La reflexión acerca de las condiciones culturales que se encuentra el escritor(1) en su momento de emergencia, que son las que van a moldear su producción, así como el ciclo vital de ese producto, es ineludible. En sociedades cuya cultura es mostrenca, o está supeditada a los fuertes embates políticos, y sus institutos no están firmes, el escritor más o menos tiene que hacer de factótum, desgraciadamente.
De entrada, por supuesto, descontamos que el tipo, en su tiempo libre, tiene que conseguir un trabajo rentado con el que costear su tiempo ocupado. Además, tiene que hacer un poco de autopublicista, lo cual siempre es un lugar "sucio", mal visto, pretencioso, el que más fácil se condena -no sin razón-, y donde las fronteras entre los farsantes y wannabes y los escritores reales son muy borrosas. Por otro lado, con la carencia de una masa de críticos literarios que produzcan para su sociedad, el mismo escritor tiene que hacer las veces de crítico, con la consiguiente cojera intelectual, porque es casi imposible: trabajar, formarte como crítico, autoenseñarte a escribir, escribir, y, bueno, vivir: esas trivialidades como tener familia, realizarte como persona, odiar a los Indios del Bóer, etcétera. Ni qué hablar que la relación con un editor de la industria, si el escritor tiene suerte, es una relación entre hermanos que tiñen el glorioso pendón bicolor. Y por último, si su empresa cultural es seria, debe afrontar el embate de la sociedad espectacularizada, reificada, fetichizada, que lo castiga precisamente por serlo, por traicionar el cómodo lugar de productor cultural despolitizado que le tenía reservado el hermano establishment.
A lo que voy es: parte -y no menor- de la actividad como escritor también está en hacer un diagnóstico de las condiciones culturales en las que éste emerge y en las que, nada más y nada menos, se va a insertar y va a actuar su libro. Este diagnóstico no puede ser el de un especialista(2), porque el escritor no es un especialista, sino un aficionado, un actor -o, bueno, quizá hay afortunados especialistas entre nosotros, pero serán de los multiúnicos-, su semblanza se parece más a la del peón de ajedrez que a la del caballo. Lo que quiero decir es que el escritor no debe [no debería] esperar a adquirir el conocimiento de un especialista para reflexionar su diagnóstico cultural, sino que, por estar en el presente, ya lo ha recibido. Puede rehusar este recibimiento, encerrándose en su santuario marmóreo. Pero en realidad su única opción es simplemente saber qué hacer con este presente, como el resto de todos los otros mortales.
Esto, este diagnóstico, tiene mucho que ver, creo, con algo que los narradores aquí deberíamos poder platicar: y es el status cultural que le adjudicamos a nuestra actividad, la carga de valor social que depositamos en nuestro libro, y la forma cómo hacemos explícita esta valoración. Porque hay dos personas que sí tienen perfectamente clara la vaina, y que hace ya un par de décadas que vienen funcionando en base a ello: la industria literaria [y su brazo largo, que invade y permea Nicaragua, igual que como se invade un estanque más], y las minorías culturales [donde las reivindicaciones de raza y género son, obviamente, el pitcheo estrella]. Estas dos personas sí que tienen claro para qué sirve un escritor, qué valor social carga un libro, cómo se defienden, dónde se ocultan quienes los escriben, cómo hacer para exprimir todo ese jugo, en qué refresco colarlo, etcétera.
Pero los jóvenes narradores aquí, corríjanme si no es así, no son ninguna de estas dos personas [o por lo menos los que he conocido hasta ahorita]. Son la clase media [media baja, media media, media alta] urbana(3), parecida a la clase media urbana de El salvador, de Honduras, parecida a la clase media del país Clase-Media, un país que, según tengo entendido, no tiene pendones, estandartes o heraldos. Y digo los jóvenes narradores no sólo por la cuestión "generacional", sino también porque mañana estos narradores van a ser viejos; y los chavalitos que están naciendo hoy, en el Vélez Páiz o en el Bertha Calderón, son los que nos van a combatir culturalmente mañana, así como nosotros combatimos con los viejos hoy.
Sé que la gente está ávida de platicar de estética, de entrarle a la narratología como se le entra a un queque. Yo también. Pero todas las cosas tienen su prioridad, todos los elementos tienen su urgencia. Puede ser interesante querer ser el thomas pynchon(4) de Nicaragua [a quién no le gustaría ser una commodity cultural], y hasta defendible -para el punto de vista pequeñoburgués, obviamente-; en última instancia cada quien va a hacer como le parezca, va a escribir lo que le plazca, y va a envejecer como pueda, no como quiera. Pero si yo veo al thomas pynchon nica, a la vedette, a la commodity, bueno, seguramente no vamos a poder jugar al béisbol inglés.
Creo que poder platicar cómo son, cómo están, cómo no están, los institutos literarios del país, y sobre todo, cómo encajamos nosotros en ellos, sería de un provecho y una urgencia ineludible para los narradores, sobre todo si te toca, ni modo, ser un factótum, mal factótum. Institutos como el blog, que tiene un potencial comunicativo tremendo, pero a su vez comporta un riesgo de alienación cultural para un país cuyo uso de la red informática tiene escasa penetrancia, sin contar que el blog no está constituido aún como un instituto literario de status, y quizá nunca lo esté aquí, platicar eso, y no funcionar únicamente en base a hechos consumados. Puede ser que aquello que vemos como una oportunidad de emancipación histórica simplemente sea: nosotros reforzando esta especie de servilismo cultural, anecdótico, burográfico.
(1) Lo que es yo, de ahora en más, cada vez que les planteo la palabra "escritor" me estoy refiriendo a los majes cuyo núcleo de producción, si no en exclusividad por lo menos en importancia, es la narrativa. A los poetas les digo "poetas".
(2) Volverse un especialista, al decir de Edward Said, es la vía más rápida para permutar un grado de focalización más amplio por uno más chico, pero más intenso. Ser un amateur o aficionado ["aficionado" aquí como lo nombra Julio Cortázar] no quiere decir ser un diletante o un holgazán intelectual. Ya nos advertía Pedro Henríquez Ureña -y creo que trecenas de intelectuales más- que no se puede defender, en nombre de una supuesta "inspiración", "espontaneidad" o "libertad intuitiva", la carencia de rigor intelectual y esa ictericia de pereza intelectual que parece estar muy de moda hoy en día. Esa actitud debe ser condenada.
(3) Más exacto aún: son la clase media metropolitana [la más managua de las managuas], como quiera que hasta ahora no he podido platicar con jóvenes escritores de otras urbanidades de Nicaragua, seguramente los otros compañeros están más al tanto de esas pláticas, si existen, y cuáles son sus productos.
(4) Ey, ¡a quién no le gustaría!: nadie te molesta [o quien te molesta puede ser esquivado], nadie se entromete con tu vida privada, sos candidato al Nobel pero tu única fotografía pública es la de tu album liceal; y lo único que tenés que hacer es revisar tu texto, darle Ctrl P, anillarlo, enviárselo a tu editor, y listo, él se encargará de lo demás. Mejor: ahora se lo enviás por tablet, y punto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario