Discusiones centrales

.- ¿Existe una generación de escritores nicaragüenses emergente? /
.- Relación de estos nuevos escritores con el establishment literario nicaragüense /
.- Literatura nicaragüense en el exilio, y cómo esto se relaciona con el país como narración nacional /
.- Literatura como actividad política. ¿Cómo la percibimos dentro y fuera del país? /

viernes, 12 de abril de 2013

Política y arraigo. Una lectura del relato "El encuentro", de Javier González Blandino

He pasado por momentos curiosos, por así decirlo, a la hora de escribir este texto. Lo he hecho y rehecho varias veces, reordenando las ideas que pensaba plasmar, "quitándole gas" a algunas para colocarlo en otras, o incluso eliminando por entero unas, favoreciendo otras, cuando luego las eliminadas volvían a aparecer, a arraigarse, como sugiere una de las ideas principales que propongo acerca de "El encuentro". 

El arraigo. El estar prendido a la teta de la tierra no como un hombre de metal u hormigón, o como el representante de un hombre, la mercancía, sino como un árbol. Esto es, pensar los bosques ideológicos de los hombres como si fuesen árboles en la tierra del pensamiento nacional, no mercancías. Además, para ideas como prendas de ropa ya tenemos Metrocentro.

Estas vacilaciones no responden en realidad más que a una multiplicidad de focos que pueden colocarse en el texto de González Blandino. El texto se puede leer aquí [primera parte y subsiguientes]. Es posible pensar este texto desde múltiples ángulos. En mi caso, a diferencia de los que a gritos llaman perniciosa y vergonzosamente por una lectura "no ideologizada" de la literatura[1] -lo que sea que eso quiera decir-, haré una lectura política, ideológica, si se me permite la redundancia, de lo que el texto -para mí- hace.


Pero, paréntesis aparte, estas fluctuaciones de foco también arrojan un poco de luz sobre la marcha de mi propio proceso creativo. Yo también he ido, en este tiempo transcurrido desde el alboroto iniciado en el 2012 alrededor de lo "generacional", perfilando ciertos rasgos, ya sea para radicalizarlos o para suavizarlos. Y con estas modificaciones se ha acompañado una forma de ver "El encuentro", de dialogar con él, así como con otros textos de estos nuevos escritores nicaragüenses. Entonces, esta lectura fue hecha y deshecha al mismo ritmo en que mi repertorio analítico en general, así como mis intuiciones, se han ido modulando, modificando.


Por último, siempre me gusta recordar de que yo no soy un crítico literario, o un académico, sino un escritor. Difícilmente entonces intente -ni quiero- presentar la especialización de un crítico. Y espero jamás especializarme en estas cosas. En ese sentido -en el sentido que ya explicaron, entre otros, Julio Cortázar y Edward Said-, soy un aficionado. Escribo esto porque me gusta, desde el punto de vista intestinal. Y, desde el punto de vista político, porque hallo de sumo valor el leerse entre compañeros de época, y sobre todo el construir ideas en base a esas lecturas; y no que las cosas queden simplemente como quien dice "Ah, sí, te leí", o el que grita "Agua va". Las responsabilidades del escribir también invaden las responsabilidades del leer.

Bien. Mis ideas acerca del encuentro son básicamente dos:

i) La idea del arraigo: en el texto hay una clara operación ideológica que busca reafirmar el vínculo entre dos agentes, el lector y la "nación". Tanto la historia como el lenguaje en que está narrada funcionan como dispositivos de esta operación en busca de reconocimiento mutuo, de pertenencia, de agencia recíproca.

ii) La política y el culto(ura) religioso: una idea de desplazamiento de lo político a otras actividades que laten en la sociedad.
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El proyecto político del arraigo

"El encuentro" es el segundo relato incluido en el libro Historia vertical. González Blandino inicia este libro dedicándolo así:

A la ciudad de La Paz Centro: entre la escritura, la memoria y todo lo que callo, tu nombre es el Único lugar posible.

Repito, como loro: el Único lugar posible.

Esto es un inmediato e inequívoco posicionamiento del autor con respecto de su lugar de origen. Establece, sin ambages, rapidito, como diríamos allá, un claro vínculo de pertenencia, de localía. En el transcurso del texto, vemos que al narrador no le interesa ser un ciudadano universal; no es un tipo de ninguna parte, invadido culturalmente desde todas partes. Las saetas de la cultura extranjera no lo desangran. Lo último que podría ser este hombre es un collage de fruslerías culturales. En vez de eso, es un especialista en La Paz Centro. Su "profesión" es esta especialización, este expertise. Vemos que este tipo está arraigado aquí, es de aquí, sus fragmentos no están esparcidos en trecenas de miles de franquicias de mercadería cultural. Su estar-ahí no se envasa, y quizá no sea entendido a cabalidad por esa gran Otherness allí afuera.

Por supuesto, con un epígrafe o dedicatoria no basta. Le podemos dedicar un texto a quien sea: a nuestro gato, a nuestro paladín, a nuestro traidor; esto no nos dispensa aún de establecer en nuestro texto un lazo de pertenencia. Los epígrafes se honran o no son epígrafes.

En "El encuentro" esta evitación no ocurre. Es un dardo directo a ese arraigo, a esa pertenencia, a esa tierra, a ese lodo, a ese suero quesillero.

Este arraigo está negociado en dos lugares: en la historia, y sobre todo en la relación del protagonista, José Ángel, que está construido como un patriota, no como un patriastra; y en el lenguaje: la relación de arraigo invade el lenguaje, y el narrador nos invita a quedarnos dentro de sus fronteras al narrarnos la historia desde su localía, una localía no invadida por artefactos culturales de un mercado multinacional. El narrador no es un extraño. El narrador podría ser un chofer leído lapaceño, o un párroco, o un maestro, o un rapiñero tras un ataque de consciencia. El narrador no es un ser hiper-excéntrico que se empeña en su empresa para mostrarnos lo rarito que es ser él, o lo difícil que es ser original en estos días donde, huelga decir, uno "siempre es único", o lo relativista que puede ser fundarse en este mundo cuyo modernismo de mercado parece haber roto los cómodos valladares de la nación. Este narrador no está neurotizado por eso. Él ya tiene resueltas en este texto esas dudas. Así que no le interesa ser la vedettonga cultural especializada en Pittsburgh, no corre lo más rápido que puede a mostrarnos todo lo que ha consumido: el catálogo de películas de Kurosawa, o el catálogo de discos de los Beatles, o el catálogo de algo, no, este maje no cataloga; ese sprint, invadido de títulos de canciones, películas, y de un collage de productos consumidos y sobrecitos plásticos, no sucede; no le importa mostrarnos lo que consumió, algo que sería frívolo entre las frivolidades, si las hay.

El tratamiento del lenguaje en el texto me recuerda mucho a la tradición narrativa de Adolfo Calero-Orozco y esa oralidad marcadamente local que uno puede encontrar en sus relatos.[2] Veamos, por ejemplo, lo que anota el chileno-nicaragüense Fidel Coloma de Calero-Orozco[3]:

"La impresión primera que dejan los cuentos de Calero es de carecer de todo artificio técnico. 'Yo no tengo ninguna técnica', nos ha dicho él mismo. ¿De dónde procede este efecto de 'naturalidad'? Pensamos que el secreto reside en la postura narrativa básica del autor: adopta la actitud ingenua y desprevenida del cuenta-cuentos, (expresión de Calero), del narrador o del juglar que embelesa a su auditorio con sus fábulas e historias, cuyos pasajes más salientes va marcando con inflexiones de la voz, comentarios humorísticos, gestos y ademanes.[...] Calero-Orozco se decide por trabajar con el lenguaje real, con las modalidades concretas del habla nicaragüense.[...] El autor posee un conocimiento asombroso de las formas del lenguaje popular y campesino. No ignoramos que el habla nicaragüense no presenta diferencias tajantes entre lengua vulgar y culta, lo que podría explicar también la gran flexibilidad con que Calero maneja este lenguaje. Desde el punto de vista liteario nos interesa, sobre todo, señalar la función que desempeñan estas formas populares en su obra narrativa: ellas le permiten configurar la realidad artística de sus narraciones. El lenguaje popular funciona a la manera de un vocabulario técnico, creador de ambiente y de ilusión de realidad. En cada narración es posible determinar un grupo de expresiones que sirven para caracterizar y moldear específicamente la estructura".
Algún tipo de tradición literaria, entonces, está respirando entre el texto de González Blandino y Calero-Orozco. Sus elecciones y afinidades están colocadas en el mismo sitio.

Si bien la historia de "El encuentro" en sí nos cuenta, paradójicamente, un desarraigo -la del protagonista que sale de su pueblo hacia un encuentro espiritual organizado por la iglesia a la que asiste-, lo hace para reforzar en el lector el poder de la pertenencia, del arraigo, del ser-aquí. El protagonista, José Ángel, no se angustia porque no sabe de dónde es, o a dónde irá, o qué cosas lo contienen ni qué le espera. No. Se angustia precisamente porque lo sabe. Sabe que un día amanecerá y él no estará en La Paz Centro, y ese saber lo apabulla, como si La Paz Centro y el protagonista pudiesen decirse mutuamente "Nos pertenecemos". Nos queremos. La tierra y yo nos queremos. Él lleva los chicheros y la tierra menea los muertos.

Que el nombre de pila del protagonista sea José Ángel, ya lo sospechamos, es bastante relevante. Ángel en particular, además de una figura angelical o cretinizada, y susceptible de paternidad, es también un nombre no sexuado. Todos estamos incluidos en Ángel. Por supuesto, el contraste de Ángel y su condición de bazofia humana, cuyos crímenes son robar, violar mujeres y soñar con su madre o su familia, agrega otra recta a la compleja y contradictoria condición humana.

¿Qué le ocurre a este Ángel, donde podríamos estar incluidos todos, cuando arriba a Chinandega y desciende del bus?:

[...] se alejó del grupo, se le vino un estremecimiento de desamparo como cada vez que atardecía y él se encontraba fuera de La Paz Centro, expulsado de su gente, del culto de las seis, de los cerros de su ciudad oscureciéndose mientras él cenaba en el quicio de la puerta, y volvió a pensar en su ciudad: en el bullicio de los pájaros del parque a esa hora en las frondas; en su madre, [...]

Pensá en los cerros de tu ciudad, si tenés ciudad. Dibujále unos cerros a tu ciudad, si tu ciudad nació sin cerros, o si el hambre de urbanidad se los cortó -como se cortan dos tetas hiperlinfáticas y enfermas- para colocarle esas várices de asfalto que llevan a alguna parte; o quizá los cortaron para regar unos frugales campos de soya. Y si no tenés ciudad. Y si no tenés.[4]

El homo güegüensis: La broma, la política y el culto(ura)

La broma que el protagonista, José Ángel, lanza en el vehículo que lo transporta al encuentro religioso, es el atentado inicial al orden. José Ángel lanza su bromita, y bajo este paraguas de artefacto de humor podemos resguardar mucho de lo percibido como "autóctono"  o "nica": la ridiculización ubicua, la degradación de lo solemne y la parodización nacional prácticamente de cualquier cosa. Si en Nicaragua se da el milagro de que vive un tipo legendario, lo primero que vamos a hacer es mofarnos de sus espinillas o vamos a encontrar una forma de nombrar su jeta y hacerla coincidir con una fruta o una verdura. Luego de cierto calambre abdominal, hablaremos de lo legendario. Si es que llegamos, porque a veces lo legendario no nos alcanza. Pocos países hay en el mundo menos solemnes que Nicaragua, donde rebanar, asarear, humillar y agüevar son prácticamente habilidades sociales sin las que el humilde y honesto ciudadano nica no puede prescindir. En algún puesto de camisetas del Mercado Roberto Huembes tiene que holgazanear colgada de su percha alguna prenda que rece "Si no sabés rebanar, no sos nica", o "Hacéte nica, rebaná". 

Pero, sobre todo, bajo este humor perverso e imprescindible también podemos colocar la herramienta de la política. Con esta broma, el homo güegüensis establece los términos en que el poder va a negociar con él.

En "El encuentro", la recreación del fenómeno de las iglesias evangelísticas es muy significativo. A decir verdad, estas iglesias funcionan como la sustitución de la política, que ahora está desplazada a unas estructuras de poder que no son canónicas -esto es, no son sacras, católicas, apostólicas, romanas- pero que, no obstante, mimetiza procedimientos que clásicamente eran de órganos políticos.[5]

Ahora bien, el inmediato recurso contra la broma del protagonista es la de restablecer el poder. ¿Cómo? Matando al político. Ese ser molesto que todos llevamos dentro. Curiosamente, la lectura materialista la hace el diácono que responde a la broma para restablecer el orden, no sin antes diagnosticar de forma digna de un materialista la situación. González Blandino lo narra así:

El diácono mantuvo los ojos fijos en las columnas inscritas y en un sobre membretado sujeto en la tablilla. Tiene que pensar bien lo que va a contestar. Este asaltante pancasaneño quiere sonar simpático, jugar al que domina la situación, piensa. Busca el control, quiere ganarse a los demás con una broma simplona, con un arranque de vulgaridad. Demostrar coraje aún en estas circunstancias en que los demás están replegados, se estará imaginando que bromea con los otros delincuentes en la esquina de su cuchitril. Busca ser el cabecilla de estos hombres domesticables, pobre chabacán, pobre abusador confeso.


El discurso del hombre nuevo, aquél que va a surgir después de enterrar lo que del hombre ha sido "asesinado por el pecado", también nos lo proporciona el cura, revestido en el discurso metafísico de la religión. Un discurso, particularmente materialista, según comprobamos. Porque cuántas cosas más materialistas que mantener ordenadas las jerarquías donde circula el poder.

Pero parece que al hombre hay que infantilizarlo antes de hacerlo un "hombre nuevo". El logo de la iglesia que nos revela el narrador es urticante: "un orbe en cuya cúspide estaba dibujada una mano grande asiendo una diminuta". Esta mano diminuta es la del hombre nuevo, ése que estas iglesias iluminadoras y estos cultos despampanantes cercenan de lo político. Y farfulla la madre de este Ángel al observarlo frente al altar: "algo le prometieron estos al baboso que cayó como un niño". Esto perfectamente se podría decir también de un comité de base: el que está ideologizado no sería más que un baboso que cayó como un niño en esas infantiles categorías marxistas de "luchas de clases" y adornitos por el estilo. En este sentido, entonces, madre y mujer continúan siendo ese ser que es el sujeto político por excelencia: aquél que te abre los ojos, que te protege, que te lava los hematomas coagulados después que te pegaron cobardemente. Aquél que ve cómo sos un baboso. En "El encuentro": madre y mujer que desearía más un hijo delincuente pero real, íntimo, capaz de recibir alivio, ternura, afecto, capaz de ser tocado, de ser malo; madre y mujer que desea más un hijo así que un evangélico "comegallinas" que ya no es de ella sino de un culto, que ya no porta ideas sino una tabula rasa donde se imprimen los decálogos de una moral extranjera, universalista, esencialista. Un hombre que realmente no es nuevo, sólo es inventado, incompleto, irreal. Un hombre que es ideología.

Pero la opción de lo real todavía está despierta en el protagonista. José Ángel todavía reconoce las estructuras de esta institución; todavía se pregunta mordazmente si 

¿Era acaso él la única mente despabilada entre todos estos bultos ingrávidos y sollozantes? ¿El único cerebro inmune al timo hipnótico del que era testigo?". 
Hay una asimilación de la experiencia del culto con la experiencia del acto de masas, del comportamiento de masas, donde el espacio de la crítica privada está suspendido,[6] y reina un orden digno del ganado vacuno. Otra vez: al mimetizar y sustituir modos de órganos políticos clásicos, paradójicamente estos fenómenos religiosos son más materialistas de lo que les gustaría aceptar. Quizá alguien diga que "las cosas son así", que al ser el hombre un animal gregario estos modos son inevitables, y que es al revés: han sido los órganos políticos los que tomaron y mimetizaron los modos y prácticas sociales de masas de vetustas instituciones religiosas, y que es la política más metafísica y mística de lo que le gustaría aceptar. ¿Sustitutos que se culpan mutuamente? ¿Impostores acusándose? ¿Tanto la Ecclesia como la polis tienen las mismas uñas?[7]

El final de "El encuentro" muestra cómo la ideología de la ideología no es más que una caricatura. No existe sólo un discurso, sólo un modo, sólo una imagenología en la cabeza de un individuo. Aquel relato de que la ideología "lava el cerebro", o las constantes apelaciones al lugar común de que la ideología es "falsa consciencia", pasan por alto lo que narra "El encuentro": que un individuo puede sucumbir a la hipnosis de la ideología y al mismo tiempo subvertirla, continuar siendo todo aquello que niega este ideología.[8] En términos de este texto: ese hombre que asiste a esa institución que promete purificarlo, pero que al mismo tiempo continúa siendo esencialmente el antídoto a esa institución. Alguien que violará mujeres y después se sentará, sin mosquearse, a la mesa de Dios, para contarnos lo más fabuloso del alma.

¿Por qué ocurre este desplazamiento de la política? ¿"Posmodernismo" puro y duro, y todos contentos? ¿O hay sabores locales exacerbando el brote de este amigable "hombre nuevo"'? Más allá de la anécdota del delincuente que siempre será delincuente y que nunca se reformará -en resumen, la condena, la perdición del hombre-, "El encuentro" eleva preguntas complejas e interesante y, por suerte, no se mofa de intentar responderlas, simplificándolas payasescamente. 

En este texto, González Blandino viene a pitchearle al modernismo de mercado como se hace en La Paz Centro: con los chicheros y meneando los muertos.


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[1] Insisto que regresaré contra esto en otro momento.

[2] Mi desgraciadamente limitadísimo acervo cultural con respecto de Adolfo Calero-Orozco se reduce al libro Cuentos nicaragüenses, editado por la editorial Magisterio Español, Madrid, 1970. Los cuentos incluidos en este libro son: "Brocha gorda", "El corte blanco", "Polvo de oro", "Una tragedia en el campo", "El solar de la Tana Quintana", "Lecciones de español", "Entre compadres", "Claudio Robles, padre de Sebastián Robles", "Martín Rayo", "Compañero de cama", "Cuando se ponga la luna", "Inesilla", "Sanabria" y "Catín, criatura inolvidable".

[3] En el prólogo del libro que tengo de Calero-Orozco, dice alguien -el editor, asumo- en ese año de 1970:

Sobre Adolfo Calero-Orozco se han publicado varios estudios. Quizá el más completo sea el que se debe al crítico chileno Fidel Coloma González, yaque abarca los aspectos fundamentales de la obra y de la vida del gran narrador nicaragüense.
Vaya uno a saber cuál es el estado de salud actual de la crítica sobre la obra de Calero-Orozco.

[4] Comparar por ejemplo con el texto "Relato sobre papel de arroz", de Luis Báez, en el libro El patio de los murciélagos [pág. 44], donde narra:

¿Sigue mala tu moto?, preguntó Sergio a Antonio mientras salían a la lluvia y al parqueo. Sí, y la verdad no creo repararla porque igual me voy a ir a la verga. Ya, dijo Sergio, ¿y para dónde vas? No sé loco, murmuró Antonio, pero largo de aquí, este país se está yendo muchísimo a la mierda y no hay nada que se pueda hacer. ¿Y eso?, preguntó Sergio. Pues sí, dijo Antonio y ambos se montaron al Yaris rojo.

También hay pasajes así en textos de Alberto Sánchez Argüello donde, coincidentemente, el país -y con ello el pulso de la nicaraguanía- parece que es prácticamente eso: nada más que un comemierdero cuya única utilidad es la de poder irse de él. En estos casos, estos personajes no son managuas, sino que están condenados a serlo. El contraste con la vertiente ideológica del texto de González Blandino es patente. Es otra urbanidad, otro cuerpo, otra política.

[5] Sospecho que este fenómeno tiene sus réplicas desperdigadas por toda América Latina. Les cuento que aquí en Uruguay es curiosamente muy similar a como lo narra González Blandino -en términos generales, claro está-. En Montevideo, estas iglesias evangelísticas compraron los viejos cines que antaño alimentaron la cultura en una sociedad donde no había YouTube o dvds. Incluso surgió una "conmoción cultural" hace poco cuando "Pare de Sufrir" -una de estas iglesias- compró el Cine Plaza, que ha sido un tradicional referente en el ámbito de la cultura montevideana. Estas iglesias también organizan sus excursiones, y programan sus retiros espirituales, y controlan a sus fieles de formas... ¿casi soviéticas? Sus oraciones dominicales vespertinas tienen el mismo matiz de hipnosis ganadera que aparece esbozada en "El encuentro", con venta de "jabones de jerusalem" -importados localmente desde la frontera brasileña, por supuesto- y otros chiches incluidos. Sin embargo, aunque estas iglesias han brotado profusamente en los últimos años, debido al matiz más liberal de la sociedad montevideana -en comparación con la nicaragüense- no han acaparado ningún nivel de prestigio social. Al revés, son vistas como nido de estafadores o como una especie de gambito empresarial que los billonarios brasileños utilizan para lavar dinero. Y en cualquier rincón de los sectores progresistas -que son, en definitiva, el grueso de la sociedad uruguaya- hay una retórica de de desprecio social hacia estas iglesias. Igual, aún así es de notar su proliferación y multiplicación, así como la constatación de cómo este fenómeno se parece al de otros países. Así que, si tanto crece este negocio de ser "buena gente", tan mal no les va.

[6] ¿"Groupthinking"?

[7] ¿Ecclesia = Ekklesía? ¿Serán parentela estas palabras?

[8] Entre muchas obras, y muchos libros, para el tema "ideología" recomendaría leer dos libros ejemplares de la cuestión: Ideología. Una introducción, de Terry Eagleton; El sublime objeto de la ideología, de Slavoj Zizek. Hay un tercero, del que todavía no me he podido hacer, pero del cual he leído excelentes comentarios, y algún fragmento aislado, The Concept of Ideology, de Jorge Larraín, que, bueno, si alguien conoce algún recurso, se lo agradecería.

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