Discusiones centrales

.- ¿Existe una generación de escritores nicaragüenses emergente? /
.- Relación de estos nuevos escritores con el establishment literario nicaragüense /
.- Literatura nicaragüense en el exilio, y cómo esto se relaciona con el país como narración nacional /
.- Literatura como actividad política. ¿Cómo la percibimos dentro y fuera del país? /

domingo, 15 de julio de 2012

Escribir la nicaraguanía en el exilio [1]


Si una buena parte de los escritores aquí -no sé si mayoritaria o no- está en el exilio [otra vez me centro en la narrativa], podemos estar seguros de que la historia de la literatura nicaragüense de aquí en más va a ser complejísima.

Esto que parece obvio y error-free, también carga, por lo menos visto desde aquí, en mi relación particular con "Nicaragua-sociedad-productora-y-narradora-de-nicaraguanía", algunas posiciones que son/pueden ser falsas. Creo que los otros escritores que están afuera, en el exilio, también pueden dar mejor cuenta de esto, con el relato de sus experiencias.

La primera posición falsa, o potencialmente falsa, es la concerniente a las literaturas nacionales. Una vieja discusión en América Latina, pero parece que refritada cada vez que aparece gente nueva, o cada vez que la gente va al Rigoberto a aplaudir o a pegarle a los Indios del Bóer, o cuando se tiene a un antimotín de cerca.

Esta discusión sí que es vieja. Obviamente, no creo que pueda, ni que quiera, por lejos, añadir nada al state-of-the-art de esa discusión en el plano teórico, ni aportar nada que avance ese punto desde el nivel teórico en que se encuentra. Pero, de última, si son los escritores los que escriben la literatura, pero son los teóricos los que determinan la verosimilitud de que sean "literaturas nacionales" o no, bueno, quizá a los primeros nos toque pensar, laicamente -desde una laicización saidiana-, que partes reales posee esa verosimilitud ofrecida, como sea que también la producción de los críticos es otra narración más, parentela nuestra.

Yo creo que, si pudiésemos discutir de esto en particular, lograríamos, no sólo socializar con los otros escritores las ideas en sí, sino "abrir un poco la cancha" para que los escritores que estamos en el exilio, pero que no somos del exilio, sino que constantemente nos relacionamos y nos imaginamos como algo "de-Nicaragua" o "en-Nicaragua" -o sea, personas inicialmente relatadas en Nicaragua-, digo, que lograríamos abrir un poco la cancha para que los que estamos fuera podamos aportar eso que tenemos de afuera.

No sé cómo lo piensan ustedes, especialmente los otros escritores en el extranjero [como por ejemplo Guillermo Goussen, María del Carmen Pérez Cuadra, Valdrack Marcel Jaentschke, Roberto Carlos Pérez, entre otros], que son los que tienen ese desprendimiento de estar por un período prolongado en el extranjero. Pero yo lo de la "literatura-nicaragüense" ahora la pienso más desde las claves culturales de origen de los textos que estamos escribiendo [o sea, el aparato cultural que utiliza el maje, la tipa, el escritor o la escritora, para pararse frente a su texto a la hora de construirlo], que desde el contenido puntual del texto en sí.

Y decido pensarlo así ahora, en este sentido, porque creo que en realidad no tengo muchas más alternativas. Es decir, casi que ni lo decido, porque de la otra manera prácticamente no hay discusión alguna, y quizá, seriamente, nunca la hubo. Desde el contenido puntual del texto no puedo pensarlo, porque, además de la idea general de que tu literatura la tienen que poder leer en Singapur como en Mulukukú por más que en una novela me hablen de Chinandega o de Managua, esta novela no es "nicaragüense". Pero no porque el escritor no sea nicaragüense, o porque los personajes no puedan ser nada más que chinandeganos, o porque sólo los lectores chinandeganos puedan realmente extraer la mayor polisemia posible del texto, y en cambio en Singapur ni siquiera tienen ñ, por decir, no. No. Sino porque Chinandega o Managua no son unas ciudades "nicaragüenses".

[[[Otra cosa muy distinta sería pensar, por ejemplo, la literatura -oral y escrita- de la Costa Atlántica. Porque la Costa Atlántica bien puede ser otra nación, o sea otra narración. Pero claro, esto lo hablamos como meros observadores, como meros turistas textuales/culturales/sociales de la Costa Atlántica. Porque: ¿podría ser posible que los escritores de la Costa Atlántica nos dijesen: "Ey, ¿y de qué "literatura-de-la-Costa-Atlántica" me hablás? Si ésta Costa Atlántica es idéntica a las otras Costas Atlánticas del Mar Caribe". No sé si es posible, o si es así, ya que no conozco escritores costeños. Pero quizá allí veríamos que la geografía política, ese invento infantil del hombre blanco, sirve para pocas cosas, como no sea agitar a las barras en el Rigoberto, o para saber cuál de los Estados nos manda los antimotines, si es que nos da tiempo de preguntarles, o de observar las escarapelas en los escudos]]]

jueves, 12 de julio de 2012

Seconds fuera

Pero, si bien le damos palo y palo a lo de que hay "una generación", no podemos dejar de reconocer que sí hay un cambio estético por parte de los nuevos escritores. 

Porque no me digan que el libro El patio de los murciélagos, de Luis Báez, por poner un ejemplo que yo conozco, es igualito a Charles Atlas también muere, a Waslala, a ese libro gráfico que es De tropeles y tropelías. Y no tiene nada que ver con términos pugilísticos de si es "mejor", "peor", "malo" o "bueno" [cosas que, por otro lado, creo que a nadie realmente le interesan, más que a los seconds del boxeo {cultural}, como cuando le gritan a su púgil estrella, en el undécimo round: "Vamos, te está ganando, Pedrón, vamos, golpéalo, vamos a noquearlo, ¡tú eres más bueno!"]. Sino que tiene que ver, al decir de Alan Badiou, con las operaciones literarias de estos libros nuevos: que simplemente son otras.

Entonces existe un evidente cambio de guardia [si "guardia" no es mala palabra] estético; se está procesando, mientras platicamos, aquí y ahora: desde nuestros exilios, para los que estamos afuera, y desde la víscera del monstruo [eso que todo mundo insiste en llamar "lo nacional", "la-nación-nicaragüense"], para los que están adentro.

Pero creo que en realidad todos estamos cambiando, tanto los que escribimos, como los que leemos, como los boxeadores. No es que la "generación" nicaragüense es privilegiada y tiene una especie de monopolio sobre el cambio. Aquí en Uruguay, les aseguro que los escritores también están cambiando (y estoy seguro que lo mismo puede decir Guillermo Goussen, en México, o María del Carmen Pérez Cuadra, en Chile: que los escritores de carne y hueso, no los que vemos en los catálogos de Anagrama a 300 córdobas, sino los que tienen que salir a mendigar sus textos, a pelearse con las editoriales, a esquivar la bota destripadora de las tiradas de 100 000 ejemplares, esos tipos están cambiando).

Aquí en Uruguay ya no se escriben libros con las mismas operaciones estéticas de Juan Carlos Onetti, ni con los mismos fines críticos. Ni qué hablar. Es decir, aquí la modernidad también pasó. Aquí también lo cultural vino a extirpar lo ideológico, a suplantarlo, a convertirse en lo ideológico. Aquí también, en Uruguay, todo es cultura. ¿Les parece que un libro como De tropeles y tropelías sería ahora posible? Bueno, sí, siempre y cuando, en vez de un general de cinco estrellas, el jinete sobre el caballo cadavérico fuese un jefe narco, o un magnate de bancos, o un hacker geek con una caricatura de mickey mouse: algo potente, chocante, ecléctico, grasoso, pariente de un potente collage (o mestizaje, transculturación, al decir de Ángel Rama). Grasoso, no de malo, sino de gordo, excesivo, repleto de contenido. En suma: algo definitivamente grasoso.

Así que este cambio estético de la narrativa nicaragüense, me parece, desde mi frágil tribuna en el presente, es porque, efectivamente, estamos pegados al mundo, no estamos destetados de él.

Después de todo, no es una obligación ser una Generación. Ni qué hablar. No es una actividad atlética, deportiva. Cada uno de nosotros, por hablar del nicho que aquí nos reúne [nuevos escritores nicaragüenses], tendrá sus agendas políticas literarias. Y el que no las tiene: o las tiene pero no lo sabe, o las tiene pero las quiere disimular, o las va a tener muy pronto. 

Bueno, si vamos al caso puntual, tampoco los cuatro grandes de sólo una de las tantas listas del boom [Cortázar, Fuentes, Donoso y Vargas Llosa] tenían ninguna necesidad atlética de conspirar, en la forma que fuese, para dirigirse, con fuerza y tensión, a un objetivo, completamente político. Ni siquiera tenían las mismas nacionalidades, y la materia prima -el lenguaje- era completamente heterodoxo. Pero identificaron un objetivo, y conspiraron, en grados distintos unos y otros, para conseguirlo.

Aquí es donde creo que puede estar otra de las claves: para la Generación, más que una comunión estética, tiene que haber/existir, pero qué haber, mejro dicho, tiene que exigirse una conspiración crítica. Es decir: que las Generaciones ocurren en mesas de bares, no en mesas de noche; ocurre cuando los escritores de pronto están entre matarifes, arribistas, coyotes de cuarta, no cuando están entre doctores y miembros del templo de la lengua, o entre gente abordándolos para sacarles autógrafos.

Entonces, no sé, lo que es yo, bueno, pues no recuerdo haberme sentado a platicar con ninguno de los compañeros aquí presente. Conozco a pocos, he leído todavía a pocos, espero leerlos absolutamente a todos, sean malos o buenos, porque lo que dicen se comunica conmigo, me guste o no, a través de filamentos históricos comunes.  Todavía menos de los que conozco me conocen a mí. Y todavía menos han leído mi obra. Así que podemos establecer, fehacientemente, que no he conspirado críticamente con ninguno. Ahora, si José Adiak se trenzó con Arquímedes González, o si Luis Báez está confabulado con Roberto Carlos Pérez, no lo sé. Realmente no lo sé. "Yo juro, señor juez, por mi mamacita, que yo no sé nada".

Y quiero emitir una posición subjetiva y personal al respecto: creo que eso sí importa. Es decir, que sí importa que las conspiraciones, si las hay, sean efectivas, sean públicas, sean políticamente activas. No que tengamos que deducirlas de los textos. Porque vuelvo a lo mismo: creo que los choques críticos son choques políticos, no son guerras estéticas. Y si escribimos para "ser estetas", bueno, mejor sería convertirnos en seconds de un boxeador estrella.

Estar atomizados es la marca del absentismo generacional. Esto quiere decir no-estar-conspirados, no quiere decir estar-lejos.

Luis Topogenario

miércoles, 11 de julio de 2012

El establishment, los generacionales y los intérpretes


Otra cosa que estuve pensando, y que quería compartir y discutir con ustedes, a ver cómo resulta la plática, es que la cuestión de la "generación" no puede ser aceptada sin eludir la relación de la misma con el establishment literario nicaragüense. [otra vez lo voy a encuadrar desde una visión de política literaria, política cultural, y no desde lo meramente estético]

Y es que si el establishment literario nicaragüense aplaude o celebra el advenimiento de una "nueva generación", uno puede estar seguro de que allí no hay una nueva generación. Porque una nueva generación, ya sabemos, viene a romper con las estructuras de poder cultural del establishment, que se traducen en productos literarios: libros, publicaciones, charlas, conferencias, presencia en el imaginario social, influencia en los mass media. No viene a "recibirlas", campeonamente, como se recibe un diploma de bachillerato. Las generaciones no están para bromas, todo les viene en prenda.

Entonces para el establishment aplaudir o celebrar la llegada de eso es como para los franceses batirle palmas y tirarle besos a los conquistadores prusianos.

Ahora bien, si lo que el establishment aplaude y celebra es la aparición de una nueva camada de intérpretes, de la misma estructura de poder, bien, entonces a eso llamémosle nuevos intérpretes.

Yo estoy seguro de que si veo venir a alguien que de verdad me va a volver inmediatamente obsoleto, bueno, creo que mi primera reacción no sería aplaudirlo. Ahora, si veo venir a alguien que me va a repetir -un "yo" o un "nosotros" mejorado, si se quiere-, es decir, me va a reforzar, creo que yo sería más proclive a congeniar. Simbólicamente, voy a poder conversar con esos tipos. Ahora bien: turbia podría ser la conversación con un producto literario peligrosamente critico para mí.

La pregunta es: ¿se puede estar en el establishment y producir productos literarios peligrosamente críticos? A primera vista parece que la rotunda respuesta es no, porque de lo contrario la posición de equilibrio en el ejercicio de las políticas de cultura peligraría. No se puede estar bien con Obama y con Marx. No se puede estar bien con Sergio Ramírez y con Samuel Beckett.

Obviamente la cosa es mucho más compleja que esta exposición maniquea, ya lo sé. La presento así a propósito porque estuve pensando una cosa que quizá ustedes ya la pensaron: ése es, precisamente, si existe, el rasgo generacional. Exactamente eso. Se es maniqueo, casi rigiosamente, si se me permite el coloquialismo nica. Lo único que podés ser, si sos una generación, es una generación maniquea. Tu actividad literaria (otra vez, me refiero como generación) no viene a ganar amigos ni a convencer lectores, o a administrar los créditos. Vos venís a erradicar lecturas.

Esto no quiere decir que los generacionales tengan licencia para ser rigiosos, maniqueos, a cualquier costa. Allí, a ese nivel, sí que no se puede ser maniqueo. Porque puede ser que la radicalidad del esfuerzo literario generacional logre conseguir el objetivo (la renovación literaria y la superabundancia de productos críticos), pero su propia desmesura también puede destruirlo, volverlo efímero, consumirlo y dejarle una única opción: hacerse fetiche. Y una generación fetiche, una generación infantil, debe ser lo más pernicioso que puede tener un país, y más uno como Nicaragua, donde la narrativa ya de por sí no es un bien abundantísimo.

Si lo pienso así, mis dudas acerca de la nueva "generación" crecen.

Luis Topogenario

martes, 10 de julio de 2012

Un aporte inicial


Y... bueno, para romper este hielo inmenso, voy a comenzar yo.

Lo primero que yo quiero aportar, por lo menos desde mi concepción de literatura, y más allá de la puntualización de "generación" sí, o "generación" no, o cuál generación, es que el establecimiento mismo de esta discusión es un rasgo político, y no estético. Lo que quiero decir es que, a menos que tomemos la parte enana y trivial de "generación", en vez de un choque de estéticas, podemos estar hablando de un choque de políticas.

La parte enana y trivial de "generación", según la entiendo, es la de llevar la discusión a una cuestión de terminología, o a una especie de suma y resta aritmética de edades: de que si vos naciste en los 80s, o en los 90s, o en los 70s, entonces eso ya automáticamente te incluiría o te excluiría, o de que si empezaste a publicar en tal año o en tal otro. Creo que eso no puede ser la parte nuclear del tema. Pero... también creo que se puede cometer un grave error si se desecha a la ligera. Porque puede ser que no signifique lo nuclear, pero representa algo que puede complementar y ayudar a explicar la parte nuclear del debate, inclusive por su poder de dato histórico, o biográfico si se quiere.

¿Cuál es la parte nuclear de este negocio? Bueno, no la sé de antemano, obviamente. Por eso los invité a todos ustedes a generar el debate. Además creo que es imposible, ahora, saberla y asirla en toda su extensiónrealmente asirla, porque estamos inmersos en el mismo proceso y carecemos de toda distancia histórica como para elicitar los verdaderos límites conceptuales. Además, soy un escritor, no soy un académico ni un doctor, y tampoco quiero serlo. Como dice Julio Cortázar en su entrevista de "A fondo", soy un aficionado, o, al decir de Edward Said, un amateur, o sea: no soy un especialista. 

Sin embargo, aunque carezcamos de la presencia histórica adecuada, esto no nos impide establecernos firmemente en la discusión, platicarla, investigarla, "rebanarla" si se quiere, como decimos en Nicaragua. Quizá al contrario: por estar en ella, adquirimos cierta responsabilidad, cierta parte. Quizá no es necesaria una "gran" distancia histórica para conocer el asunto, a tal punto que uno estaría tan lejos que la realidad se volvería una especie de concha fósil, y no de ser viviente. Así que, distancia o no, deberíamos entrarle.

Yo, en mi caso, lo encaro partiendo, como expuse precariamente al principio, desde lo político. Y en esto quiero hacer un par de puntualizaciones, porque son las que me vienen en prenda:

Por supuesto que me refiero a lo político en tanto a una actividad total e inherente a una actividad pública, en resumen es casi imposible no ser un ser político hoy en día. No me refiero a una política partidaria, electoral, pequeñoburguesa.

En mi caso, aquí aparece una fractura importante en cuanto al discurso: sucede que yo no vivo en Nicaragua, como muchos de los escritores aquí invitados al debate; entonces esto quiere decir que, si vamos a ser realistas, prácticamente nadie en Nicaragua lee mi literatura, a no ser otros escritores, o los raros lectores entrenados que sobresalen de la población. Lo que quiero decir con esto es que el alcance político real de mi actividad literaria en Nicaragua es mínimo; esto desnuda un hecho: la efectividad del producto crítico de los escritores que estamos fuera de Nicaragua es retardada, retardadísima, si no casi inexistente, en términos reales.

Y aquí arribo entonces al punto central de mi primer aporte: si vamos a hablar, en narrativa, de "generación literaria" en Nicaragua, tenemos que tener en cuenta que la materia que compone esa narrativa, las vías nutricias de esa literatura, son complejísimas, dispares, quizá antinacionales, extranjeras, o, para colocar un término que, debido al exilio, tengo muy presente, patriastras.

Con esto yo no excluiría a priori lo de "generación", porque, como me comentaba Ulises Juárez, habría primero que definir generación [obviamente que el punto no es ponerse a reinventar la rueda, pero sí algo en lo que se pueda estar de acuerdo]. Además hay otro hecho interesante que no podemos desconocer: históricamente tenemos en nuestras venas un hecho, un proceso, relevante, potentísimo, que cambió el país, [seamos del color que sea] como lo fue la Revolución Popular Sandinista. Y ese hecho, de una forma u otra, ya sea el proceso mismo, sus réplicas inmediatas [la guerrilla contra] o sus consecuencias más postreras, lo hemos vivido todos. ¿Esto nos nuclea, nos homogeneiza? No sé. Lo dudo. Al revés: esto, a priori, tampoco hace nada generacional. No quiere decir que pueda ser descartado a la ligera, pero per se no aglutina, no pega, no es resistol.

Luis Topogenario