "optimismo pedorro" está como para acuñarlo. Sí, Topogenario, no vamos a coincidir un sinnúmero de veces, sí. Y esto lo celebro, incluso lo prometo. Yo no conozco términos medios, medias tintas, y sé que vos tampoco ni Luis, y muchos otros de los autores. La lisonja o la condescendencia son sucedáneos que no necesito. Ya me sobran otros defectos como para indigestarme con estos. No creo que haya que redundar al respecto. No necesito dar pruebas sobre esto ni Uds. a mí.

.-] Creo que el asunto del término generacional ha quedado atrás. A mí nunca me interesó. Tampoco ha sido necesario. El que necesite con apuro algún membrete para ir a subastarse o para reemplazar con esto el talento que no tiene como escritor, que se busque cualquier etiqueta absurda y que deje de estar molestando al resto de los autores. Me hace falta el tiempo suficiente para leer algunos libros que tengo pendientes y para mi trabajo en la universidad como para estarme dando de cabeza buscando un patronímico de mercado.

.-] Una buena parte de las valoraciones críticas que circulan impunemente sobre determinada obra o autor de esta generación, llevan en sus intestinos la falta de una verdadera documentación. Me incluyo en eso, lo confieso. Lo digo así: ninguno de nosotros (o la absoluta mayoría) se ha tomado el tiempo mínimo para leer a sus contemporáneos. No nos leemos. Ya sea por razones malsanas de personalismos, por falta de promoción de la obra misma, o porque simplemente no se nos antoja, pero hay un desconocimiento casi absoluto de lo que se está creando en conjunto. Somos unos desconocidos textuales. De ahí que lo que se publiquen sean conjeturas o especulaciones sobre tal o cual obra. De ahí que lo que estúpidamente se acostumbre a hacer es atacar al autor, y no refutar estéticamente su obra. No son argumentos inmanentes al texto, sino parrafadas llenas de resentimiento o de elucubraciones. De ahí que se guarden los comentarios [y este blog esté casi en blanco] porque no tienen absolutamente nada qué decir, nada qué argumentar más que injurias irrisorias o diatribas esquizofrénicas. Dicho esto, ya es una obviedad afirmar la urgencia que representa [o para los que lo creamos indispensable] un lectura detenida y con fines estilísticos [o hedónica en su defecto] de las obras en curso, pero una lectura al fin. Una vez que esta actividad esté marcha dejaríamos de encontrarnos, tan a menudo, con evacuaciones personales que no llevan a ninguna parte más que a los callejones sin salida de la confusión de muchos.

.-] Si bien se han publicado alguno que otro texto crítico con méritos innegables, no hay que olvidar que únicamente son aproximaciones sobre el fenómeno, iniciaciones importantes. Incluso breviarios, guías de televisión. Libros de bolsillo. Uno de los riesgos que se corren con estas publicaciones [creo que el único, pero ya de hecho insoportable] es la aparición y legitimación de autores en un directorio como si fueran Horóscopos Literarios. Esto tampoco va para algún camino.

.-] No tengo ninguna ambición mediática, ni de protagonismo literario. Ya sobreabundan los mesías literarios que saben hacer bien su trabajo al respecto. Cuando tenga algo qué decir, lo voy a decir de la única forma que sé hacerlo.P
or ahora, la intimidad con el texto es la única pretensión que tengo que declarar.

.-] Las verdaderas obras literarias de esta generación vienen en camino, Centinela. Seríamos demasiados pesimistas al pensar que esto era todo lo que había que ver, y que el agua se ha estancado. La literatura, incluso pese a nosotros mismos, sigue su caudal.